quinta-feira, 28 de julho de 2016

MARTHA L. CANFIELD | Ranas, cigarras, gallos y gorriones: la naturaleza cantante de Eugenio Montejo


Jamás he visto un ruiseñor,
amé otros pájaros,
cuidé sus nidos  inocentes.
Crecí a la lenta luz del trópico
mirando las iguanas atar el arcoiris
a mi corteza.

Eugenio Montejo

Leer la poesía de Eugenio Montejo significa entrar en un vasto universo, complejo, variado, a menudo sorprendente e incluso desconcertante, siempre seductor. El lector que penetra en ella queda impresionado por su emotividad, convencido por la visión de una realidad que, a través de varias generaciones, llega a encarnar el presente más vivo. La poesía de Eugenio Montejo nos habla de una actualidad que es la de todos nosotros, habitantes en conflicto entre dos siglos, que en poco tiempo hemos desarticulado tradiciones, costumbres, creencias ancestrales. La fragilidad de la criatura del 2000 es la de quienes ven eclipsarse una época e inaugurarse otra  con el consiguiente colapso de tantas certidumbres y con la apertura hacia horizontes che parecen al mismo tiempo – justamente por ser tan nuevos – prometedores y desastrosos, estimulantes y amenazadores.
Hoy que la evolución de la ecología y también su difusión a nivel mediático están creando una "conciencia ecológica", la poesía de Eugenio Montejo nos llega con la fuerza de una profecía y de una promesa. Conocedor del rico patrimonio hispanoamericano y en línea con los poetas fundadores de la modernidad vinculada al imperecedero canto de la naturaleza – de Ramón López Velarde a Álvaro Mutis –, Eugenio Montejo se abre asimismo a otros horizontes y se nutre de la gran poesía europea del siglo XX, de Saint-John Perse a Montale. Si López Velarde había individualizado en las espigas doradas del maíz el verdadero tesoro de México, por contraposición al negro y diabólico petróleo, y consideraba el canto del zenzontle la voz más armónica de la naturaleza, capaz de dialogar y hasta de superar la voz del poeta humano, Mutis ha construido, a partir de la fauna y de la flora de la "tierra caliente" de su infancia – es decir, de la provincia colombiana del Tolima – una geografía simbólica, en la cual memoria y proyecto espiritual se reúnen, desesperanza y teleología pueden convivir, probando el incesante tormento del hombre de hoy. Enseguida después llega Montejo, y sus acacias y sus árboles como torres, a veces "góticos", a veces estáticos e íntimamente sangrantes, junto con sus asnos, sus cigarras, sus tordos, sus gallos, sus bueyes, sus ranas, sus hormigas, componen para el lector un paisaje inconfundible, tropical, vivísimo, el cual, a medida que la ciudad trata de sofocarlo, se levanta y se transforma, se trasciende a sí mismo, para configurarse como paisaje del alma, primero íntimo y personal, ligado a una memoria individual, luego colectivo y de época. Entonces la acacia de Montejo se saluda con el eucalipto de Montale, y su gorrión se pone a cantar junto con la upupa de Montale. Entonces, en la tierra ardiente de los llanos puede aparecer la nieve, y la nieve puede ser "sonora", porque el paisaje de la memoria se vuelve alfabeto del mundo y cada uno de sus elementos se vuelve un símbolo que le habla al hombre de todos los tiempos – como a los lectores de Saint-John Perse o de Montale – revelándoles la razón de vivir. Esa razón de vivir que el poeta no se propone definir, pero que espontáneamente busca e inevitablemente comunica, aun más allá de sus propios postulados. "Amo la tierra", dice Montale, "amo a quien me la dio / a quien me la quita". "Creo en la vida", dice Montejo, "bajo forma terrestre, / tangible, vagamente redonda, / menos esférica en sus polos, / por todas partes llena de horizontes".
No es superfluo subrayar una vez más que esta tierra de sueño, capaz de ascender en la escala simbólica y volverse mítica y universal, no nace en absoluto de la literatura, como los famosos "paisajes de cultura" de Rubén Darío, sino de la realidad inmediata de Venezuela, conocida y vivida por el poeta. Si el Orinoco puede limitar al norte con el "deseo", si cierta península puede tener, dibujada por el cartógrafo, un perfil de mujer tan verosímil que pareciera que habla, es también cierto que los mapas que los representan remiten a una geografía verdadera y tangible, donde el sueño se ha encarnado antes de difundirse como leyenda y donde es posible creer todavía en la felicidad. Es más, la felicidad no pudo existir sino aquí, así como ese paraíso llamado Manoa nunca ha estado en otro lugar. Estos mapas, nos asegura el poeta, "no han mentido jamás":

Esos mapas eran cartas verídicas de amor,
tatuajes de navegantes,
páginas puras para decirnos que la vida
sólo es eterna en esta orilla del Atlántico.
("Mi país en un mapa antiguo", TA) [1]

En esta tierra todavía es posible dialogar con todas las criaturas, animales y plantas. Los árboles hablan poco porque meditan mucho, y los pájaros, como a veces el tordo negro, saben interpretar su pensamiento transformándolo en canto. El poeta en cambio es la dramática criatura testigo de un paraíso vivo pero vedado, mundo ideal del que dura la nostalgia, pero que la memoria lacerada no logra recuperar si no muy vagamente:

Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
("Los árboles", AP)

El poeta es un interlocutor limitado, que ha perdido en parte las prerrogativas que tenía, y que sigue perdiéndolas en el proceso incontenible de urbanización del planeta, con su trágico reverso de aniquilación de la naturaleza. No obstante, él está en condiciones de percibir la unión entre el mundo natural y la esfera de lo trascendente, tal vez porque la arrogancia en expansión aún no lo ha enceguecido completamente. La poesía de Montejo es un diálogo constante con los animales más humildes de la naturaleza – pobres bestias de carga, insectos insignificantes – en los cuales se reconocen las huellas de un recorrido trascendental que, más allá del significado kantiano del término, se puede denominar "camino", "vía", o más específicamente "tao", como en efecto ocurre.
La hormiga, por ejemplo, que no procede de la tierra, como banalmente podría pensarse, sino de "remotas estrellas", comparte el alimento humano comiendo las migas, incluso amargas, de la mesa de los hombres; acaso porque así debe seren el orden de las cosas, en la visión taoísta del autor.
"Taoístas" son también las ranas, y el coro de su croar está formado por una sola vocal estupenda, – o al menos una sola vocal es lo que logra captar el pobre poeta. Ella borra por un instante el enigma del mundo y derrama sobre quien la escucha "la máxima gracia" ("Las ranas", AM).
El asno y el buey, ejemplos de solidez y de firmeza, que en su capacidad de soportar pacientemente podrían comunicar una segura fe inocente en ese orden de las cosas anhelado por el hombre, se le aparecen a Montejo como otras tantas criaturas tocadas por la gracia divina, siempre en armonía con el mundo circunstante, guardianes tal vez  de secretos lenguajes esenciales que el hombre ya no es capaz de descifrar, aunque el poeta pueda llegar a intuirlos. El asno es capaz, con sus "largas orejas", de escuchar todas las músicas; y los "golpes de Dios", de vallejiana memoria, se los guarda, los asimila, es más, los conserva en su "baúl de mariposas", maravillosa e insólita metáfora del cuerpo; "y no se queja nunca", nos asegura el poeta ("Honor al asno", ASXX). Ejemplo conmovedor de estoicismo, es probable que el asno, como se dice más adelante del tordo, sea otro mensajero del "sueño presocrático", que nos llega a través del tiempo milenario de la estupidez humana, para recordarnos que alguna vez supimos escuchar.
Al buey, que "va arando el tiempo, no la tierra", y es por lo mismo "sabio, profundo, demorado", se le reconoce como "maestro cuadrúpedo", que interpreta y comunica "el habla porosa de las piedras", donde el adjetivo porosa sirve para subrayar la existencia del organismo frágil de las piedras, a través del cual sin embargo se genera y se transmite la función vital del lenguaje (v. "El buey", AM). El buey, también él taoísta, intérprete de la inverosímil y paradójica vitalidad de la piedra, es por lo mismo capaz de grabar los signos del tiempo en el rostro humano, si el hombre es capaz a su vez de escuchar su lección profunda y lenta, como el "tardo paso de las nubes".
Pero son tres, tal vez, los animales privilegiados en la escala simbólica de Montejo: la cigarra, el gallo y el gorrión. A la primera le dedica un poema largo, en catorce cantos, que da asimismo título a todo el poemario, Partitura de la cigarra(1999). La llama "la maestra de Orfeo" y la "reina maga", y rechaza las tradicionales acusaciones de ociosidad che se le han hecho por contraste con la infatigable hormiga, en parte porque en el trópico, donde no se dan las estaciones que puedan marcar los ciclos de trabajo y reposo, la cigarra canta todo el año. Y lo que ella canta, según el poeta, es aquello que los hombres deberían aprender a apreciar, e incluso a venerar: "el milagro / de habitar este mundo" ("Partitura de la cigarra", PC, Canto VI). El poeta escucha su canto, recibe su mensaje y sueña que podrá cantar lo que ella canta. A través del corazón del poeta el canto de la cigarra se renueva y vive. El cuerpo de la cigarra es perecedero, como el cuerpo del poeta; el canto de ambos, en cambio, permanece en el tiempo y uno es la continuación del otro, si ocurre, como debe ser, que se establezca un diálogo entre las distintas criaturas que saben y pueden cantar – y celebrar – el don precioso de la vida:

[...]
el canto es ella misma,
está atado a su cuerpo como un ala.
Hacerlo oír, traerlo aquí a la tierra,
a quienes ya no están pero lo oyen
y a quienes más tarde no estaremos,
prodigarlo en el mundo es su trabajo.

Siempre tendremos más canto que cigarra,
(se gasta el cuerpo en breve,
desaparecen ojos, alas, sombras,
pero nos queda intacto lo cantable),
siempre tendremos más tierra que existencia
y más canto que tierra
y más ausencia que nostalgia.
("Partitura de la cigarra", PC, Canto XII)

El gallo, que como la cigarra es más canto que gallo (v. "El canto del gallo", AM), derrama sus notas de incontenible armonía por todas partes. "El canto está fuera del gallo", y dentro de su pequeño cuerpo frágil no hay más que vísceras perecederas y sueño perdurable. Su sueño, como su canto, es el que él transmite al hombre y sobre todo a aquel que puede dialogar con él, o sea al poeta. Su sueño, como su canto, está unido al drama que amordaza a la humanidad de fin de milenio: la ciudad ha destruido el campo y ha condenado al gallo al silencio. No obstante, si bien el gallo – como el poeta – puede perecer, el canto no perece jamás. O por lo menos el eco de la voz del gallo sigue haciéndose oír, sobre todo en medio de la catástrofe causada por el desarrollo urbano:

No hay campos cerca, sino edificios, ruidos urbanos,
la religión del dinero con sus máquinas...
¿Dónde se esconde el eco de ese canto
que se quedó sin gallo,
que no cuenta con patios ni verdores?
("Canto sin gallo", PC)

El gorrión, en fin, pequeño pájaro de dulce canto, como los otros animales citados, es símbolo de la voz musical del poeta, pero en este caso es incluso mucho más, es el canto mismo, es el "canto sin cuerpo". El gorrión es el canto por antonomasia, el alma del poeta, la voz de mañana y la esperanza de hoy:

El cuerpo se hunde en tierra cuando muere
y el gorrión permanece:
de un canto a otro va rodando
[...]
("Anatomía del gorrión", PC)







Escuchar los cantos de las criaturas es un deber moral, transmitirlos a través de las técnicas del poeta es una tarea noble y necesaria. Tal vez, detrás de estas voces que no deben perecer, están los dioses profundos, y la voz secreta que ordena el universo se filtra a través de ellos como un susurro, como una respiración constante, para sostener el canto, la música de las esferas. El animismo panteísta de Montejo, en heroico contraste con el materialismo y el utilitarismo odiernos, restituye al desencantado lector del tercer milenio un significado y una razón de vida. Guiados por las voces persuasivas de sus pequeñas criaturas magníficas, nos sentimos reconciliados con la naturaleza que hemos descuidado y maltratado, entramos nosotros también en el vivificante diálogo cósmico que él nos revela. Así, logramos sentir el movimiento mismo de la tierra que gira y las voces eternas que la pueblan, sobreviviendo al tiempo que borra y a la sorda urbe que trata de aniquilar:

Sentir. La tierra que gira porque siente
el espacio estrellado. Y el mar y el mundo
y el minúsculo tallo de la hierba.
Sentir el tiempo cayendo gota a gota,
desesperadamente.
(¿Qué siente mayo, qué siente el calor verde?)
Sentir la lluvia y su tambor de piedra
y la naranja en su planeta solitario
lleno de aromas amarillos.
Sentir más cerca, dentro y fuera del cuerpo,
con lo que queda en él de nuestros padres;
oír sus voces llamándose en la nuestra.
(¿Qué siente la nube en la ventana
cuando los ojos la detienen?)
Sentir. Los astros más y más se redondean
gravitando en sus azules sentimientos.
Sentir, sentir a pesar de la ciudad,
contra los vahos de su anestesia,
con la infancia que aún corre por la sangre,
con la magia del sueño;
apartar de la carne sus viejos bueyes de opio
hasta que se despierten.
("Sentir", AM)

Detrás o dentro de las cosas, en los seres, en las voces universales, palpitan siempre vivos "los dioses profundos", que tanto necesitamos. Y aunque todo lo hayamos perdido, ellos estarán allí para recibirnos. "Están intactos", nos asegura el poeta, y en el centro de su llama vital nos esperan. "Ningún soplo del tiempo los apaga". Tenemos únicamente que descifrar sus voces en medio de las voces que nos rodean, tenemos que escuchar (v. "Vuelve a tus dioses profundos", TER).
Y aunque se hubieran vuelto mudos, su eco sigue permaneciendo íntegro, circulando en nuestra sangre, como el canto del gorrión en el aire.

NOTA
1. Los versos citados serán indicados con el título del poema y de la sigla del poemario, según estas equivalencias: AP = Algunas palabras (1976), TER = Terredad (1978), TA = Trópico absoluto (1982), AM = Alfabeto del mundo (1986), ASXX = Adiós al siglo XX (1992), PC =Partitura de la cigarra (1999).




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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Oswaldo Vigas (Venezuela, 1926-2014)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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