terça-feira, 26 de janeiro de 2016

CAROLINA A. NAVARRETE GONZÁLEZ | Nadja (1928), de André Breton: atracción demencial de la piedra imantada


Intento acercarme a la obra Nadja de André Bretón con la intención de desentrañar la dimensión de la locura en tanto configura líneas de sentido que posibilitan el cruce de la surrealidad con la vertiente de la inspiración poética del pensamiento platónico. En primera instancia, se procederá con la caracterización de los rasgos demenciales presentes en la obra, especialmente en la relación que establece Nadja con la ciudad y el amor para continuar con la propuesta platónica de la demencia presente en el diálogo Ion y su correspondiente conexión con la dimensión surreal.
La particularidad de la dimensión demencial presente en la obra es vislumbrada principalmente a través del trazado del encuentro fortuito, de la visión de lo momentáneo y de la propuesta de libertad presentes en el personaje Nadja. El libro propone un modelo de mundo singular, cercano y lejano a la vez de la experiencia ordinaria, donde el azar y el don visionario juegan un papel importante; y otro, más extraño, donde la locura es un dato de la realidad. [1]
En este sentido interesa adentrarse en la ciudad, específicamente en la calle, identificándola como aquel espacio de  la realidad donde se vuelve posible acceder a la experiencia del amor y de la belleza como antesalas de la libertad creadora y del ilimitado campo de la locura. Lo interesante es que esta experiencia demencial le es revelada al narrador de esta obra [2] no sin antes plantearse el tema de la identidad y de su diferenciación como paso necesario para la revelación de su tarea dentro del mundo:

Me esfuerzo en saber en qué consiste, o, más bien, qué tiene de propio mi diferenciación. ¿No es en la medida exacta en que tome conciencia de esta diferencia que se me revelará lo que, entre todos los hombres, yo he venido a hacer en este mundo y cuál es el mensaje único que traigo conmigo?

La inquietud inicial del narrador por encontrar ese rasgo diferenciador que le permita responder a la pregunta ¿Quién soy? le remitirá indefectiblemente a la fuente diferenciadora por excelencia: el otro. Es a  través del encuentro con Nadja y de su paulatino develamiento (¿quién es ella?) la forma en que el narrador irá desentrañando aquella diferenciación que le permita revelar el mensaje que le está encargado entregar a sus semejantes. Sin duda, este mensaje correrá por las vías de la propuesta de la surrealidad: la figura del encuentro fortuito, del azar, del amor, de la libertad, es decir, de lo incondicionado, de la visión de lo momentáneo y sobreviniente, y de la locura, rasgos que Bretón habría emblematizado  en dos libros que porta en su encuentro de 1926: Manifiestos del Surrealismo y Los pasos perdidos. [3]
Ahora bien, el narrador, junto a  Nadja con la cual lleva a cabo diversos recorridos por las calles de París, aprenderá  a asir un mundo donde cada acontecimiento se revestirá con la apariencia de señal por lo que se verá obligado a multiplicar su atención a los hechos palpables a través de sus sentidos, ya que serán éstos los que le permitan una comunicabilidad con dimensiones ocultas de su inconsciente:

Me introduzco en un mundo de las súbitas aproximaciones, el de las petrificantes  coincidencias, el de los reflejos que priman sobre cualquier otro impulso mental, el de los relámpagos que permiten ver verdaderamente. […] Se trata de hechos que, aunque fuesen del orden de la comprobación pura, presentan siempre todas las apariencias de una señal, sin que pueda decirse con justeza de qué se trata, lo que hace que en plena soledad yo me descubra inverosímiles complicidades, las que me convencen de mi ilusión cada vez que me creo a solas en el timón del navío.

Esta constatación remite a una concepción del mundo como aventura tanto en el plano físico-sensorial como en el mental-imaginario, donde cada acontecimiento de la realidad tiene la potencialidad de conducir a planos desconocidos. En este sentido habría para el narrador  una ciudad propiciadora de este tipo de experiencias: Nantes será la ciudad donde “ciertas miradas arden por sí mismas con demasiado fuego […] allí un espíritu de aventura más allá de todas las aventuras reina todavía en ciertos seres”. Los recorridos por ciudades como ésta junto con París parecen ser la condición necesaria para la aproximación, a veces obsesiva, en el oscuro fondo de las miradas de sus habitantes. La fijación en los ojos de Nadja constituye una ventana hacia la visión de aquellos aspectos que escapan a la cotidianeidad: “¿Qué es lo que tienen de extraordinario estos ojos? ¿Acaso hay en ellos reflejos simultáneos de oscura miseria y de luminoso orgullo?”. Nadja, poco a poco se convierte en la fuente inspiradora de André, éste aprehenderá de ella las experiencias súbitas de lo extraordinario y el aliento de libertad: “Consideré a Nadja, desde el primero al último día, como un genio libre, algo así como uno de esos espíritus del aire que determinadas prácticas de la magia permiten momentáneamente vislumbrar pero nunca someter a sus designios”.
En este punto, Nadja como el alma errante que sólo se vislumbra sin posibilidad de retener,  introduce el tema de la libertad. Nadja se mueve fuera de los límites de la temporalidad para interrogar a André sobre su reclusión en la cárcel, la que podríamos interpretar con la carga simbólica de las ataduras de la razón: “Pero, dime,  ¿por qué tienes que estar prisionero? ¿qué habrás hecho? Yo también he estado en la cárcel. ¿Quién era yo? Hace siglos. Y entonces, ¿tú quién eras?”. Esta interrogante remite al ámbito de lo demencial en tanto revela un alejamiento del campo de una racionalidad reconocible. Nadja se sitúa en la perspectiva de la locura reflejándola como un estado, como una manera de comportarse basada únicamente en la intuición más pura, en la libertad como completo desencadenamiento:

Por muy maravillado que yo estuviese ante esta manera de comportarse, basándose únicamente en la intuición más pura, no dejaba de sentirme  alarmado al comprender que, cuando la dejaba, Nadja volvía a ser arrastrada por el torbellino de la vida corriente, la que parecía desenvolverse aparte de ella.

La intuición de Nadja, como base de su comportamiento, determina también la noción de amor que transmite la obra.  Nadja propone el amor en el sentido de su unicidad e improbabilidad: “Es posible que no haga estado a la altura de lo que Nadja me proponía. Pero, ¿qué me proponía? No importa. Sólo el amor, en el sentido que yo lo entiendo –misterioso, improbable, único, confundidor e indudable amor-, el amor, en fin, a toda prueba”. Estos rasgos perturbadores derivados del principio intuitivo emanado por Nadja no sólo afectan a la noción de amor sino también a la inspiración creadora, tema especialmente apreciado por Bretón para su concepción surrealista. Nadja sostiene el báculo de la inspiración como un juego, una fuerza imantadora de lo momentáneo y sobreviniente:

Nadja me acompaña en taxi. Permanecimos algún rato en silencio, después ella me tutea bruscamente: “Un juego. Dime cualquier cosa. No importa qué, un número un nombre de persona. Como esto (ella cierra los ojos): Dos, ¿dos qué? Dos mujeres. ¿cómo son estas mujeres? Visten de negro. ¿Dónde se encuentran? En un parque... Y además, ¿qué hacen? Vamos, si es muy fácil, ¿porqué no quieres jugar? Es así como me hablo cuando estoy sola, contándome toda suerte de historias. Y no sólo historias vanas: es enteramente de este modo que yo vivo.

Esta declaración de Nadja implica la idea de la elucubración como modo de sostén de la experiencia. La invención de historias bajo el manto de la ocurrencia inmediata, equivale a dejar al descubierto el funcionamiento de los mecanismos del inconsciente, del más oscuro y pedregoso ámbito de la existencia. Allí, lejos de la racionalidad, se mueven los hilos de la(s) historia(s) de Nadja. En este sentido, sería pertinente la vinculación entre esta inspiración creadora con la alusión a los mecanismos inconscientes de la creación artística enunciados por Platón a través de la piedra que Eurípides llamó magnética y la mayoría heraclea. Para Sócrates no existiría una técnica en el rapsoda Ión para hablar sobre las hazañas ilustradas por Homero sino que existiría una fuerza divina que le mueve parecida a la que hay en la piedra imantada. Sócrates explica que esta piedra,  no sólo atrae a los anillos de hierro, sino que mete en ellos una fuerza tal, que pueden hacer lo mismo que la piedra, o sea atraer otros anillos, de modo que a veces se forma una gran cadena de anillos de hierro que penden unos de otros. Así, a todos ellos les viene la fuerza que los sustenta de aquella piedra. De este modo, la Musa misma crea inspirados y por medio de ellos empiezan a encadenarse otros en este entusiasmo. De ahí que todos los poetas épicos, los buenos, no dicen todos sus bellos poemas gracias a una técnica sino porque estarían endiosados, dementes y posesos.
Este postulado contenido en el diálogo Ión de Platón permite establecer la relación entre la concepción demencial de la inspiración creadora de Nadja, quien  efectivamente actuaría bajo el signo de la posesión en su continuo relatar de historias, y la imantación que ejercería la piedra heráclea, situación acaecida a los poetas durante el misterio de su creación artística.
Bajo este prisma, vincular el surrealismo bretoniano con una de las directrices del pensamiento platónico resultaría coherente, sobretodo si tenemos en cuenta el automatismo psíquico al que alude Bretón como rasgo característico de su movimiento.
En este punto cabe preguntarse si la demencia que provoca la piedra imantada y la locura de Nadja podrían convertirse en ventanas mediante las cuales se volviera posible poner al descubierto aquellas perturbaciones y universos caóticos que nos habitan.

NOTAS
1. Cedomil Goic. “Cartas poéticas de Gonzalo Rojas”. Estudios filológicos # 36 Valdivia,  2001.
2. Recordemos que esta obra presenta, en cuanto a su clasificación, una riqueza de interpretaciones muy variada: puede ser leída como un documento, un diario de vida, un informe médico, una novela autorreflexiva o una metanovela.
3. Para comprender la dimensión surreal a que hacemos referencia, conviene tener presente, además de estas dos obras de Bretón, una de las obras capitales del surrealismo publicada en 1926: Le Paysan de Paris. Entre sus variadas direcciones, se puede encontrar el tema relacionado con los paseos, deambulaciones o derivas del autor por París, para encontrar, sin proponérselo, lo maravilloso cotidiano, el azar objetivo y los lugares metafísicos que la ciudad puede procurarle.



*****

Carolina A. Navarrete González (Chile). Doctoranda por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente colabora en la redacción de la revista Anales de Literatura Chilena de la PUC y coordina la edición de la revista Digital de Crítica, Ensayo, Historia del Arte y Ciencias Sociales Crítica, específicamente el Área de Literatura Latinoamericana Contemporánea. Dentro de sus publicaciones se encuentran una serie de artículos en revistas nacionales e internacionales donde ha enfocado su interés en diversas áreas de la literatura hispanoamericana. Contato:canavarr@puc.cl.






Nenhum comentário:

Postar um comentário