segunda-feira, 28 de agosto de 2017

SUSANA WALD | Reencuentro con Edouard Jaguer, impulsor del movimiento Phases


Vivo con Ludwig Zeller desde diciembre de 1966, a estas fechas hace 45 años. Por mi contacto con él “entré” en el surrealismo, es decir, me hice consciente de sus repercusiones, sus postulados, los textos de los poetas surrealistas tanto de Europa como de América Latina. Este fue un vuelco en mi destino; encontré en el surrealismo la expresión de un modo de vida que intuía, pero que yo misma no había llegado a articular. El surrealismo me alienta, me empuja a seguir adelante y me mantiene en contacto con artistas y escritores jóvenes. (Yo misma sigo joven, pero ya no se me nota…)
Ludwig Zeller tiene la costumbre de hacer todo cuando se lo dicta alguna motivación interior. En diciembre de 1974 me dijo de repente un día que quería escribir una carta a Edouard Jaguer (1924-2006), un crítico de arte y poeta que vivía en París, cuya dirección le había sido dada por Aldo Pellegrini, el poeta, líder del movimiento surrealista argentino, cuando Ludwig estuvo visitándolo en Buenos Aires en 1968. Cuando me dictó la carta, ni Ludwig ni yo teníamos una idea clara de quién podía ser Edouard Jaguer. Aldo Pellegrini le había dicho a Ludwig que Jaguer se interesaba en el surrealismo latinoamericano y que, cuando él (Pellegrini) estuvo juntando material para su antología de la poesía surrealista, Jaguer lo apoyó y ayudó en su tarea. No había entonces Internet ni nada que se le pareciera y no teníamos otra fuente de información para guiarnos sobre qué había hecho Jaguer antes de nosotros conocerlo ni qué planes tenía en esa época.
La carta se fue poco antes del fin del año. A principios de enero recibimos la respuesta de Edouard Jaguer [1] quien nos contaba que en los días entre Navidad y Año Nuevo (periodo en que descansaba el correo francés) había tenido un sueño en el que veía una enorme cantidad de correspondencia que entraba por la ranura de la puerta de entrada de su departamento y que entre todos los sobres había uno que venía de un tal Ludwig Zeller. Contó su sueño a Simone, su compañera, y fue ella quien le recordó que ese era el nombre del escritor cuyos poemas habían leído hacía poco, en traducción francesa de Jean-Louis Bedouin, en el Bulletin de Liaisons Surréalistes (que era una revista de circulación muy restringida, un especie de órgano interno de
los que participaban en el surrealismo de los setentas). Vale mencionar que entre los que participaban en el surrealismo en 1974 habían distensiones y los surrealistas que estaban publicando el Bulletin no colaboraban en las actividades que organizaba Jaguer, y tampoco ayudaban a que éstas se divulgaran.
Este sueño de Jaguer, este evento dentro de la más pura tradición del azar objetivo tan caro a los surrealistas, nos decidió a planear nuestro primer viaje a Europa, a París específicamente, cosa que se nos hacía factible ya que yo llevaba varios meses trabajando en Sheridan College, con un buen sueldo. Con unos boletos baratos viajamos en junio hasta Amsterdam, lugar en que conocimos a Frida y Laurens Vancrevel, con quienes estábamos ya en contacto a través de nuestras incipientes publicaciones a cambio de la revista que ellos hacían y que se llamaba Brumes Blondes (esto nos hacía suponer que Frida sería una mujer rubia, cosa que no era el caso). De Amsterdam tomamos el tren a París y tras esfuerzos enormes llegamos con nuestro cargamento de publicaciones, collages, dibujos y esculturas de cerámica al departamento de los Jaguer. El esfuerzo de llegar ahí fue de triple característica: intelectual –en nuestro contacto postal en los meses precedentes entendimos que compartíamos mucho con Jaguer–, emocional –este fue un viaje histórico para ambos, Zeller iba a Europa por primera vez y yo volvía ahí por primera vez desde que mis padres emigraran de Hungría, en 1949– y físico. Esto último en alto grado: fuimos con nuestra carga en metro hasta la estación Simon Bolivar, subimos seis pisos de escaleras hasta la calle, ascendimos las escaleras de la loma llamada les Bûtes Chaumont, en cuya cumbre estaba el edificio en que vivían los Jaguer [2] y luego subimos otros cuatro pisos de escaleras para llegar al departamento. Fuera de aliento al límite de la apoplejía caímos en los brazos de los Jaguer quienes nos recibieron con comprensión y mucha calidez.
Fue un encuentro que nos pareció inmediatamente de cercanía, de empatía que cimentó nuestra colaboración con el grupo que rodeaba a Phases y que lidereaba Jaguer, y produjo que organizáramos exposiciones de surrealistas franceses, españoles y de otros países en galerías de Toronto y sus alrededores, así como publicaciones de textos y obra artística del surrealismo internacional en nuestra editorial, Oasis Publications (1975-1994) y nuestra revista El Huevo Filosófico. A su vez Jaguer nos incluyó en las exposiciones y publicaciones de Phases.
Visitábamos anualmente el departamento de los Jaguer, humilde, de pequeñas dimensiones, [3] pero absolutamente repleto de una increíble colección de arte. Conocimos ahí la obra del italiano Baj, el alemán Richard Oelze, el escandinavo Freddie, el rumano Perahim, franceses como Suzanne Besson, Jean Pierre Vielfaure, Guy Ducornet, y Guy Roussille y otros que con el tiempo incluso se convirtieron en amigos cercanos. Fue en el departamento de los Jaguer que conocimos a E. F. Granell a quien nos ha unido una amistad profunda, y a poetas como Petr Král, Georges Goldfayn, Roger Galizot, Gérard Legrand o Abdul Kader Al Janaby. Fue Edouard Jaguer quien nos facilitó nuestro memorable primer encuentro con Arturo Schwarz con quien nos sigue uniendo una amistad duradera. También fue Edouard Jaguer quien me presentó a Michel Cassé en cuyo taller hice tres
litografías, en 1976. A través de las presentaciones de Edouard Jaguer, Zeller y yo conocimos a personas que luego fueron y son amigos cercanos, como Mayo, John Schlechter Duvall, Jean Marc Debenedetti, Rikki Ducornet, Philip West, Marie Carlier, Yo Yoshitome y John Digby. Jaguer tenía interés especial en hacer contactos entre surrealistas de lugares muy diversos del planeta. Y lo lograba con su revista Phases, con sus cartas de introducción y llamadas telefónicas.
Donde los Jaguer respirábamos un ambiente cálido. Siempre nos esperaban con buena comida (la bonne bouffe, decía Jaguer) o con alguna cosilla especial para acompañar el estupendo café que preparaba Simone. Las comidas se regaban con buen vino. Jaguer tomaba cerveza, para disminuir su ingesta de alcohol y se burlaba de que a Ludwig le gustaba tomar Coca Cola, repitiendo: Ludwig et son coca.
Percibíamos que, al igual que nosotros, los Jaguer estaban por completo comprometidos con sus ideales, entregados a la tarea de promover la poesía y el arte visual. Jaguer era poeta y ensayista-crítico y sus artículos sobre artistas de lugares muy diversos se publicaban en libros o en revistas italianas como Terzo Occhio y de otros países, [4] además de la propia revista Phases (primer número, 1954). La hechura de esta elegante revista era obra de Jaguer, él mismo obtenía todos los materiales que ahí se incluían y hacía su diseño gráfico. La revista se financiaba con la venta a precios elevados de los ejemplares especiales de cada número que incluían obra original, generalmente de pequeño formato o grabados de los artistas que se publicaban. [5] Phases no era tan sólo un revista. Era un Movimiento (iniciado en 1952) en todo el sentido de la palabra, con postulados que apoyábamos sus participantes. Al incorporar el abstraccionismo en el surrealismo, Phases proponía abrir una nueva dimensión dentro éste. Esta postura no era aprobada por André Breton quien había excluido al abstraccionismo de su propio movimiento. Esto no significaba sin embargo que el joven Jaguer no tuviera, en su momento, una buena relación con Breton.
Los Jaguer estaban dispuestos a invertir todo lo que tenían en su tarea de impulsar el movimiento. Jaguer tenía un negocio que fabricaba hebillas de cinturones. Además vendía obra de arte a particulares. Tenía muy buena relación con varias galerías. Una de estas es la de Marcel Fleiss, que se llama 1900-2000. Los Jaguer poco viajaban fuera de Francia, y no hacían mayores viajes dentro de Europa, salvo cuando Edouard estaba montando alguna exposición de Phases. Jaguer, apoyado en la incansable Simone, organizaba muestras en diversas ciudades de Francia y otros países. Habíamos dejado obra en su poder y con esas participábamos en esas muestras.
Al departamento de los Jaguer llegaba una gran cantidad de personas, como Walter Zannini, el director del Museo de Arte de la Universidad de Sao Paulo, en Brasil, o la dueña de una galería de Bruselas. Tanto Simone como Edouard mantenían un flujo constante de correspondencia con muchísima gente y escribían cartas extensas. Tras nuestras vueltas a Toronto nos mantenían al tanto de los eventos que se desarrollaban en París y también otros lugares de Europa. Nuestras cartas fueron siempre respondidas en tiempo muy breve. La planeación de exposiciones y publicaciones fluía en forma continuada.
Edouard Jaguer, desde joven idealista y luchador, había participado con un grupo de Resistencia francesa en contra del nazismo y la invasión de Francia. Era un hombre buen mozo, con ojos muy brillantes que escudriñaban con mucha intensidad y rapidez; con sonrisa siempre a flor de labios; con mucho sentido de humor. Era muy sensual y su mujer, Simone, era tolerante con sus entusiasmos por las mujeres más jóvenes que ella.
Simone firmaba su obra visual, los así llamados collages revestidos, con el nombre de Anne Ethuin.
Una de las actividades de Phases nos llevó a nuestra primera visita a México en 1979 para la inauguración de una exposición en honor de Wolfgang Paalen que organizaron Saúl Kaminer y Edouard Jaguer. En esa muestra participaron, junto con artistas mexicanos, la mayoría de los integrantes de Phases. Se realizó en el Museo Carrillo Gil, en la Ciudad de México; Zeller y yo exhibimos varios de nuestros mirages.
Esa fue una aventura gratísima, como todas las que tuvimos en los muchos años de nuestros viajes y paseos. Uno de éstos últimos fue el que emprendimos con Simone y Edouard quien pidió que buscáramos la casa de Trotsky en Coyoacán. Indagué dónde estaría, pero no pude obtener una dirección exacta. La casa en esa época aún no era museo. Decidimos por lo tanto ir los cuatro, Los Jaguer, Ludwig y yo, a la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera; la recorrimos con cuidado. Ahí pregunté de nuevo dónde estaría la casa de Trotsky. Sabíamos que tenía que estar cerca. Tampoco me dieron una dirección exacta, pero sí una vaga idea que quizás la calle tal y tal. Contábamos con la buena voluntad del taxista que nos acompañó en esta expedición. Partimos hacia las calles
indicadas y preguntando casa por casa dimos por fin con la que buscábamos. Estaba cerrada, pero insistimos en golpear la puerta hasta que asomó un hombre armado. Le expliqué que la pareja que venía desde París, que nosotros que veníamos desde Canadá… Nos dejó entrar. Esa visita resultó muy emocionante. Vimos la humildad en que había vivido Trotsky, sus cuartos, su escritorio rodeado de estantes de libros en que se apilaban principalmente diarios cuyo papel, para cuando nuestra visita, estaba tan avejentado que a todas luces no podría soportar, sin desintegrarse, que alguien lo tocase. Quien nos guiaba nos mostró con lujo de detalles cómo había sido el ataque a Trotsky, desde la espalda, según él. Y nos explicó que el lugar lo estaba cuidando un grupo de trotskistas dedicados que trabajaban completamente voluntarios y sin recursos económicos para mantener apropiadamente el lugar. Los cuatro estábamos conmovidos y muy callados, andando casi de puntillas. Agradecimos el privilegio de poder recorrer las habitaciones y salimos igual de callados y algo melancólicos para volver al taxi que nos había llevado hacia esa puerta. Fue una visita que nos acercó una vez más a los Jaguer. Compartíamos emociones.
Otro evento memorable en México se dio cuando conocimos por primera vez los refinamientos de la cocina mexicana. Ofrecí, en casa de Manuel Perló, quien nos albergó con mucho cariño en la Colonia Roma, una comida en honor de Jaguer y Kaminer con los principales participantes de la exposición. Una cocinera experimentada me ayudó a armar la comida con delicias que compramos en el mercado adonde me llevó, primera experiencia de ese tipo que tuve en México. Hicimos mole poblano, pescado a la veracruzana y no sé qué otras cosas. Fue una comida muy bien regada. Con el café serví unas obleas de colores netamente mexicanos –rosa, verde, amarillo, azul–, enormes, livianos, doblados en dos y pegados con azúcar, con pepitas de calabaza en su interior, de esas que venden en los tianguis y que para los que estaban en el país por primera vez eran el colmo de lo exótico.
A Simone y Edouard les gustaba tanto el buen comer como a mí misma. Recuerdo que en alguna oportunidad los invitamos a un restaurante elegante en París en agradecimiento de la hospitalidad impecable que ellos nos brindaron en todo momento. Fue en esa ocasión que aprendí de Jaguer la expresión que se les da a las entradas: “amuse gueule”, (que puede traducirse como: “algo con que distraer las fauces”) que me divirtió muchísimo; en esa oportunidad los amuse-gueles fueron carnes frías y embutidos servidos en un canasto y pan con que nos entretuvimos mientras el chef preparaba nuestros platillos.
También emprendimos un breve viaje con los Jaguer, en el auto que él manejaba. Visitamos el taller de un artista, en el “pays de Nerval”, como Jaguer llamaba la zona al norte de París. Ese mismo viaje nos dio ocasión para aventurillas que sólo se puede tener en compañía de quienes conocen bien una región. En los viajes se prueban las amistades. Viajar con los Jaguer fue muy agradable. Conversamos mucho, comimos bien en pequeños lugares que ellos conocían. Era invierno, tiempo de castañas frescas exquisitamente preparadas, marrons glacés, bocaditos que costaban fortunas.
Fue muy variada nuestra colaboración con los Jaguer. Entre las muchas cosas que hicimos hay un libro, Les assises de la grêle, conformado de un poema de Jaguer, con ilustraciones mías en tintas y lápices de color, un libro único en un grueso papel fino de color celeste pálido que se vendió en París. También publicamos en nuestra editorial poemas de Jaguer traducidos al castellano y al inglés con ilustraciones mías.
En París, como en muchos lugares, hay constantes distensiones entre surrealistas con diversos puntos de vista. A Jaguer le gustaba controlar celosamente a los que colaboraban con él, pero contra su gusto –porque habíamos decidido no participar en las peleas internas de lugar alguno–, visitamos a varios surrealistas, entre ellos Vincent Bounoure, Jean-Louis Bedouin (en cuya casa estaba de visita Martin Stejskal, el pintor checo), Annie Lebrun y Radovan Ivsic. Ese afán controlador de Jaguer nos irritaba levemente y también nos entretenía. Era un juego casi como de adolescentes desobedeciendo los deseos de sus mayores.
Nuestra última visita regular a París se dio en 1986 cuando se hizo evidente que los precios europeos eran demasiado onerosos para nuestro presupuesto canadiense. Fue el fin de un periodo de trabajo febril de colaboración con el Movimiento Phases. Sin embargo no fue entonces que vi a Jaguer por última vez, sino años más tarde, cuando desde Toronto viajé en auto hasta la Galerie Lumière Noire de Montreal que organizó una exposición de sus dibujos. Esta es una obra juguetona con la que se entretuvo Jaguer toda su vida.
La cálida personalidad de Jaguer y su dedicación total al Movimiento que creó hacen de él una figura singular y un muy importante impulsor del surrealismo. Sus muchos ensayos presentaron con claridad sus ideales y sus conceptos en libros sobre artistas como Remedios Varo o Jules Perahim, o sobre asuntos como la fotografía. Muchos nos beneficiamos con su generoso apoyo. A nuestra vez gozábamos en trabajar con él y para el Movimiento. Simone sobrevivió a Edouard varios años. Por lo que sé al final de su vida estuvo ciega. Pero su visión interior tampoco se vio disminuida.
Mi reencuentro con Edouard Jaguer se da mientras escribo estas líneas que me brindan momentos de alegría y cálidas emociones, recorriendo notas de cuadernos de los años en que lo conocí. Que estas emociones puedan darse es señal de que Edouard Jaguer sigue vivo, en el tipo de vida que trasciende lo físico y lo efímero.

NOTAS
1. El apellido de Jaguer es un seudónimo que él adoptó -según me contó- aún muy joven, por su entusiasmo por el automóvil de marca llamada Jaguar. Si esto fue verdad o una broma suya, no sé.
2. En 24 rue Rémy de Gourmont, a pasos de la casa en que había nacido Jaguer.
3. Nunca pude descubrir dónde dormían Edouard y Simone. Supongo que tenían una de esas camas que durante el día quedan dobladas o escondidas dentro de un muro.
4. Otras revistas en que aparecían los artículos o poemas de Jaguer: La Main à la Plume, La Revolution la Nuit, Le Surréalisme Révolutionnaire, Rixes, COBRA, Boa, Il Gesto, Salamandre, La Brèche, Aujourdh'hui, XXième Siècle, Ellébore, Les Deux Soeurs, La Tour de Feu, La Nef.
5. Aparece obra de Zeller y Wald en Phases # 5, Segunda Serie, 1975.]


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SUSANA WALD (Canadá, 1937). Artista plástica e ensaísta, uma das mais destacadas vozes do Surrealismo. Página ilustrada com obras de Francisco Maringelli (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.

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ÍNDICE # 101

EDITORIAL | A persistência do mistério

AARÓN ALMEIDA HOLMQUIST | Paisaje y exilio en David Cortés Cabán

ALFONSO PEÑA | Bob Danco y la historia del mono azul

ESTER FRIDMAN | Liberdades, prisões, ilusões

HAROLD ALVARADO TENORIO 1882-1915 El Modernismo en Colombia

HILDEBRANDO PÉREZ GRANDE | Cien años de soledad y moi

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Jordi Virallonga, el alma de los cinco sentidos

LEDA RITA CINTRA | Brasil ilustrado

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Cartas para quem? Leitura de Cartas a Sandra, de Vergílio Ferreira

OMAR CASTILLO | Mallarmeanas al timbal

SUSANA WALD | Reencuentro con Edouard Jaguer, impulsor del movimiento Phases
  
ARTISTA CONVIDADO FRANCISCO MARINGELLI | Por ele mesmo

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Agulha Revista de Cultura
Número 101 | Agosto de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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