terça-feira, 1 de março de 2016

JORGE RUIZ DUEÑAS | Alvaro Mutis y los sueños intactos


Pienso a veces que ha llegado la hora de callar

Alvaro Mutis

Hay textos que sólo pensar en la posibilidad de escribirlos nos corroen durante años en las salas de espera del silencio. Como previene el Eclesiastés: todo tiene su tiempo... Ha llegado el momento del cardo y empuño un recuento de viejas y nuevas palabras que son el mismo lienzo, como un grumete de gavia adujando cabos para distraer el azoro por el indescifrable sentido de la vida. Nunca sabemos de quién nos hemos despedido con los últimos destellos de la tarde:

Amirbar, aquí me tienes escavando las entrañas de / la tierra como     quien busca el espejo de las transformaciones / aquí me tienes, lejos de ti y tu voz es como un / llamado al orden de las grandes extensiones salinas […]

Alguna vez pensé que la distinción entre lo real y lo imaginario era una convención del método. Así se comprueba en la obra de Álvaro Mutis. En ésta se cumple el aserto de Eugenio Montale, para quien la diferencia entre prosa y poesía era una pregunta viciada por la hipótesis de que la poesía ha de estar escrita en verso. El verbo arborescente de Mutis, nunca cautivo de la gramática aritmética; intenso, pero distanciado del torrente emocional; enigmático como la creación de nuestra especie en los libros sagrados: es la palabra colmada por las grandes aguas y desastres sensoriales a imagen y semejanza del olvido. Todo sucede allí, donde la pequeña historia de hombres y mujeres sostiene la del mundo. Un hedor vegetal avanza en la floresta de la tierra caliente y emergen los cafetales abrumados por pertinaces aguaceros, entre sentencias y salitre, el husmo de la carnalidad, las cábalas de la memoria y los vestíbulos de la muerte. Así, todo alcanza un sentido que trasciende la desesperanza y el destino de los visionarios malditos.
La poesía de Álvaro Mutis fue siempre en busca de ese orden para solventar el deterioro del mundo, de la materia y del hombre. Que la palabra es ineficaz para atrapar la imagen y la creación es inútil para resolver el dilema entre el deseo y la realidad, son algunas de las escasas certezas del poeta: La poesía sustituye / la palabra sustituye, / el hombre sustituye / los vientos y las aguas sustituyen... Afiliado a algunos registros narrativos de Louis-Ferdinand Céline, Pierre Drieu la Rochelle, Albert Camus, Joseph Conrad o Panait Istrati, importa más en su poesía cuánto del mundo en derrota está en un destino manifiesto del hombre. La originalidad es posible aunque improbable, pero los rasgos literarios de Mutis son infrecuentes merced a su nostalgia del orbe que abarca los antípodas de toda imaginación. La arbitrariedad de la vida es el origen de la obsesión por el viaje perpetuo, navegación existencial de un Maqroll asediado por el caos, las resonancias del engaño y el delirante suceso cotidiano. Ocasionalmente el silencio escribe lo que calla el personaje en el pacto literario y, en la espesura de la elipsis, narrador y lector descienden al Hades, porque todos tenemos derecho a una temporada en el infierno.
Mutis, creador literario de gran calado, está vigente de manera paradójica frente a los signos de nuestro tiempo a pesar de su atracción por la Historia. Esto, porque los temas implícitos en su poesía y narrativa se enfrentan a esos elementos en nuestro mundo efímero y disolvente: la modernidad y su racionalidad instrumental, los efectos de la técnica sobre la vida cotidiana, la fugacidad de las relaciones y los valores, el sentido mismo de la existencia ante percepciones y creencias sobre el origen o el tránsito por el mundo. Años atrás, desde otra perspectiva, advirtió también Herbert Marcuse que “la sociedad industrial posee los instrumentos para transformar lo metafísico en físico, lo interior en exterior, las aventuras de la mente en aventuras de la técnica”. [1] A ello se ha opuesto Mutis desde la alta gavia de Maqroll, como sólo algunos pensadores atentos a la escena humana lo han hecho, mientras la complacencia nos permite caer en el despeñadero de la era.
La visión del Gaviero puede o no ser la del autor, pero el creador literario decidió instalarlo en un espacio a imagen y semejanza del nuestro. Mutis nos enseñó que la narrativa cobra corporeidad cuando podemos sentarnos a conversar con nuestros personajes. Nunca con las máscaras, sino con sus potencias. Por ello, contrariamente al solipsismo de Madame Bovary, Maqroll puede discutir con nosotros así lo hace con su autor no desde una posición omnisciente, sino con una interlocución favorable a la alteridad, a la aceptación del otro y sus circunstancias. Estamos ante la literatura de un adelantado porque su creación nos permite, sobre todas las cosas, el diálogo y no la imposición del pensamiento o el mito de la causa única. La urdimbre para la interpretación parte de conceptos precisados por Myrta Sessarego [2] y así podemos hablar de la categoría del antihéroe contemporáneo ante el héroe mítico. Pero también, se pueden abordar la diferencia del paradigma de Flaubert revisado por Mario Vargas Llosa, [3] frente a la conciencia crítica y singular personalidad de Maqroll; percibir las epifanías que anuncian el azar; entender la responsabilidad frente al destino, umbral de la muerte; y apreciar la moralidad ajena a la cognición burguesa, porque, siguiendo a Nietzsche, toda condena al vicio, la enfermedad, el crimen, la prostitución o la miseria, es condenar la propia vida.
La inmediatez, la velocidad de la información y sus ávidos métodos de dispersión superficial, la ausencia de interioridad, la desesperanza analizada por el propio Mutis en sus memorables conferencias ofrecidas en la Casa del Lago en 1965, [4] los valores de Maqroll, en síntesis, una concepción alterna de la existencia está en sus libros como saldo final de una aventura intelectual en medio de las tribulaciones, el conocimiento existencial y el desapego a la materialidad.
Mutis, cantor de irrealidades y espejismos, parte de los recuerdos, construye el pasado, desconfía del presente y no cree en el futuro. Caso inverso al del joven Goethe, quien porfiaba en negar el presente porque reconocía sólo el devenir. Así, los poemas y narraciones del creador de Maqroll surgen en el entresueño o la vigilia donde despiertan sus criaturas para dictar la revelación: No sé, en verdad, quiénes son, / ni por qué acudieron a mí / para participar en el breve instante de la página en blanco. Por eso, el poeta cree “que la poesía sucede en esferas, en mundos herméticos superiores a nosotros y que nos trascienden”. Si, como escribió Octavio Paz, [5] “puede haber poema integral sin rima siempre y cuando tenga ritmo y contenga poesía”, hemos de pensar en una cadencia semántica [6] que le permitió a Mutis ir del verso libre al poema narrativo, y de ahí al relato poético y al desdoblamiento del poema como novela. Ésta, se antoja una narrativa ajustada a la metáfora persa de engarzar perlas: gaufar sufta, pues propende al estilo literario oriental por el cual de una historia central derivan otras engarzadas a la manera de un collar. Así, las sagas mutisianas están colmadas de paralelismos y antagonismos al crear imágenes cuya asociación evoca sensaciones de naturaleza distinta: olores, sabores, colores, temperaturas, hiladas por el esplendor verbal pleno de coincidencias significativas; encabalgamientos y empotramientos donde se reúnen experiencias irrepetibles, contrastes implícitos, épocas que conviven en la trama del tiempo vertical y alegorías arbitrarias.
“Cuando soy narrador sigo siendo poeta”, decía Mutis. Esto es así, pues, advertido de que el flujo de la poesía, como la luz, puebla todos los espacios, no pretendía que el relato se conformase con la visión objetiva de un destino personal. A la manera de Valéry Larbaud, su narrativa y su poesía alcanzaron un cosmopolitismo cultural más que físico. De esa visión del poeta, conocedor de capítulos europeos sepultados por el calcio del tiempo, de una íntima propensión aventurera, nace Maqroll –nombre concebido para ser fonéticamente asequible en todos los idiomas– inmerso en tramas que apuntan a la desintegración de un universo donde se contienen pasiones y virtudes, nunca ajenas a nosotros. Ese personaje que deambula intertextualmente altera la unidad de poemarios y relatos, respira, degusta brebajes con su autor y le dicta en las zonas del sueño los susurros de pecadores y moribundos: ambos repiten un trance del siglo XII, el episodio de Ibn Tufail y su fruto literario, Hayi ibn Yaqsán (Hijo Viviente del Despertar). Mutis, cosmógrafo atento al movimiento estelar en el territorio de la noche, descifra pacientemente los mensajes, deslía cartas, diarios, notas inconclusas, y finca el prestigio de Maqroll agobiado siempre por deudas insolventes, como Ordóñez de Montalvo con Amadís de Gaula. Es verdad, el poeta afirmó siempre que el Gaviero cumplía una parte del destino no cumplido por él. Pero en su itinerario de viajero, en fragmentos articulados de su propia existencia, seguramente encontró recuerdos no vividos y compartió obsesiones y escepticismos. Y si el Gaviero está dispuesto a todos los oficios en la maleza de los grandes ríos de la América ardiente, gobernado por la ilusión del azar, Alar el Ilirio, Estratega de la Emperatriz Irene –epicentro de elevada prosa de la lengua castellana–, en las dudas de la fe y la lealtad sin límite se aproxima a los héroes de Heliodoro y de Aquiles Tacio, maestros de la novela bizantina. Bien calificaría Borges a “La muerte del Estratega” como una de las más bellas historias de amor que había leído.
El don de lenguas, su recurrente lectura de la Historia, la formación literaria y la contingencia inagotable, propiciaron a Álvaro Mutis una biografía intelectual donde no sólo rugen las aguas broncas y bermejas, entre helechos y abismos de perpetuas brumas apropiadas para el nuevo origen, sino que sus nómadas deambulan también por los puertos del Mare Nostrum y del Mar del Norte. Y desde ahí, minerales o marinos, sus motivos literarios elevan letanías: rutinas interiores del más extraño origen para aplacar las fuerzas húmedas o los quejidos del viento en laberintos de galerías y ademes, donde las emanaciones telúricas se enfrentan a las oceánicas.
Es oportuno observar que entre la reflexión histórica de Marc Bloch y el contrapunto de la creación de Álvaro Mutis, versado en el “magma sin destino” de los hombres, existe una inesperada vertebración. “El cristianismo es una religión de historiadores –afirmó Bloch– […] el destino de la humanidad aparece ante sus ojos como una larga aventura, de la que cada vida individual, cada ‘peregrinación’ particular es a su vez un reflejo.” [7] Que el autor de Los reyes taumaturgos considerara como virtud la índole poética de la Historia, conmocionada no sólo por el tiempo sino por lances personales y colectivos de los hombres confrontados en las posibilidades aparentemente ciegas, en el “espectáculo teatral” y magnífico grato al poeta, traza un vínculo con ese goce estético del que habla Mutis. Esa rapsodia de hechos que le sitúa más cerca de Marguerite Yourcenar que de Arturo Uslar Pietri, con la ilusión del azar aromatizando todas las empresas y tribulaciones del Gaviero, es la voluptuosidad de estudiar las minucias devorando la vida. Sí, porque como afirmaba el historiador: “Casi siempre el error está orientado de antemano”. [8] Por ello, en la invención de la Historia, los pasajes de Mutis se desvelan en relatos breves y reviven a Bizancio; dan nuevo aliento a la narración más conocida de nuestra cultura en la transustanciación de un Cristo creíble; despierta Maximiliano de Habsburgo en la última mañana de su imposible imperio mexicano; late el pasmo final de Constantino IX; medita el emperador sarnoso en Schoenbrunn, y con la congoja regia de Carlos V ante la muerte del poeta Garcilaso y las breves epifanías de Conrad y de Haendel, se construye una posible interpretación de los sucesos y del mundo. Todo, para reconocer el trazo cíclico como sustento.
Así, los avatares circulares resultan de la previsión del poeta, pues se requieren versiones variadas del universo para integrar los condicionamientos y la perspectiva de diversos observadores de la realidad múltiple. La paráfrasis del infierno en la Tierra se corresponde con los relatos sobre lo inasequible y el sistema de las oposiciones. Por ello, este esquema periférico de Mutis revela el soporte de la existencia ante la bestialidad latente donde encontramos nuestras huellas; senderos cruzados que llevan al obligado recorrido del hombre hacia una verdad que precede a la Historia. “Cuando el narrador es el viajero –anticipó Claude Kappler–, [9] se observa que lo mágico se encarna, penetra la vida, como la vida penetra en lo mágico, formando así una entidad que no cesa de afirmar la unicidad de su doble naturaleza.” La noción misma del mal absoluto está vinculada a una estética de la muerte y del peligro, y este creador literario se adhiere en su obra al pensamiento de Rilke mientras hace que sus personajes construyan su propio óbito.
Porque toda empresa de la fortuna está impulsada por episodios y penalidades, el camino hacia lo desconocido es consustancial a la naturaleza del hombre. La misma que Álvaro Mutis comparte con esa corte de seres que no preguntan si son modelos del comportamiento humano, pero toman todo de la vida y son vicarios de su poesía. Así como los textos sacros proponen una interpretación de la memoria, moral y mística, la ficción que encarnan los profetas vagamundos del poeta es sujeta a la insuficiencia del juicio humano y está, por ello, cerca de pobladores de escabrosos fondos literarios: Kalidasa en la India, Li Tai Po en China, Arquíloco en la Hélade, precursores a su vez de otros geniales granujas como Bernart de Ventadorn, Marcabrú, Von Wolkenstein, François Villon y aun de Marlowe. Todos ellos, creadores con criaturas emparentadas en una erupción pirandélica con los seres mutisianos, cantores de la libertad y el libertinaje, incluida llona –antifaz de lo femenino–, hada digna de los prostíbulos de Heine o de las bohemias de Musset. Se trata de la exposición de una ética sustentada en la condición humana y en el hondo conocimiento de Mutis sobre las religiones reveladas y sus intolerancias.
Los sueños incumplidos y el sentido trágico de la vida tienen una raíz común. Por eso el poeta sabe que la meta de sus impulsos se resume en la imagen:

Una caravana no simboliza ni representa cosa alguna. Nuestro error       consiste en pensar que va hacia alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros.

Y esto lo afirman Mutis y Maqroll, con la misma prudencia que Omaar-Al-Khayyam en las Rubaiyat, donde también musita:

Escucha este gran secreto: cuando la primera noche iluminó al mundo, Adán era ya una criatura dolorosa que anhelaba la noche y que anhelaba la muerte.

El viaje como aventura del espíritu y conjuro del tedio, laberíntico y con la mirada en el pasado, ha sido propicio para integrar la saga del Gaviero. En la metáfora de la fatalidad el movimiento perpetuo es sólo una ilusión porque se construye para la contemplación del universo. Desde el sitial privilegiado del vigía, oficio perdido de la marinería, se observan los paisajes interiores, los elementos del desastre y la escena de enfermos incurables atentos a las atrocidades de una sociedad sospechosa. Con este bagaje se ha construido una narrativa que desafía la taxonomía de los literatos al compartir atributos de la novela poética y de acción, y establecer un orden inexorable: el palimpsesto donde se reconstruye el canto de las cosas simples y los hombres sencillos lastimados por el vacío divino.
La idea del orbe y la justicia, ciertamente son ejercicios complementarios del intelecto. La última, por su parte, como la política, causa a Mutis serias reservas y suspicacias. Estas convicciones profusamente diseminadas en su obra, arraigadas en cada letra de su verbo y, sospecho, fortalecidas en el trance infame de quince meses en el Palacio Negro de Lecumberri, se expresaron palmariamente por medio de Bashur [10] en el “Diálogo en Belem do Pará”:

Para mí, ese mundo, dentro del cual vi varios años cargados de una plenitud incomparable, no está más bajo ni más alto que ningún otro vivido por mí. Darle esa calificación moral, es desconocerlo y distorsionar su realidad.  En ese trayecto de mi existencia, me encontré con los mismos hombres, arrastrando los mismos defectos y miserias y las mismas virtudes e impulsos generosos, que el resto de los seres, habitantes del supuesto imperio del orden y de la ley.  Es más, en el hampa en la irregularidad y la miseria, que todo es uno, la parte generosa y solidaria de la gente se pone de manifiesto en forma más plena, más honda, diría yo, que en el mundo donde los prejuicios y las represiones y frustraciones, son un imperativo de conducta.

En la obra de Mutis no es claro cuánto del azar promueve la esperanza o determina el destino del desesperanzado, pero esa postura se torna lucidez para la revelación de los enigmas en el instante, tardío siempre, de descifrar los mensajes que se abren paso desde el inconsciente. Esa disponibilidad sin meta, esa incomunicabilidad que desuella a Maqroll, esa soledad necia que es cumplimiento y fracaso, define la posible segunda existencia sin desasosiego que: A la vuelta de la esquina / te seguirá esperando vanamente / ese que no fuiste, ese que murió / de tanto ser tú mismo lo que eres.
Maqroll, se ha dicho, pertenece a la estirpe de don Alonso Quijano, “héroe delirante y ridiculizado”, según Savater, encaminado al fracaso inevitable. Transgresor, escéptico, memorioso, vulnerable, el Gaviero en su saga se desenvuelve en diversos ejes compositivos para anunciar la degradación de la naturaleza roída por el tiempo. Así, la intertextualidad en la obra de Álvaro Mutis no respeta géneros literarios y su abundancia despliega la bruma de la sugerente ambigüedad. Él mismo hace viajes en el tiempo y ubicuo, como nube dormida, puede armonizar en el pudridero real el delirio amoroso por la Infanta Catalina Micaela, hija del rey don Felipe II. [11] Jacques Lacan [12] afirmaba que “los poetas, que no saben lo que dicen, sin embargo siempre dicen, como es sabido, las cosas antes que los demás”. Y ciertamente, la obra de Mutis es visionaria como la de todo verdadero poeta, pero su origen profundo resulta inextricable, acaso misterioso. Cómo y cuándo –me pregunto– aquel muchacho aficionado en demasía a la geometría del billar y la lectura, impostó al primer Michelet (de la época de 1830) en su “modificación humanitaria de la teología católica”, [13] adoptando lo femenino como significado de “fecundidad y beneficencia nutricia” no exento de erotismo. Por qué el escritor cristiano se desenvuelve en un personaje panteísta y el fervor a la naturaleza se alza con mayúscula mientras a Dios le lleva al terreno plural de las minúsculas en una mirada que se remonta más allá de las religiones reveladas. Acaso porque nos aporta en el aroma de herida vegetal de su poesía una tenue posibilidad para que, como insinuaba Chateaubriand, la libertad contradiga a la providencia. Quizá ha sido Giambattista Vico un preceptor interpuesto por el propio Michelet en su búsqueda de la definición de libertad, y arrambló en las lecturas juveniles su fórmula de que: “La humanidad es obra de sí misma”. Pero, cómo puede Mutis describir con solvencia de experto, ante Eduardo García Aguilar, [14] después de confesar antipatía y distancia hacia el orbe de la política, los fundamentos del Estado moderno que prefiguró Federico II de Trinacria (Sicilia), sin la sinuosidad teórica de Herman Heller. Cómo procesa desde el primer poema una estructura de pensamiento sin nihilismo pasivo y entronca, desde tan inusitada edad, con el nihilismo creador de Nietzsche que, cuando “se niega a sí mismo [...] su negación es la vida”, para traducir en la obra de arte lo que el filósofo reconoció en La gaya ciencia como la única “voluntad de poder”. [15]
Solemos celebrar la vuelta del héroe y el rito intensifica la noción de la tierra del padre. Así, el regreso de Ulises –el siempre esperado– se perpetúa merced a las gestiones literarias de Homero. Por eso, el arribo afortunado y la permanencia en México de quien reconocimos por su bonhomía y saber como un maestro, fue fecunda e irrepetible. Pero, a toda partida parece corresponder un retorno y el exilio se vuelve eterno si las cenizas sin sudario no vuelven al cauce de la violencia fluvial como un inevitable tornaviaje, porque todo sabio viejo aspira al destino de Próspero: sobrevivir a su propia tempestad.
Álvaro Mutis vivió entre nosotros cerca de 57 años. A su llegada (24 de octubre de 1956) su destino como poeta estaba definido. Era el canto de lo inexorable y de la errancia. La sordidez de algunas circunstancias lo templó en el hábito de entender la condición humana. Ésta fue su circunstancia, pero una literatura fluía ya como meandro del Río Grande de la Magdalena hacia la universalidad sin minar la nostalgia por Coello: no por incrustar en sus temas recónditas páginas universales, sino porque traza la aventura misma del hombre.
Varios años después del primer deslumbramiento juvenil por su poesía, conocí a Carmen y Álvaro Mutis en un viaje al sur de la península de Baja California. Para mi fortuna pudimos recorrer durante casi cuarenta años el desierto real y literariamente. Ver las costuras del mar y la arena a la caída del sol mientras los surtidores de los cetáceos nos bañaban y se nos resistía el timón por la corriente de sicigias. Esperar sin frustración el rayo verde de la tarde. Escuchar las confesiones de un fantasma fugitivo del pasado bajo el párpado de la intemperie y la imperturbable presencia de un águila pescadora. Compartir sus lauros, el invierno de Madrid, los avatares familiares, y la presencia de emisarios de sus días aciagos incorporados a narraciones entonces en proceso. Todas ellas fueron experiencias entrañables, como la íntima conversación en la penumbra de su estudio hasta quedar desdibujados por la noche. Allí, donde en lo insondable se escuchaba la respiración de otros poetas, tanto, diría yo, que se podía abrazar en ese recinto a Enrique Molina –el poeta que planeo su propio olvido– mientras la discreta presencia de los gatos daba muestra de entendernos en el sino de los días y los pájaros envueltos en la sombra de la acacia nos dispensaban sus últimas salmodias.
Dónde termina la voz misteriosa que habla por el poeta o el pensamiento fluido de los personajes acosados en el universo hecho a la medida de su creador. Dónde inicia la elucubración y el narrador omnisciente y en qué recodo de las palabras está sólo el hombre que las gesta, su cordura, su fe confesable, el alto designio diferente y, a la vez, refundido en esa marea incontenible del idioma y del desdoblamiento enfermo ennoblecido por la etiqueta del arte. Quizás, unidos sueño y realidad, o sueño y muerte, alternan y conviven en nosotros. Quizá por ello en ciertos pasajes de antaño en ocasiones no distingo la voz de Mutis de la de Maqroll, y veo los aforismos entre las ruinas domésticas de Araucaíma y del implacable imperio vegetal, con el mismo pasmo de un evangelio de la severidad y el infortunio. Pero antes de que lo inexorable, la picardía, o la aventura perpetua y la inclinación por lo vagaroso, sienten sus reales sobre la cordura y la imaginación, antes, digo, viene a mí su comprensión de la finitud de la carne comburente en todos los infiernos omitidos por Dante y su aceptación del prójimo con absoluta misericordia.
La prestidigitación literaria de Álvaro Mutis nos dio episodios sin límite. La angustia, el irreconocible trayecto hacia la nada, pueden ser menos fatigantes con una poesía que lo incluye y supera, sin renegar de éste. Acaso entre la vigilia y la verdad está siempre Maqroll para repetirnos, a pesar de nuestra inquietud: La nostalgia es la mentira gracias a la cual nos acercamos más pronto a la muerte. Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses.
Perdimos en el presente abrumador la sustancia física de un poeta melómano y bien humorado, afanado en buscar el verdadero sentido del mundo en derrota. Ahora ha dado inicio la leyenda, la crónica múltiple, y leemos inusitadas anécdotas en textos afectuosos que, si no son ciertas, merecen serlo. De la espectral caligrafía de Mutis aún quisieran emerger con caliginosos atributos otras letanías blasfemas de Maqroll. Nadie sabe si en el zoológico abierto del pensamiento la causa de los prodigios y las miserias coinciden con la gloria o la cólera de Dios. Quizá por eso, aunque la vieja Smith-Corona calló hace tiempo por voluntad de su dueño, la creación literaria de Mutis no cesará de hacer brotar su palabra en las aguas encrespadas, en los cuartos vacíos nutridos por los espectros de húsares y afiebrados gambusinos; en las batallas inextinguibles como el grito de los loros al recorrer la oscuridad de plantaciones decadentes, donde reptan serpientes del color del amianto y textura serosa. De las grietas del tiempo saldrá su verbo que ha concertado citas con la angustia y los pregones hospitalarios. Saldrá del ruido de los mansos rumiantes que observan desde el fango de sus ojos el paso denso de los príncipes y las espadas herrumbrosas en los cadalsos secretos; de las alcazabas doradas al sol resguardadas por espectros victoriosos, y de la vid cantada a la manera de un mester. Saldrá de las migraciones; del desamparo que anida en los puertos ecuatoriales y en el pulso áspero de mujeres evanescentes como los deseos; de la materia humeante de la sospecha; de la pulpa de los frutos desmayados por el látigo de la tarde. Saldrá de la vida, de la vida misma que prospera silente y en este poeta mayor ha tenido su emisario y en su poesía otra forma de plegaria.

NOTAS
1. El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Edit. Joaquín Mortiz, México, 1968, p. 251.
2. Maqroll el Gaviero o las ganancias de perdedor, UACM, México, 2007, p.488.
3. Vid La orgía perpetua. Flaubert y “Madame Bovary”, UAH-FCE, Madrid, 1995.
4. Álvaro Mutis, Poesía y prosa, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1981, pp. 283-323.
5. El arco y la lira, México, FCE, 1967.
6. Vid Consuelo Hernández, Álvaro Mutis: una estética del deterioro, Caracas, Monte Ávila Editores, 1995.
7. Apología para la historia o el oficio de historiador, México, FCE, 2001, p. 42.
8. Ibíd., p. 117.
9. Monstruos, demonios y maravillas a fines de la edad media, Madrid, Ediciones Akal, 1986, p.91.
10. Abdul Bachur, soñador de navíos, Madrid, Siruela, 1991, pp.167-168.
11. Vid Diego Valverde Villena, Varado entre murallas y gaviotas. Seis entradas en la bitácora de Maqroll el Gaviero, La Paz, Bolivia, Edit. Gente Común, 2011, p.29. Se trata de un insustituible ensayo, profundo y poético, sobre la obra de Mutis donde se hace, entre muchos tópicos, un examen de este tema.
12. Vid Belén del Rocío Moreno, Las cifras del azar. Una lectura sicoanalítica de la obra de Álvaro Mutis, Bogotá, Planeta Colombiana, 1998, p. 96.
13. Vid Paul Bénichou, El tiempo de los profetas, México, FCE, 2001, p. 515.
14. Vid Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Álvaro Mutis, Barcelona, Editorial Casiopea, 1993.
15. Consuelo Hernández, op. cit. pp. 268 y 271.



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Jorge Ruiz Dueñas (México, 1946). Poeta, ensaísta e tradutor, valioso conhecedor e difusor da literatura brasileira em seu país. Foto de Alvaro Mutis: Jorge Uzon. Página ilustrada com obras de Wega Nery (Brasil), artista convidada desta edição de ARC.







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