terça-feira, 7 de junho de 2016

VARIOS AUTORES | Apreciaciones sobre la obra de Omar Castillo


1. HUGO CUERVO

En nuestro tiempo, la poesía y el teatro son géneros literarios para minorías —personas o grupos aislados— que por alguna remota razón, o sentimiento personal, esperan del poeta una expresión depurada de la vida, tal vez unas cuantas imágenes optimistas que él haya encontrado en su aventura de viajero por la tierra.  
Omar Castillo sabe esto muy bien. El poeta antioqueño (no importa, en su caso, el lugar donde nació, sino la intención implícita en su oficio) demuestra una fidelidad excesiva a su conciencia creativa. La evolución lenta de su obra nos anticipa esta afirmación.
Recuerdo los primeros trabajos de Omar, dos o tres folletos que él mismo editó, ilustrados con dibujos de Raúl Restrepo y de Raúl Toro: aparecía allí la obsesión de trascendencia, la inquietud persistente de atravesar los límites escabrosos del lenguaje. Se descubrían fácilmente, en aquellos textos, las influencias de los poetas simbolistas franceses, y “algo” del tono surrealista de Artaud.
El poeta no extendió sus raíces donde había recogido la semilla. Levantó el vuelo, pesadamente en un principio, y observó el paisaje promisorio de la vida. A la curiosidad siguió el asombro; después el bosquejo de las situaciones en rápidos apuntes; finalmente, el retrato, a su manera, de los personajes y de los acontecimientos que se sucedían en la perspectiva exterior, frente a sus ojos.
Omar Castillo encontrará el objetivo de su búsqueda. Encontrará el sentido “personal” de la existencia.
Lejos de los truhanes, de los sofistas, de los imita­dores, alcanzará la definición adecuada a sus propósitos de artista: el momento feliz cuando el poeta descubre la belleza mientras la guillotina de la realidad cae vertiginosamente sobre su cuello desnudo.

[En márgenes, de Diario de la frontera, Cúcuta, 11 de julio de 1982.]


2. JAMES J. ALSTRUM

Omar Castillo nació en Medellín en 1958 y dirige actualmente la revista literaria Otras Palabras editada en su ciudad natal.
Según la solapa del libro de este joven poeta antioqueño, tenemos aquí la segunda edición “con modificaciones” de un poemario que apareció por primera vez en 1983. Desconozco la edición inicial del libro y por lo tanto no puedo determinar cómo han evolucionado estos textos ni tampoco hasta qué punto han sido acertados los cambios. No obstante, partiendo de la premisa de que ya tengo entre las manos la versión definitiva del libro, ofrezco algunas observaciones acerca de Limaduras del sol, el segundo libro de poesía editado por Castillo, además de Garra de gorrión (1980), Fundación y rupturas (1985), y Relatos del mundo o la mariposa incendiada (1985)
El título del libro proviene del último poema (en prosa) que funciona dentro del contexto global de la obra como suerte de epílogo y ars poética. Los versos siguientes del poema titular captan a mi juicio el tono general y el defecto principal que encuentro entre los poemas incluidos en el libro:

“Son esos poemas oscuridad a los ojos. Insuficiente es el secreto del fuego para decir el poema.

Se puede horadar el verso. Obstaculizar la imagen. Dislocarla. Aflojar la cuerda de sus palabras. Y aún así no llegar al poema.”

“¿Verificar el poema? ¿Estandarizar  el poema?
¿Arrinconar el poema? ¿Saturación?”

Es discutible que los versos escuetos que predominan a través del libro sean limaduras o el producto destilado de un intento de pulir variantes originales. Sin embargo, no cabe la menor duda de que los efectos de estos versos son deslumbrantes para este lector o como lo ha expresado el sobredicho poema: “son esos poemas oscuridad a los ojos”.
Limaduras del sol es un libro desigual por sus altibajos estéticos con titubeos formales y balbuceos que revelan un lenguaje no muy bien consolidado todavía. Se destacan varios ejemplos de brillo aislado junto con un impresionante virtuosismo surrealista en que el poeta juega con el espacio, los colores y emblemas simbólicos, los sonidos (ie, onomatopeya), lo grotesco, y la alusión, más distintas formas como el poema en prosa, sin que (sino en contados poemas tales como su homenaje a Mallarmé llamado “El nenúfar blanco” o en “Fábula” y quizás “Paredón y sentido”) logre equilibrar, de una manera satisfactoria, la forma y el fondo del poema. A pesar de lo que acabo de decir, percibo un talento indiscutible que puede plasmar en el futuro poemas e inclusive libros de mayor calidad y una hechura más cuidadosa.

[En Estudios Colombianos, No 4, Bogotá, 1987.]


3. EDUARDO JARAMILLO Z.

En su libro Limaduras del sol, el poeta se muestra más fiel a sí mismo, a su propio espacio poético. Piedras, manos y lejanías son sus imágenes recurrentes. A partir de ellas, concibe la poesía como una labor artesanal, no tanto porque así lo aprecie el lector en el cuidado o la finura de las composiciones, como porque el poeta lo dice explícitamente: “soy orfebre del vacío / tallador de piedras aéreas incandescentes / es en las cuencas de lo fugaz donde ejecuto mis vaciados”.
Expresiones de este tipo no llaman tanto la atención sobre las “piedras aéreas” o “las cuencas de lo fugaz”, como en la ostentación del yo que las propone. Se le podría atribuir una gastada estirpe vanguardista, pero quizá esto sea menos importante que la simple constatación de que el mundo que nos presenta no transcurre en el sosiego sino en el deslumbramiento. El título mismo del libro puede darnos una idea: la poesía de Omar Castillo es una poesía exclamativa.
Paradójicamente, la homogeneidad de esta poesía se caracteriza por su insistencia en la desarticulación del yo poético y del mundo, tal y como lo muestran los versos siguientes: “Dislocado / atrapada mi cabeza por redes de vientos”, “embriaguez del espejo dislocado / en sus lenguas”. A partir de aquí surge una contradicción insoluble: ¿cómo introducir la desarticulación del yo y del mundo en el espacio de por sí articulado del lenguaje?, ¿cómo descoyuntar completamente la imagen para rozar al menos un espacio que subsiste un palmo más allá del orden que establecen las palabras?  En la composición que da título al libro se expresa claramente esta problemática:

“Se puede horadar el verso. Obstaculizar la imagen. Dislocarla. Aflojar la cuerda de sus palabras. Y aún así no llegar al poema”.

Poéticas de otros autores se han ocupado en esta problemática. En la obra de Álvaro Mutis el poema se produce un instante antes de disolverse en el caos o en la nada. En la de Jorge Luis Borges, el poema es escrito por muchos hombres y constituye una inconcebible unidad. Entre la homogeneidad y la desarticulación en el caso de Omar Castillo.

[En Boletín Cultural y Bibliográfico Banco de la República, Bogotá, volumen XXIV, número 10, 1987.]


4. LUIS IVÁN BEDOYA

Podría intentarse una descripción de la experiencia de una lectura de todos estos textos con frases como “en la expandida y convincente oscuridad las palabras llegan a ser palpables como una pastilla que es demasiado venenosa para tragársela”, “son gotas que caen de una pesadilla y destellan en su caída al capturar las chispas de espejos evanescentes”, “se trata de articulaciones desnudas en las que se mata casi toda convención “, “suenan en ellos voces como hojas que buscaran su perdido libro”, “después de leerlos se regresa a la soledad en medio del caos, mientras el silencio de la espera se atreve a conjeturar que nadie lo sabe, que nunca se sabe.
EL INFORME de Omar Castillo se desliza fríamente sobre la superficie de las cosas. La obstinación de su mirada extraña enteramente, la ilusión de referencias más allá o más acá de las cosas “primarias” que violentan una existencia suspendida en el abismo de la ciudad.
La condición de estos textos se transmite al lector directa y desnudamente, como una estrategia de expansión o realización en varias formas del puro y simple título: Informe.
Todo el libro está construido como un sólido reporte en el cual cada parte es una cuidada pieza de una “máquina” polifónica en la que se ignoran o se borran irónicamente, todas las señales de la repetida e insoportable cacofonía de la interioridad.

[En Informe, primera edición, Otras Palabras, Medellín, septiembre de 1987.]

5. JOSÉ LÓPEZ RUEDA

Es paradójico que quienes se proponían romper con el pasado, hayan constituido ya, sin poder remediarlo, una tradición que tiene por lo menos sesenta años. Me refiero al movimiento surrealista que iniciaba oficialmente su andadura revolucionaria en 1924 con el Primer Manifiesto de André Bretón. Es bien sabido que el surrealismo repercutió ampliamente en los países de habla hispana y, desde luego, en contra de lo que suelen decir algunos críticos, el Lorca de Poeta en Nueva York, el Aleixandre de Pasión de la tierra, el Alberti de Sobre los ángeles y tantos otros, son surrealistas. Y digo que lo son porque el surrealismo no es solamente el automatismo en la escritura. Se puede ser surrealista utilizando materiales del inconsciente manipulados y construidos por la conciencia artística. Si esto no fuera así, no existiría la pintura surrealista, que evidentemente pesca sus temas en el inconsciente de los sueños, pero los somete a cuidadosa elaboración. Pensemos en Salvador Dalí. Pues bien, en este sentido creo yo que Relatos de Axofalas se inscribe dentro de la corriente mencionada y boga en ese gran río de poesía subterránea, ya navegado por Rimbaud, Nerval —“Le Ténebreux”, “Le Veuf”—, y Lautréamont. La plaqueta de Omar Castillo se abre con un poema titulado “Relato que signa”, en que el hablante lírico es un misterioso rey llamado Axofalas que se siente feliz en medio de la pesadilla que es su vida.
“Soy un rey” / nos dice / “¿Acaso Axofalas? / Antiguo / Tan antiguo como el hombre / Tras mis vestiduras se esconde una piel casposa / Que hiere en la caricia / Aunque también soy tierno así me falte el falo / ¿Lo perdí en una riña? / Si mal no recuerdo / En los bajos fondos de un país por aquellas épocas recién penetrado por mí / En su lugar han crecido víboras / Con su veneno han sido engendrados mis hijos / Mírenlos / Cómo se arrastran  / Qué bellos /  Y mis mujeres son las más felices / Cuando les clavo las uñas en sus senos...”. Como puede verse, nos hallamos ante la estética de la crueldad, tan cara al Conde de Lautréamont en sus célebres Cantos. Detrás de Axofalas está Maldoror y, por supuesto, el divino Marqués. Por cierto, que en este gusto por lo terrible, situado en un tiempo indeterminado y legendario, tiene Omar Castillo un precedente en los poemas en prosa de José Antonio Ramos Sucre, el poeta venezolano que se suicidó en Ginebra en 1930. Sin embargo, hay algo más en estos poemas-relatos: me refiero a cierta atmósfera de misterio, vaguedad y pesadilla que transmiten al lector el miedo y la angustia del narrador. Las historias y los personajes están siempre difuminados, borrosos, como vistos a través de la niebla. En algún caso, como en “Relato en la estructura incisiva”, no encontramos una narración, sino una especie de letanía obsesionante que nos describe de forma abstracta el paisaje de la desolación y el vacío. Leyendo estos textos, nos preguntamos si no serán una expresión inconsciente de la terrible violencia que azota cotidianamente la vida de la sociedad colombiana hace ya varias décadas. Y más si el libro está publicado en Medellín.

[En Valoración de la palabra, No 27, Madrid, junio de 1992.]


6. LUISA FERNANDA RESTREPO

La única ética del ser es la intensidad

Roberto Juarroz

En el poema descansa un destino de revelación, en su particular manera de decir, el mundo asume la máscara de la palabra y la traduce en imagen, es en esta en la que se ha depositado la función del descubrir, del hacer visible. Pero, ¿qué es lo que nos ofrece como visión el poeta?, ¿cuál es su verdad y por qué merece ser comunicada?
La poesía como ejercicio creador nada puede contener como afirmación irrefutable de una totalidad, es ella puro devenir, fervor, celebración y duelo, paciencia y duda. Su verdad no está en la habilidad de exponer unas premisas, sino quizás en todo lo contrario, en el hallazgo de una intensidad, en la certeza de sabernos huérfanos del mundo, desam­parados ante tantos absolutos (los de la ciencia, los del poder... los ofrecidos por las instituciones).
La obra de Omar Castillo es quizás un buen camino para conducirnos a ese lugar que más que patria es abandono, espacio vértigo “Donde la conciencia articula el enigma”.
El poeta ha hecho de su vida la señal de su búsqueda, el que hace del lenguaje una pregunta se reconoce en su humanidad, se arriesga a forzar la comprensión aunque sea sólo para lograr decirse por un instante.
Pero, ­¿cómo forzar el sentido de una palabra que es pura fisura? Precisamente es en esta especial manera de darle cuerpo a su universo poético como es posible hallar la consistencia de su preguntar, reconciliarnos con eso que no es salvación... El poema no puede servir para nada en el sentido en que nos son útiles las cosas del mundo; el poema no es un manual para sacarnos de apuros, sin embargo, el poeta “no se puede resignar al silencio”.
Omar Castillo sabe que su espacio es el del lenguaje; una conciencia aquí que opera como razón le ha hecho asumir con el rigor que se requiere el oficio de escribir. En tiempos en que la palabra se manosea y el pudor no es sino una existencia en sus inventarios, el poeta se la ha jugado por la mesura y la pulcritud; escribir sin someter la palabra a su sinsentido es la exigencia que se hace el creador, pero esta decisión tiene sus costos, la escritura es inclemente: “Una palabra más y arde mi cabeza para siempre”.
Con la soledad que encuentra aquel que es capaz de callar, Omar Castillo ha hecho su obra. Como un guerrero, el fracaso lo lleva a la vida y es quizás en esta paradoja donde es posible intuir la verdad del poema. El fragmento y la escritura que lo hace posible contienen el estremecimiento, lo demás es la anécdota, tan lejana de todo hacer artístico.
Pero no podemos conformarnos con reconocer en el espacio de esta escritura un pudor y una mesura; no, si bien estas son características que dan cuenta de la manera que tiene el poeta de encontrarse con el lenguaje; el resultado de esta relación es vigoroso, en sus textos el fulgor es un encuentro, metáfora de lo hallado, experiencia íntima que en su comunicación comparte la otredad.
Aquí también la escritura fragmentaria es la visualización del momento soberano batalliano en el que una verdad nos arroja al mundo para dejarnos allí al amparo de su única posibilidad, la experiencia, el instante como totalidad, lo demás es tránsito. Su voluntad ha sido la de la eternidad del ahora, de ahí que la afirmación de lo que deviene se convierta en obsesión; recordamos entonces algunos fragmentos de su escritura: “Insuficiente es el secreto del fuego para decir el poema”, “Carcajada de un dios en agonía finita”, “Soy el holgazán del mundo, al cruce de todos los tiempos” o “Que a nuestro paso el mundo se estremezca”.
El trabajo de Omar Castillo con el poema es su manera de responder al enigma del mundo; la develación está cargada de un furor que estremece el vacío, su voz ampara un saber del mundo, la vida que es aquí puro gasto —ya lo habíamos afirmado— se corresponde con su obra; el poema no es inocente, se ha decantado en la lectura, en la discusión, a su escritura la antecede una terca relación con el mundo, el riesgo ineludible de entregarse a la intensidad.

[En Babel No 6, Medellín, septiembre de 2005.]


7. ÓSCAR CASTRO GARCÍA

Omar Castillo ha dedicado gran parte de su vida a la poesía. Puede afirmarse que ésta es su documento de identidad.
Es la suya una poesía de la oquedad, de las cavernas, de las ciudades, y de los orígenes de la humanidad, del fuego y de la palabra misma. Es el canto que busca el momento inicial, cósmico, mítico.
Otros asuntos también recorren la poesía de Omar Castillo: la ciudad con su tráfago, sus especies, sus delirios, sus encantos. El hombre en ella, como un extraño, títere en un laberinto de puentes, calles, edificios y soledades, anonimatos y encuentros fugaces. La soledad es el precio de la ciudad. El viaje, el modo de ser. El comercio, el mayor delito. El caos, el hábitat. Y, por encima, hay quienes algún lucro sacan del desorden, de la violencia, del consumo y de la miseria. Quedan algunos refugios: el mundo interior, el encuentro erótico, la infancia, el bar, la poesía, y la eterna lucha entre la permanencia y la fugacidad, la rutina y la eternidad, lo efímero y el recuerdo, el enigma y su desciframiento.
Y en el recuerdo cobran vida también estos poemas entrañables, las pocas grandes obras de quienes ya partieron, los amores sencillos y esplendorosos con que los dioses nos premiaron en la tierra, la compañía de los amigos, los paisajes de nuestra geografía, los rostros de la gente anónima, algunas calles, ciertos momentos en parques o tabernas, los amaneceres, los atardeceres lluviosos o calurosos... Y, de nuevo, esta poesía de Omar Castillo, que acentúa siempre el sabor agridulce de la vida, el mismo que advertimos con inquietud cada que despertamos, o en nuestro más profundo sueño.

[En Babel No 6, Medellín, septiembre de 2005.]


8. NÉSTOR LÓPEZ

Buscamos algo
que nos ha encontrado

Jim Morrison

Y es en Poema de New York en donde un furtivo inmigrante llega en invierno, unos meses, 16 semanas, 16 instantes de memoria que construyen este texto directo, lacónico, hecho en un círculo de silencio en medio de la algarabía de hablas extrañas, tratando de “hacer sonar la memoria de Babel” que es esta City.
De la mano de este caminante asistimos a los íconos de una ciudad que lee y escribe sus propósitos en las vallas de Times Square como tablas de ley que rigen “El cómo y el cuándo de cada acto / De cada representación en el arsenal cotidiano”. En la calle, multitud tumultuosa vomitada desde el subway; algarabía seductora, pero también frontera de lenguaje para el poeta que escucha sonidos como música incidental de una locación que provoca el poema:

“Olores a comidas
Avisos fijados en las paredes
Buzones de correo
Señales de tráfico
Bolsas de basura
Escombros todos hacen señas e indican
Un sentido o su ausencia”

En este momento de la lectura es cuando la intuición se vuelve certeza. Esta City narrada dialoga con aquél iconográfico libro Informe, escrito por Omar Castillo en 1987 y que es sedimento, soporte, “pasadizo” para hurgar en las rutas descritas que nos anuncia su obra hoy.  Y gracias a este ir y venir entre Informe  y Poema de New York es que podemos dimensionar una escritura que pasa del balbuceo al abismo, de la cámara subjetiva y el traveling al lento caminar, del zoom in del rostro arrugado de billete al zoom out de un paisaje de Hopper:

De súbito
Una parada de bus recuerda un paisaje
Que no pudo pintar Hopper los trajes
                                                                         Haciendo fila
                                                                         Cubriéndose del frío”

En Informe son las 11:30 am, en Poema de New York son las 11:30 pm y, juego, “no es insinuación”. Allí, se deja el “Café a medio consumir en la prisa / por llegar puntual”. Aquí, la velocidad es el afuera y el poema es magma que abrasa, que petrifica el momento. Allí, el poema es revelación de mundos y rebelación contra el mundo que no admite miradas interiores. Aquí, es una toma conciente de abismos y riesgos que despojan al poeta de su torre para dejarlo a ras nuestro confesando que está allí “Porque necesitaba el tejido / Para el recuerdo / De un olvido”. Así el poeta, el poema y sus ciudades, New York, Medellín. Él, cargado con su historia y con la histeria que le recuerda que el azar lo lleva a la orilla de un mar oscuro, un mar que esculpe a New York como su poema esculpe su ser, dejándole a la deriva para una evocación:

“Y en el tráfico que hace esta City
Suceden versos que el inmigrante
Hubiera escrito de haber
Con el dolor y revelación que los implican

Vivido
He
Ahora              memorizo           que
No                   estás
O                     que                     estás
Fuertemente
Lejos
De mí              tu           cabeza
De piedra
Tus
Dientes para el                       agua
Aquel puñado de hierba          negra
Que te barre la                        frente

Mi querido León Pizano
Todo invasor resulta invadido
En tanto
El mar regresa con lo esculpido”

Ahí, la New York de Omar Castillo, en silencio, esculpida con sus restos, tal como la poesía esculpe el “nido de avispas” que es el mundo interior del poeta descrito en el numeral VII de su libro inédito Romance de la ciudad, y publicado en el número 11 de la revista Interregno en septiembre de 1997.
Él, reacio aún a la mueca para la posteridad, él que dejó que sus dados se hicieran añicos para recibir el asombro.
Así, Poema de New York, piel excavada,  cruz de la moneda cuya cara es Informe.

[En diverCiudad, Ateneo Porfirio Barba Jacob, Medellín, mayo de 2007.]



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Guillermo Wiedemann (Colômbia, 1905-1969)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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