segunda-feira, 29 de maio de 2017

LUIS FERNANDO CUARTAS ACOSTA | Actos de desmesura, embriaguez, genialidad y locura


Se dice que un genio manifiesta ciertos estados de locura, más en una sociedad neurótica en estados autodestructivos del alma, no todo enajenado es un genio. Esas manifestaciones son fuerzas de una gran energía creativa, estados anímicos que conllevan a actos destructivos y creativos, a una devastación tortuosa y sombría, melancólica o festiva, producto de la incomprensión de sus medio, de grandes faltantes de pares con los cuales puedan compartir sus sueños. Es el origen del numen imaginativo, presencia de una originalidad que junta lo artístico y lo científico, abriendo caminos nuevos y trasformando su realidad en preguntas siempre inéditas.
Juego deslizante de insatisfacciones, de acrobacias espirituales, de búsquedas incesantes, del sentido del movimiento y del color, hay en esos seres hay una duda gigantesca, la enorme soledad de un diálogo con el universo, en pleno sentido de lo diverso y lo expansivo, la lucidez y la oscuridad, el encantamiento y la esperanza al lado de impenetrables socavones de desesperanza y desaliento.
De ahí que los genios sean propensos también a actos desaforados, a tratamientos con la droga y el licor, medidas extremas para saciar la sed de sus permanentes búsquedas.
La imagen nacida en el siglo XIX, como en el artista y el genio creador del romanticismo, lo muestra como un ser sumido en complejas imágenes, en desafueros profundos, en largas noches de insomnios, extravagantes, solitarias, individuales, libertarias, trashumantes, entregado a sus actos con una pasión inédita, buscador de sí mismo en el pozo de la humanidad entera. Asimilado a un neurótico, o a un ser que alivia su neurosis en el arte y en la ciencia como bálsamo de invenciones y de propuestas casi Prometeicas, buscadores del fuego en medio de las oscuridades más aciagas.
Más esas fuerzas pueden caer en estados de pesimismo y abandono, en un tóxico sentimiento de desaparición y dejadez, mientras que su condición no se pueda manifestar en su esplendor, así sus obras tengan eco posible, la soledad se hace un tormento y sus delirios fantasmas que lo acometen como un irredento en medio de una sociedad que trafica, burla y excluye a la genialidad en cerrojos, vigilancias y ordenamientos que desgastan y arruinan la libre expresión de sus talentos.
Ejemplos abundan, como Beethoven y esa paulatina sordera que le dejaba ratos de furia y tormentosos dolores de cabeza, la locura de Nietzsche entre la sífilis y la incomprensión social, la psicosis maniaco depresivo de Allan Poe, que nos dejó grandes relatos entre la bruma de la soledad y los misterios más abismales de un ser humano, sediento de ebriedad y de poemas. El gran borracho de la literatura, no sólo es el personaje del Cónsul en la novela Bajo el Volcán, Geoffery Firnin, sino su creador Malcom Lowry, un autor que tenía como ideal de vida la taberna y como condición humana la bebida, insondable ser de las botellas, otra forma de genialidad muy diferente a la de Aladino. Van Gogh, alucinado del amarillo y de la fuerza de la luz, termina en un manicomio, tal como lo escribe otro loco genial, Artaud, en “Vangh, el suicidado por la sociedad”, nos deja una vida extraña, caótica, profundamente sincera y consecuente con su estética.
Hemingway, un hombre de grades extremos y pasiones, desde el boxeo y la caza mayor, el toreo y la fuerza casi arrasadora, junto con una sempiterna embriaguez que lo llevo hasta la experiencia de cazarse así mismo con su escopeta preferida, deja una obra sobria, precisa, hecha de un método de contar donde parece no haber botella alguna, pero si un deseo de aventura y una búsqueda por relatar lo diferente, la relación entre masa e individuo , cercano a la idea romántica de arte total, donde cuerpo y mente se encuentran para vivir el acto con todos los sentidos y en todos los sentidos.
Mozart descabellado, irónico, audaz para su época, también fue melancólico y depresivo en sus momentos álgidos. Nerval delirante, Sorel Kierkegard desgarrador, se atreve a dejarnos dos extraños y bellos libros, “El concepto de angustia” y “ El tratado de la desesperación”, Pascal deja sus aforismos, dentelladas escépticas sobre el mundo, Isadore Duchase, con sus cantos terribles, donde lo horrido y lo cruento, la orfandad y el miedo, la desolación y la angustia se convierten en hechos poéticos sin precedentes, son las palabras de un desquiciamiento donde se desnuda el alma de la humanidad, sus truculencias y sus extrañas formas de amar.
No es extraño que un personaje de novela como Roskolnikov, se sintiera predestinado y genial y se comparara con Napoleón, apareciendo uno de los tantos arquetipos de locura de la Modernidad, más era su creador, Dostoievski un gran atormentado, entre la dipsomanía y la angustia, bebedor incesante, escritor compulsivo. Nos deja una obra profunda de los estudios de la psicología de los seres humanos, como si él retomara las voces de los que nunca hablan, de los miles de seres anónimos que luchan, aman y se expresan en delirios y fantasmas, convirtiendo su existencia en algo singular aún en medio de la soledad y el exilio.
Baudelaire se acerca a los paraísos artificiales y entre el vino y el hachis, palpita un poeta que apura abismos y observa con un lujo estético profundo los cambios de su época, convirtiéndose en el príncipe de los poetas de su tiempo. Holderin, pasó en su encierro de la Torre, un poeta de manicomio y pluma esbelta. Nerval, Fijman, Varlaine, Rimbaud, Dylan Thomas, visitaron los infiernos entre la demencia y el alcohol, sus obras son ricas en esa urticante fiesta de los sentidos, en esa corrosiva manera de descomponer las normas, en ese sensibilidad de apostarle a la vida abierta y vestida de una estética contundente, algo cercano a la idea de poesía que tenía Dylan Thomas, poesía como orgiástica y orgánica, unificadora y disolvente, de las anónimos y de los individuos, del mundo y de los solitarios.
Scott Fitzgerald, un gran borracho que perteneció a una generación desencantada de escritores, perseguidos o desterrados voluntarios de Estados Unidos, va a Europa, escribe obras de gran audacia y sensibilidad, pero ahogado en sus botellas vive y muere de una manera errática y desequilibrada.
No podemos olvidar, de nuevo a Malcon Lowry y su mística por la bebida, más su obra de una inmensidad sobre el sentido de los pasos de los seres sobre el Planeta Tierra. Richard Ford, Raymond Carver y el genial Charles Bukowski, en una forma de vagabundeo citadino y anímico, bebieron ríos de alcoholes y conocieron los bajos fondos de todas las cloacas de ciudad.
Bukowski se convierte en un héroe legendario que pone el dedo en la llaga de la cultura decadente de una Norteamérica descreída y opaca. Él con una fina ironía corre la piel mezquina de su época y desnuda hasta el tuétano las condiciones sociales de desigualdad y segregación, la hipocresía de las
dobles morales y la fustiga contra los convencionalismos morales haciendo de su obra y de su biografía toda una leyenda contestataria y libertaria.
En esa misma línea están todos los grandes malditos de la literatura norteamericana, la famosa generación Beat, escritores como Ginsberg, poeta y experimentador con todo tipo de alucinantes psicodélicas, Jack Korouac, William Burroghs, toda una generación de vagabundos, de rebeldes contra la guerra, de amorosos suicidas y eróticos libertarios, probaron el ácido lisérgico, las bebidas y cócteles más inverosímiles, más su poesía y su narrativa perdura como una muestra de una posición juvenil arrolladora, algo que marcó una época irreverente, la gran sacudida del famoso “modo de vida americano” de posguerra, la cremosa idea benigna de la familia Lassie y el gelatinoso mundo blanco del granjero limpio y del Ku kus Klan de antorchas. Poetas que denunciaron la segregación, que se internaron por filosofías orientales, por la mística de los chamanes, por el conocimiento del mezcal como ebriedad “santa”. Ebrios como un gran pintor de Norteamérica Jackson Pollock, que mueve los conceptos anquilosados del arte en Estados Unidos y se convierte en una vanguardia reconocida a nivel mundial.


La presente muestra es una apología al desorden total de los sentidos, es abrir las puertas de la percepción con golpes de alaridos, redobles de murmullos,  no podemos dejar de mostrar parte de una práctica artística y creativa de la humanidad, motor creativo de nuestras bases culturales, que ha estado rayada entre la fantasía, el delirio, la desmesura, la genialidad y la locura.
Que sea un motivo para beber de dichas fuentes, conocer sus obras y sus vidas y acercarse a ese errático e intenso mundo creativo.



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LUIS FERNANDO CUARTAS ACOSTA (Colombia). Poeta, gestor cultural, caminante, guía de patrimonio cultural, historiador de la Universidad Nacional. Hace cuatro décadas participa con John Sosa, en el proyecto Poesía al Aire Libre, posteriormente Revista Punto Seguido, incluyendo performance, actividades tanto urbanas como rurales con la poesía, las artes escénicas y plásticas. Trabaja el collage, y esculturas con materiales en desuso, ha recreado personas históricos haciendo recorridos por la ciudad. Ha participado con Organización Caminera de Antioquia en procesos de recuperación de antiguos caminos tanto prehispánicos como coloniales. Contacto: ferrangato@gmail.com. Página ilustrada com obras de Nelson Screnci (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 28 | Junho de 2017
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