terça-feira, 1 de dezembro de 2015

PABLO MOLINET | Aguja, de José Ángel Leyva


A la fecha, la puerta ideal para entrar en la poesía de José Ángel Leyva es este libro, pues el lector hallará aquí, esmerados, ciertos valores que este poeta se ha propuesto desde hace más de veinte años. Aguja es un altozano –provisorio, sí, pero ventajoso– para contemplar en su entera extensión un camino.
Tan reticente al encanto de otras lenguas y de otras tradiciones, tan obstinadamente latino y castellano en sus negocios poéticos, tan distante del expresionismo alemán como del modernismo estadounidense, Leyva guarda un parentesco subterráneo con dos figuras clave de ambas escuelas; a saber, Gottfried Benn y William Carlos Williams.
Los tres son médicos. Los liga una actitud frente al otro, frente al cuerpo y frente al sufrimiento.
No hay criatura más desengañada y a la vez más idealista que un médico. Más cínica y más candorosa. Y no puede ser de otra manera: los médicos trabajan con lo que se oculta bajo la ropa; poseen el paradójico tesoro de tocar –literalmente– el patetismo humano.
Ello confiere una contextura, un temple moral. Un médico es de necesidad un moralista; un activo observador de las costumbres; un Lichtenberg en acto o en potencia.
Pruebo similar amargura en los tres poetas. Y descubro que esa amargura –virulenta en Benn, atemperada en Williams, ironizada en Leyva– es un recurso no solo central, sino indispensable, pues materializa la piedad y la rabia. Sin ese vehículo, la una es blandenguería y la otra un espasmo ajeno a las palabras. 
Hallo también, en los tres, los concerns intelectuales propios de una formación científica. No son poetas arrebatados, entregados al pathos; no militan, tampoco, en las líneas de esos liróforos celestes ensimismados en el lujo de su vocabulario o en los misterios de la escansión. Les apura conseguir una coherencia no por subjetiva menos exacta entre realidad, percepción y ejecución. Coherencia que bien puede prescindir de lo explicativo pero no negocia con lo estético. Jamás intercambiarían un verso abrupto, pero acorde a su propósito, por uno cadencioso que aleja al poema de su intención primera.
Son poemas que se imponen el rigor del diagnóstico. Y eso los hace necesarios.
En razón de su tono y de su forma, el de José Ángel Leyva es un trabajo que oscila entro lo áspero y lo hostil. Su predilección por el sarcasmo le confiere particular acritud, sus poemas se aprecian dotados de una gestualidad cercana al rictus.
¿Qué no es esta poesía? Serena, plácida, comedida. Hasta sus ángeles, visitaciones frecuentes, antes que reverenciados, son auscultados con rudeza.
José Ángel Leyva no tiene modales. No saluda al lector, no le conduce por los corredores, no ofrece pagar la cuenta. Al contrario: se burla de él, de vez en cuando le larga un bofetón y, en sus mejores momentos, en los más sugerentes, le pone la máscara del diablo.
Exaltar valores poéticos es vicio crítico. Lo que digo de Leyva nace del placer que depara describir una poética que consigue imponérsele al lector, a pesar de que le sea ajena.  Suelo estar en gozoso desacuerdo con las soluciones y las decisiones de este poeta. Pero los poemas obvian la discrepancia y se me imponen así como son y, por más que lápiz en mano tacho aquí y muevo acá, son exactamente como son y no podrían ser de otra manera.
Y ese triunfo de persuasión es a mi ver un rasgo clave para distinguir una poesía robusta y –cabe arriesgar– duradera.
Otro rasgo para distinguir una poesía de esa índole es percatarse de qué tan capaz es el poeta de, como se dice en inglés, to make the most. De hacer lo más de lo menos.

NAGUAL 7
ESPEJO

Suele ocurrir frente al espejo
con la espuma dentífrica en la boca
El aliento sobre el vidrio no aparece
Intrigado el reflejo de la luna se agazapa
¿Quién es el que te mira
con una lágrima estelar
frente a los ojos?

Tu rostro no es el de antes
No es el tuyo
Es la geometría del agua en su caída
en pleno vuelo hacia la sal
donde te ves multiplicado


Eres un vidrio sin azogue
La ventanita al pozo del silencio
Y una vez más las lágrimas por fuera
se estrellan en la ausencia

Entonces
cuando dejas de ser
eres el mismo
Te secas y te esfumas
Nada sabes de ti ni de los otros

Lavarse los dientes es correcto
Nunca sabes si volverás a despertar  

Formalmente, este poema de Aguja es Leyva en estado puro. Los valores visuales en primer término, la construcción sonora que no se quiere música sino algo menos evanescente y más corpóreo. La puntuación aludida, no marcada, que es ambición de una organicidad superior en cada estrofa. Y el rasgo que más aprecio pues no se puede atribuir a cualquiera: el qué se impone al cómo arrolladoramente. Hay poemas por demás invaluables, digamos Muerte sin fin, que dependen absolutamente de su forma para sobrevivir; “oh inteligencia soledad en llamas” es una afirmación cuya contundencia radica en su melódica sintaxis. Para bien y para mal, son palabras. En cambio, la imagen madre, la célula pluripotente de este poema de Leyva permanece como un recuerdo, quiero decir una imagen, detonada por palabras pero que no las necesita para seguir viva en el lector.
Y he aquí que la mismísima Muerte nos visita mientras nos cepillamos los dientes, y nos extraña de nosotros mismos. Durante cinco estrofas, dure esto lo que dure en el tiempo interior de la percepción y del hallazgo, nos vimos muertos. No medió ningún escenario trascendente, no fue necesaria más operación espiritual que llenarse la boca de espuma mentolada para asomarnos a un abismo que no requirió ese nombre prestigioso; antes bien se permitió un diminutivo: “La ventanita al pozo del silencio”.
Si bien tensa, si bien atenta a los valores propios de su disciplina, la puesta en página evade con éxito la grandilocuencia que las convenciones asocian a la epifanía y remata con una sonrisa: “Lavarse los dientes es correcto | Nunca sabes si volverás a despertar.” La resignación ante lo frívolo me hace desconfiar del humor en la poesía; en Leyva ocurre a la inversa, la sonrisa socarrona duplica el golpe del poema.
Por esa razón es que el primer valor que destaco de Aguja es su voluntad de juego.
Al menos en poesía, un lúdico es un ludópata. Los chistes, los juegos de palabras, entrañan la naturaleza súbita e irreversible de los dados en vuelo a la ruleta. Y las probabilidades no suelen favorecer al jugador. Hay por ejemplo en un libro anterior de Leyva, Duranguraños, una riqueza poética y humana cuyo sólo parangón es la Chetumal Bay Anthology de Luis Miguel Aguilar, pero que el título traiciona y entorpece. Ese libro es cualquier cosa salvo un divertimento. Aguja muestra que el ludismo de su autor es de largo alcance, que es un medio y no un fin. Que la risa es, en última instancia, estremecimiento.
El lector hallará el segundo valor de Aguja si lo lee en el orden establecido por su autor. Es un viaje que inicia y termina en el territorio del cuerpo. Comienza con la contemplación de los propios dedos y cierra con la doble desnudez de los amantes. Sus estancias son múltiples, heterogéneas, y al mismo tiempo lo inverso: es un libro de poemas dotado de una fuerte trabazón, que no atañe tanto a los temas, cosa tan evanescente en poesía contemporánea, sino a los tonos y sobre todo a algo que llamaré, insuficientemente, perspectiva.
    No hay poeta digno de ese nombre que no asuma riesgos. Empero, son distintos los de un poeta solar y diurno (Jorge Guillén) y los de uno lunar, nocturno (José Antonio Ramos Sucre). Y quizá los que más deban llamarse riesgos, peligros, son los de un poeta de la carne, como Leyva.
Pues un poeta puede encogerse de hombros ante el riesgo de deslumbrar a su lector hasta la ceguera, como Guillén, o de contristarlo hasta el suicidio, como Neruda, pero pocos, poquísimos, asumen el riesgo de equivocarse, de fallar, de trastabillar y caer; el riesgo de asumirse como poeta de la carne, de lo humano siempre entre dos aguas. El riesgo, digo, de encarnar en cada poema el cuerpo, desde adentro; el doliente, escasamente apolíneo, más bien ridículo cuerpo humano. O sea, el teatro real de las emociones. El carromato auténtico de los sentimientos. Ése que la poesía suele idealizar o solemnizar; esto es, disfrazar, rechazar: “Vístete, que hay visitas.”
Leyva ha corrido ese riesgo: el de encarnarse en la difícil música del cuerpo; crujir de huesos, calambre a medianoche, rechinar de dientes. Leo en sus continuas visitas a lo sobrenatural (dioses y demonios, naguales y dioseros) la afirmación de que si hay una divinidad, una esfera sublime, es la de lo humano desnudo, contemplado con los ojos a la vez afilados y compasivos del médico.  
Sarcástica y enternecida, sin cobijo espiritual, la belleza de su poesía radica en ese ver, sin idealización y sin patetismo, el interminable territorio del deterioro y de la estría y afirmarlo como nuestra única posesión auténtica, como nuestra sola herencia indiscutible: “Uno nace del querer aunque no quiera”, reza un verso memorable de este libro que demanda leerse despacio, en atenta observación de sus insinuaciones, de sus escorzos, de su abundancia de preguntas y su deliberada escasez de respuestas.
Lo único más convencional que los modales mexicanos es la poesía mexicana. Se espera un “encantado, señorita Pulcritud”, un “con permiso, señor Discurso Elevado” y “a sus órdenes, señora doña Tradición”, con el timing y la entonación del caso. Si un poema o un libro de poemas no se conduce así, no brilla en sociedad. Y justamente las convenciones –queremos leer a un Paz sublime o a un Sabines quejicoso– nos alejan de tentativas tan complejas y tan audaces como la de José Ángel Leyva.  
La aguja es el único instrumento punzante en cuyos fines no cabe ambigüedad: cura o remienda. En esa sola imagen, la de un modesto artefacto de farmacia o de costura, y sin embargo hermoso de silueta, y brillante y puntiagudo, caben todos los afanes de un poeta que lleva veinte años de ser inquebrantablemente leal a sí mismo.



***

Aguja (Essan, Punta Umbría, España, 2009). Aiguille/Aguja (Secretaría de Educación y Cultura del Estado de Chihuahua/Écrits de Forges/Mantis Editores, Québec, 2010). Página ilustrada con obras del artista José Luis Ramírez (México, 1981).






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