quarta-feira, 1 de novembro de 2017

GRACIELA MATURO | Páginas del libro “Surrealismo en Argentina”


1. Prólogo | Mi apreciación del fenómeno surrealista encabezado por André Breton fue y sigue siendo positiva. No comparto las sucesivas actas de defunción suscriptas por quienes fueron sus actores, sus detractores o incluso sus simpatizantes a medias, ni el gesto excesivo con que desvalorizaron su fase europea maestros que tanto admiro como Juan Larrea y Alejo Carpentier. Ciertamente ambos sobrepasaron los marcos del movimiento estético más subyugante del siglo XX, señalando sus limitaciones. Para el poeta bilbaíno el Surrealismo no había hecho sino descubrir, ante la suficiencia racionalista de Occidente, el sentido mágico de la realidad y de la historia; su evolución sólo podía conducir a la revalidación de las grandes religiones, y en primer término al judeocristianismo, estigmatizado por Breton, y reinterpretado de modo heterodoxo por Larrea. Por su parte Alejo Carpentier llamó "baratillo" al Surrealismo francés, afirmando que América era el lugar de lo real-maravilloso, y que para percibirlo era necesaria una fe.
Pese a que suscribo en gran medida estas últimas afirmaciones, creo extremo el juicio del gran escritor cubano, amigo de Péret y Desnos, lector de Pierre Mabille, sobre el Surrealismo. Sigo valorando aquel momento de la experiencia individual y colectiva de un grupo de creadores que hizo estallar los parámetros racionales de su ámbito próximo y del mundo, con largas e imprevisibles consecuencias estéticas, epistemológicas y espirituales. Los propios artistas europeos alcanzaron en muchos casos plena conciencia de los alcances filosóficos y antropológicos de su movimiento: se interesaron por culturas excéntricas a Europa, bucearon en la metafísica, o se familiarizaron con la psicología profunda, la gnosis y el ocultismo, dando nuevos pasos, después de la Segunda Guerra, en una fase menos ruidosa y estridente del movimiento.
En 1940 Pierre Mabille publicaba su libro Egrégores ou la vie des civilisations, con una faja que decía: Mort de l'Occident. Próximo de Nietzsche y Spengler, Mabille abría las puertas a la indagación de milenarios legados, en un sentido ciertamente opuesto al que indicaron décadas más tarde los filósofos de la post-modernidad, convencidos del desencantamiento del mundo y colonizados por el ciclo cibernético.
Los surrealistas, críticos del racionalismo occidental, no fueron adversos a la ciencia. Habían redescubierto los poderes de la imaginación, la intuición, el sueño, la revelación, el azar, los juegos, la premonición. Revalorizaron el lenguaje de la imagen, que nuestro tiempo utilizó y degradó hasta el vaciamiento. Por supuesto, como todo hecho artístico que comporta una novedad, el Surrealismo generó también una retórica propia, con sus tópicos, su cristalización y degradación publicitaria, así como ocurrió también con el realismo mágico americano, parodiado por sus propios gestores. Ello no debe impedirnos captar la significación histórica y la esencia duradera de un movimiento que, precisamente por sus implicancias antropológicas, arraiga con fuerza en América y en particular en la Argentina, como este ensayo trata de mostrarlo.
Menos mágica y tropicalista que otros países latinoamericanos, la Argentina –aparentemente caracterizada por una fuerte impronta racional— fue el lugar en que se hizo presente, en los años 20, y a espaldas del esteticismo ultraísta o vanguardista, el despuntar de un logos irracional y paradójico, la novedad de una aproximación ciencia-poesía, la constatación de fuerzas mágicas o sobrenaturales que movilizan la vida cotidiana y hacen surgir acuciantes interrogaciones. Este despertar tomó diversos caminos, diferenciándose por cierto del puro experimentalismo onírico inicialmente propiciado por André Breton, aunque sin negarlo. Aldo Pellegrini fue, en las orillas del Plata, el adalid de ese despertar surrealista continuado quince años después por grupos literarios y pictóricos.
Las obras poéticas de Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Francisco Madariaga, Juan Antonio Vasco, Carlos Latorre, Julio Llinás, Juan José Ceselli, conforman el núcleo de la actividad surrealista en la Argentina durante las décadas del 40 al 60. Otros artistas, acaso no tan expresamente ligados al movimiento de André Breton, continuaron sus pasos creativos o sus indagaciones filosóficas. Algunas revistas y grupos así lo muestran. Por otra parte, las novelas y ensayos de Ernesto Sábato y Julio Cortázar, las obras de Miguel Angel Bustos y Alejandra Pizarnik, las indagaciones de Héctor A. Murena, Osvaldo Svanascini y Eduardo A. Azcuy, pese a haberse producido al margen de la actividad grupal surrealista, bastarían para probar la supervivencia y continuidad de una actitud distante del superficial convencionalismo de los ciudadanos laicistas, burgueses y ordenados que protagonizan en estas latitudes el economicismo decadente del final del siglo Veinte y los comienzos del nuevo siglo.
Por mi parte, tanto en los comienzos de mis indagaciones como años después, he intentado aplicar al Surrealismo una mirada empática, proveniente de mi condición de poeta, sin privarme de una distancia crítica necesaria, ni caer en la actitud puramente analítica y taxonómica del investigador científico.
Al considerar, hace ya diez años, la posibilidad de una reedición de esta obra, invité al poeta Javier Cófreces a que colaborara conmigo en su actualización. Interesado en el tema, –al que ha dedicado espacio en la revista La danza del ratón, así como una nueva antología de los siete poetas seleccionados por nosotros en la primera edición– accedió complacido y en verdad iniciamos un fructífero diálogo. Javier Cófreces me ayudó a completar fechas y títulos posteriores a la etapa inicialmente estudiada, y además allegó nuevos poemas de los autores antologados y valoraciones sobre sus obras. [1] Luego de ese momento, perdida la oportunidad de la reedición, otros temas e intereses fueron relegando ese propósito, hasta que la visita de Mario Pellegrini, hijo del promotor americano del Surrealismo y director de “Argonauta”, vino a reactivarlo en agosto del 2007, en el preciso momento en que mis viajes por América Latina y mis indagaciones personales lo hacían oportuno.
Esta obra, que se abre a nuevos públicos, sigue teniendo como base su corpus inicial, a mi entender de permanente vigencia, tanto por el examen de las fuentes y proyección del Surrealismo en el mundo como por la focalización de una etapa de la vida artística argentina a través de grupos, actores, obras y revistas que siguen teniendo valor y significación. La primera selección de textos y manifiestos del Surrealismo argentino se completa hoy con poemas que ejemplifican la trayectoria de importantes poetas cuya adhesión al movimiento –más allá de programáticas efímeras— se revela constante y ampliatoria de sus alcances.
Si he accedido a reeditar esta obra –que ahora ve la luz, revisada y ampliada, y hasta ha sufrido un leve cambio en su título, acorde con la fijación del campo poético como primordial a la investigación realizada, y a la selección de textos exclusivamente poéticos— es porque creo en la soterrada vigencia del movimiento surrealista, su peculiar arraigo americano y su posibilidad de reactivarse en los umbrales de un nuevo tiempo. Mientras las invenciones tecnológicas transforman algunos aspectos de la cotidianidad, estoy convencida de que el Surrealismo seguirá siendo un donner à voir, una incitación a la vida verdadera de la que hablaba Arthur Rimbaud. Más aún, acaso sea válido pensar que la hora del Surrealismo –ligado a América por la intuición de Breton, y de poetas de habla hispana como Juan Larrea, Octavio Paz, Juan Liscano, Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Carlos Latorre, Juan José Ceselli, Juan Antonio Vasco, Francisco Madariaga...— se halle todavía pendiente en la historia de nuestros pueblos.

 [Buenos Aires, 21 de febrero 2015]

2. Advertencia preliminar a la primera edición (1967) | Con la expresión “le surréalisme est dans l’air” dio a entender Breton, en 1940, la incorporación de la visión surreal o suprarreal a la atmósfera espiritual de nuestro tiempo. Acaso exageraba al pretender que este cambio de visión fuera fruto exclusivo de la actividad experimental de un grupo de artistas. De todos modos, parece innegable a lo largo de todo el siglo XX cierto viraje del pensamiento y el arte hacia nuevas perspectivas, y sería absurdo negar la gravitación del movimiento surrealista en el proceso conducente a esta actitud.
Sigo considerando al Surrealismo no sólo como uno de los movimientos artísticos e ideológicos más importantes del siglo XX, sino como el más significativo por su sentido histórico. Su importancia en el plano artístico no puede ser percibida sino en su incorporación a un campo más amplio, sobre el cual ha actuado como fecundísima incitación.
Los años transcurridos desde su etapa más polémica, las sucesivas rectificaciones y decantamientos operados en su seno, permiten apreciar, más allá de las proposiciones y “programas” teóricos de sus formuladores, la auténtica trayectoria y los reales alcances del Surrealismo. Es necesario reconocer, en efecto, su extraordinario papel dentro de la profunda transformación operada en la literatura y el arte actuales, sus sugestiones y aportes en el terreno psicológico y filosófico, y aún su directa influencia, no violenta pero sí perceptible a lo largo del tiempo, sobre aspectos prácticos de la vida y las relaciones humanas.
En cuanto a lo específicamente literario —también la “anti-literatura” pasa a ser, ineludiblemente, una forma de la literatura— se hace aun más indiscutible la vigencia que mantienen, luego de haber caducado sus posturas más estentóreas de combate, muchas de las proposiciones teóricas del Surrealismo y de sus conquistas técnicas o lingüísticas. Parece innecesario ya argüir, como se hiciera en otras oportunidades, que muchos grandes poetas de hoy son o han sido surrealistas.
El ámbito literario argentino, singularmente sensible a lo largo de su historia a los cambios de orientación del pensamiento e incluso de la ciencia en el mundo, no ha sido ajeno a esta expansión del espíritu o las modalidades surrealistas. En su seno se ha nucleado un grupo que se proclamó incluido dentro de la “militancia” surrealista, y que fue anterior a su desarrollo propiamente estético. Mostraban así una singular opción que caracterizó al Surrealismo en el mundo con rasgos combatientes y la formación de verdaderas “capillas”. Otros grupos se han acercado en mayor o menor medida a la visión y a la problemática del Surrealismo, sin declararse incluidos en sus filas. Finalmente, la proyección del Surrealismo puede ser advertida también en una esfera más amplia, y no sólo a partir de la actividad de los grupos mencionados.
Mi propósito, en el presente ensayo, ha sido estudiar estas relaciones e influencias mediante algunos de sus ejemplos más característicos y valederos. He renunciado desde el comienzo a un rastreo exhaustivo. La máxima eficacia de todo movimiento estético se advierte en la tácita incorporación de sus más hondos postulados teóricos, y de sus avances formales o técnicos, a la conciencia del artista de su época. Me he limitado a dejar indicadas estas influencias, observables en una zona más amplia, y he reducido los ejemplos de este estudio a la obra de aquellos autores que evidenciaron una voluntad expresiva y una clara asimilación de los principios y modalidades del Surrealismo.
Se hace necesario, previamente, un examen sucinto del desarrollo histórico de este movimiento, y de sus formulaciones teóricas, sucesivamente reformuladas pero constantes en su núcleo permanente, antes de entrar en los pormenores de la emergencia surrealista en América y en particular en la Argentina, que será el objetivo básico de este estudio.

3. Proyección del Surrealismo después de 1950 | La impronta del Surrealismo —de su doctrina, concepción poética y lenguaje— se hace notar en muchos de los poetas que publican en la Argentina desde el 50 en adelante, exceptuando a quienes prolongan todavía la retórica invencionista, ultraísta o aun modernista.
El Surrealismo también ha creado cierta retórica entre quienes, lejos de ahondar creadoramente sobre sus postulaciones y buscar un camino expresivo propio, se han conformado con asimilar un modo de decir, un imaginismo más o menos sugerente, una actitud contestataria. Sin olvidar que los surrealistas se interesan profundamente por los planteos históricos, y buscan en ellos la recuperación integral de lo humano, será preciso deslindar del Surrealismo las obras que —aunque beneficiándose de sus modos expresivos— obedecen a un simple activismo político social sin ulteriores proyecciones, y desconocen el sentido de lo maravilloso-real.
Al encarar la producción de estos años en su acercamiento al clima surrealista recordamos también que algunos poetas cuya trayectoria se inicia unos años antes, muestran cierto vuelco expresivo hacia un lenguaje más espontáneo, menos vigilado, y una mirada más inquisitiva hacia su propio ser, hacia la realidad concreta, no ya proyectada a un plano de esencias conceptuales sino intuida en su existencia particular e inmediata. Este vuelco intencional y expresivo se advierte en la obra de Alfonso Sola González y de César Fernández Moreno sin que por ello los estemos postulando como surrealistas. Sola González (1917-1975) uno de los más caracterizados poetas de la mentada Generación del 40, tiene una etapa de escritura automática recogida en algunas revistas y antologías [2] César Fernández Moreno (1919-1985): Particularmente en sus libros Veinte años después, 1953 y Sentimientos, 1961; anteriormente había publicado Gallo ciego, 1940, El alegre ciprés, 1941 y La palma de la mano, 1942. Sus últimos cuatro libros de poemas fueron los siguientes Argentino hasta la muerte, 1965; Los aeropuertos, 1967; Buenos Aires me vas a matar, 1977; Ambages completos (publicado póstumamente, 1992).
Eduardo A. Jonquières, [3] también próximo en sus primeras obras al tono del grupo denominado “del cuarenta”, da en sus libros posteriores, a través de un lirismo predominantemente reflexivo, una versión atenta y angustiada del mundo que lo rodea. Aunque en ningún momento da cauce al automatismo psíquico, ni permite el desborde emotivo o sensorial, su expresión registra la impotencia de la razón para explicar el mundo y el hombre. Éste es su punto de contacto más notable con el Surrealismo, del que lo separa su disposición ultraconciente y su lenguaje ceñido y lógico. Jonquières se expresa también a través de la plástica.
Otro poeta, ligado inicialmente al grupo del Cuarenta, y que se acerca a los modos expresivos y la visión surrealista, es Joaquín Giannuzzi (1924-2004) creador de un estilo propio que ha influido sobre poetas más jóvenes. A través de su parquedad, Giannuzzi expresa continuamente su visión de lo absurdo y alógico de la realidad, y expone cierta lucha con el escepticismo.
Joaquín Giannuzzi ha publicado Nuestros días mortales (1958); Contemporáneos del mundo (1962); La condiciones de la época (1967); Señales de una causa personal (1977); Principios de incertidumbre (1980); Violín obligado (1984); Cabeza final (1991). En el 2000 Emecé reunió sus obras en un volumen titulado Obra Poética. En el 2004 publicó su último libro, Hay alguien ahí?
Dice de él Mario Sampaolesi: “Todo en la poesía de Giannuzzi, impulsa hacia el mundo real; un mundo sólido, compacto, por momentos opresivo; un mundo donde el sentimiento dramático de la vida adquiere consistencia; un mundo en el cual los objetos revelan –al ser reconocidos en su completa dimensión de objeto— la propiedad central de su desnudez, de su despojamiento, de su precariedad”. Compartiendo este aserto, yo agregaría que late en esa escritura una pulsión de infinitud, que confiere su dramatismo al entorno inmediato y su orfandad.
La actividad poética se hace nutrida después de 1950. Uno de los grupos más notables es el que nuclean, por entonces, Jorge Enrique Móbili, Raúl Gustavo Aguirre y Nicolás Espiro alrededor de la revista Poesía Buenos Aires.
Menos superficialmente ambiciosos de “modernidad” que algunos de sus predecesores, muchos de los poetas de este grupo ahondan seriamente en el estudio y conocimiento de toda la poesía moderna. En ellos se advierte, en forma general, un proceso de afinamiento del gusto y decantación de todo estridentísimo, rasgo que los aproxima a algunos poetas del grupo “cuarentista”. Es injusto considerar todo el movimiento poético argentino tomando como base exclusiva los movimientos o grupos de la capital, o formados en ella. Por estos años publican también poetas valiosos del interior, como Hugo Acevedo, de un lirismo elegíaco en su primer libro Las flechas azoradas, 1955, y Fernando Lorenzo, que participa de una visión surrealista (Segundo Diluvio, 1953), entre otros.
Aunque se consideran a sí mismos ajenos a la órbita surrealista, los integrantes del grupo Poesía Buenos Aires no dejan de reconocer su asimilación del espíritu del Surrealismo en cuanto significa una incitación a sondear todas las zonas de la psiquis y rescatar lo humano en su integridad. Sin embargo, en un primer momento estos poetas se manifiestan muy ligados a la estética invencionista, y especialmente influidos por la obra y las teorías de Edgar Bayley. Se da en ellos, pues, un entrecruzamiento de influencias, que incluye de modo notable las de Paul Éluard y René Char, a veces con riesgo de imponer, en algunas obras primeras, cierto retoricismo común.
Dentro de este ámbito adquiere relieve la figura de Raúl Gustavo Aguirre [4] quien revela, desde sus primeras obras, una gran densidad reflexivo-emocional que le permite eludir la “lengua poética” en boga entre algunos de sus contemporáneos. El lenguaje de lo sensorial pasa a segundo plano en la obra de Aguirre, regida siempre por aquella lucidez emotiva. En Redes y violencias se advierte, al cabo de algunos años, el acendramiento de esta línea, que lleva al poeta a una actitud cada vez más descarnada. Si aceptamos que Aguirre tiene contacto con el Surrealismo en su visión de la realidad, y en su aceptación de las zonas profundas de la psiquis, su poesía significa un retorno hacia la recuperación del yo. Esta actitud se vuelca ascéticamente en un lenguaje desnudo, de gran intensidad:

Hemos danzado en el cielo, hemos cantado a nuestro placer por los espacios celestes mientras la tierra —la tierra de dónde provenía nuestra felicidad— se falseaba, se entorpecía, desesperaba aún orgullosa de sus criaturas míseras mil veces más reales que sus asesinos.
Fue preciso volver a esos lugares de sol y cataclismo, donde hasta las piedras hablan todavía una lengua prohibida que ahora nos esforzamos por aprender, y en ella por fin te inventaremos, alba desconocida, tanto tiempo distante.

Próximos a este tono poético se hallan Rubén Vela, cuya expresión se diversifica con amplia libertad creadora, y Jorge Enrique Móbili, poeta de gran hondura significativa y lenguaje personal. Dentro de un clima surrealista podríamos ubicar algunos trabajos de Mario Trejo [5] y Francisco Urondo, [6] ambos de gran intensidad en las imágenes. Urondo aporta novedad lingüística en la poetización de lo popular, terreno en que también incursiona, con acierto, Leónidas Lamborghini. [7]
Creo interesante destacar esta línea de aproximación al lenguaje conversacional, y a las posibilidades expresivas del lunfardo, en varios textos publicados por estos autores. Esta línea (que cuenta entre nosotros con antecesores como Olivari y González Tuñón, y que luego prosiguen Lamadrid y Guibert) coincide en algunos casos con propósitos de registro ambiental o de testimonio realista con miras a la denuncia puntual. Pero en ciertos casos el habla popular es justamente valorada en su vitalidad creadora, y sirve a una poetización más profunda. Tal ocurre en poemas de Urondo y Leónidas Lamborghini. También Noé Jitrik [8] y Miguel Brascó [9] se acercan a esta modalidad expresiva, el primero desde una actitud más superficial que da paso, en Feriados, a un mayor ahondamiento existencial, y el segundo, sin entrar de lleno en el Surrealismo, participando de un agudo sentido del absurdo.
Muchos son los libros de poesía aparecidos entre los años 1950 y 1960. No pretendo examinar aquí, desde luego, esta producción. Creo interesante, sin embargo, para el propósito de este trabajo, mencionar siquiera sea de paso las concomitancias de varias de estas obras con la visión del Surrealismo.
Podría hablarse de un “clima” surrealista en la obra de Ricardo Paseyro cuyo retorno a imágenes primitivas impregna de magia los objetos más próximos; de Alberto Vanasco (1925-1995) [10] quien adopta a menudo el lenguaje espontáneo y rápido grato a los surrealistas; de Manrique Fernández Moreno (1928) [11] quien esgrime una prosa suelta, agresiva, regida alternativamente por la pasión y la ironía: Su expresión, que deriva a menudo hacia el aflojamiento racional, se encauza hacia el asociacionismo verbal-imaginario, y permite la irrupción de lo vegetativo, subconsciente o violentamente emocional.

Porque sí, porque me importó vivir burlón, desapasionado, estadístico, emprendedor contra cualquier materia y circunstancia, replegándome íntimamente, defendiéndome a mí mismo cada día más bestia, hundido, sajado, con circuncisiones sobre mi personalidad, repleto, hinchado de mi conformación, de mi espíritu, de mi accionar, de mi parla, de mi estendijarme sobre todo como en un lecho, en expansiones de mi virtud o de mi ocio, reprochándomelo reiteradamente, vencedor o exasperado, exultante y exaltado por etapas, hasta concebir el universo vidrioso, sí, en borrones arrugados...

Rodolfo Alonso (1934) es dentro de esta generación quien tiene una labor poética más continuada. Su imagen de la tierra lo muestra ansioso y expectante, no abierto a dictados inconscientes sino modelando activamente la realidad por obra de una lúcida intuición.
Sus poemas se forman generalmente sobre destellos fragmentarios, sin la continuidad automática que suele aparecer en los textos surrealistas y que, aunque vigilada y oscuramente dirigida, hace la modalidad más característica de los mismos. Ello no impide la coincidencia profunda de Alonso con la visión surreal, que asoma en su exaltación vitalista y erótica, en su oscura percepción del misterio real, en su conciencia de las limitaciones del ego:

Esta noche respira
Es vida sin usar, silencio abierto;
amores que creímos abandonar.
Mi soledad que cede.
[Un poco de jardín]

Principales obras: Salud o nada (1954); Buenos Vientos (1956); Duro mundo (1959); Gran bebé (1960); Entre dientes (1963); Hablar claro (1964); Hago el amor (1969); Guitarrón (1975); Sol o sombra (1981); Jazmín del país (1988); Música concreta (1994).
Roberto Juarroz (1925-1995) podría acaso ser ubicado, con Alonso —aunque sus modos expresivos son distintos— en un post-Surrealismo, que sin comportar adhesión al pensamiento de Breton implica la aceptación de una “superrealidad” hacia la cual, sin teorías previas, se vuelcan desde una intuición alerta y una sensibilidad aguzada.
Juarroz publicó sus volúmenes de poesía bajo el título común de Poesía vertical , desde 1958 hasta un volumen póstumo que incluye Decimocuarta poesía vertical y Fragmentos verticales (1994). Se muestra como un defensor de la Razón Poética, y un discípulo de Antonio Porchia, a lo cual suma su formación filosófica y literaria.
Más allá del aire de época o las modalidades expresivas que han afectado a escritores argentinos de varias décadas, cabe señalar un espíritu surrealista, o ciertas coincidencias con el Surrealismo, en Héctor A. Murena y Eduardo A. Azcuy, ambos interesados en la tradición hermética, y en un poeta singular, Joaquín Giannuzzi.
Héctor Álvarez Murena (1923-1975) ha sido poeta, novelista y ensayista; de formación filosófica, produjo una serie de ensayos en los que trasunta su interés por el hermetismo y su concepción órfica del arte, así como su preocupación por el destino americano. En poesía publicó La vida nueva (1951), El círculo de los paraísos (1958), Relámpago de la duración (1962). Novelas: La fatalidad de los cuerpos (1955), Las leyes de la noche (1958), Los herederos de la promesa (1965), Epitalámica (1969).
Murena es un brillante ensayista: El pecado original de América (1954), Homo atomicus (1961), Ensayos sobre subversión (1963). Su libro La metáfora y lo sagrado (1973) reúne breves trabajos que exponen un sentido sagrado del arte. Publicó también una obra de teatro: El juez (1953).
Eduardo Antonio Azcuy (1926-1992), poeta y ensayista que ha abordado diversos temas, fue un estudioso de la tradición hermética. Su inicial admiración por Rimbaud lo condujo a estudiar el Romanticismo y el Simbolismo, desde los cuales se remontó a las fuentes de la tradición órfica. Amigo de Galtier, Bajarlía, Ceselli y Miguel Ángel Bustos, se interesó siempre por el Surrealismo., aunque sin evidenciar una asimilación de la estética de Breton. Sus ensayos sobre la “otra” realidad, su devoción a Rimbaud, y aún su interés por el fenómeno “ovni”, son rasgos de la actitud surrealista permanente que irradiaba su rica personalidad.
Publicó tres libros de poesía: Poemas para la hora grave (Editorial Botella al mar, Buenos Aires, 1952), Poemas existenciales (Buenos Aires, 1954), Persecución del Sol (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1972). Entre sus ensayos mencionaré: El ocultismo y la creación poética (Sudamericana, 1966, 2ª ed. Monte Avila, Caracas, 1980), Arquetipos y símbolos celestes (Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1976), Rimbaud: la rebelión fundamental (Último Reino, Buenos Aires, 1991), Juicio ético a la revolución tecnológica, Madrid, 1994, Asedios a la otra realidad (Kier, Buenos Aires, 1999).
Otros poetas de ulterior aparición en el panorama literario, se inscriben también, de una u otra manera, en actitud. próxima al Surrealismo. En la generación del 50 incluyo los nombres de Romilio Ribero, Alejandra Pizarnik, y Miguel Angel Bustos.
Romilio Ribero (1933-1974), poeta y pintor nacido en Córdoba, publicó Libro de bodas, plantas y amuletos (1963), Tema del deslindado (1985), Libro de los misterios (1993) Un cielo, unas montañas (1996), Los días verdaderos (1999). En su poesía hay una fantasía surrealista que se expresa en un lenguaje liberado de nexos racionales.
Alejandra Pizarnik (1936-1972) es una figura importante de la poesía argentina posterior a los años 50. Se interesó por el Surrealismo, aunque no se reconocía integrante de ningún grupo. Tuvo correspondencia con Pierre de Mandiargues y Octavio Paz, trató al poeta Juan Jacobo Bajarlía, fue amiga de Olga Orozco y el grupo del Cuarenta. Con el paso del tiempo la obra de Pizarnik permitiría que se la asociara más directamente a ciertos perfiles surrealistas. Sus textos ofrecen múltiples conexiones y referencias al Surrealismo y sus ancestros más reconocidos, como los Cantos de Maldoror, la obra de Antonin Artaud, los siempre releídos textos de Breton, o su propio desborde onírico, con algunos tramos expresivos de escritura automática. [12]
Ha publicado los siguientes libros de poesía: La tierra más ajena (Botella al mar, Buenos Aires, 1955); La última inocencia (Poesía, Buenos Aires, 1956); Las aventuras perdidas (Alta Mar, Buenos Aires, 1958); Árbol de Diana (prólogo de Octavio Paz, Sur, Buenos Aires, 1962); Los trabajos y las noches (Sudamericana, Buenos Aires, 1965, Primer Premio Municipal de Poesía); Extracción de la piedra de locura (Sudamericana, Buenos Aires, 1968); El infierno musical (Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1971). En ensayo publicó Notas sobre un cuento de Cortázar: "El otro cielo", en Imagen 26 (Buenos Aires 1968), además de algunos otros textos.
Miguel Ángel Bustos (1933-1976) fue poeta y pintor. Cursó estudios de Derecho, Filosofía y Letras, idiomas. Viajó por el norte del país, Brasil, Bolivia y Perú en un período juvenil que lo conectó profundamente con América. En la década del 60 se instaló en Buenos Aires. Estudió pintura con Battle Planas. El dibujo y la pintura llegaron a ser para él tan importantes como la poesía. Realizó una única exposición, en 1970, presentada por Aldo Pellegrini. En sus últimos años hizo periodismo en distintos diarios y revistas, a veces con seudónimo. Se convirtió en militante del PRT y murió en mayo de 1976 a manos de la dictadura militar
La obra poética de Bustos abarca: Cuatro murales (1957), Corazón de piel afuera (Nueva Expresión, 1959, con palabras de Juan Gelman); Fragmentos fantásticos (Francisco Colombo, 1965), Memorias de otra parte (diarios gráficos, 1966); Visión de los hijos del mal (Sudamericana, 1967, con prólogo de Leopoldo Marechal); El Himalaya o la moral de los pájaros (Sudamericana, 1970).
Miguel Ángel Bustos era un infatigable lector de Gérard de Nerval y los románticos alemanes. No es extraño que al conocer a Marechal lo haya reconocido como maestro. Su búsqueda de la identidad continental se refleja mágicamente en poemas y dibujos. [13] Su hijo Emiliano Bustos, también poeta, ha recogido su obra completa bajo el sello Argonaura (2008). Este libro coniene el material publicado en la antología Despedida de los Ángeles, publicado por José Luis Mangeri en 1998, en Libros de Tierra Firme.Su hijo público: Miguel Ángel Bustos, Prosa 1960-1976, Ediciones del CCC, 2007 con prólogo de Rodolfo Mattarolo y de Emiliano Bustos.
Fredy Gudman le dio, en mano, a Cortázar, en París, la obra Fragmentos Fantásticos.
Al analizar trabajos como El Socialismo Chileno en el Poder o El Fenómeno de la Revolución Cultural China, se hace patente su relación con un ideal político.

Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y mi delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.

Pero cuando muera, el profeta que hay en mí se alzará como un niño sin
moral y sin patria. Un niño loco con lengua de alaridos. Entonces
amanecerá en el millón de Galaxias.

Madres; cuidado; cuando muera puedo volver.
Entonces, ay, vientre que me aguardas, dulcísima catedral de tinieblas.

Miguel Ángel Bustos (Visión de los hijos del mal)

Incluiré también a otros autores, que muestran afinidad manifiesta con el Surrealismo: María Melek Vivanco Celia Gourinski, Vicente Zito Lema y Julio Salgado Sin pretender reducirlos a una visión idéntica, sus creaciones evidencian una inserción cósmica, además de rasgos expresivos de apertura lingüística, vuelcos sorpresivos y alógicos, registro de sueños y premoniciones, exaltación de la experiencia sexual, rebeldía ante la vida acostumbrada, rasgos que si no son patrimonio exclusivo de los surrealistas han sido subrayados por ellos de modo incisivo y persistente.
María Melek Vivanco (1921) oriunda de Córdoba, se radicó en Buenos Aires desde 1948. Adhirió desde su poética a las consignas básicas surrealistas. Publicó los siguientes libros: Taitacha Temblores (1956); Memorias y Ausencias (1966); Hemisferio de la Rosa (1973); Rostros que nadie toca (1978) y Los Infiernos solares (1988). En 1992 editó Balance de ceremonias obra en la que profundizó los matices de textos anteriores que la vinculan al Surrealismo. El Fondo Nacional de las Artes edita en 2008 su Antología Poética.
Celia Gourinski (1938-2008) estudió música y filosofía. Publicó: Nervadura del silencio (1959); El regreso de Jonás (1971), prologado por Aldo Pellegrini; Tanaterótica (1978); Acaso la tierra (1981); Instantes suicidas (1982); Inocencia Feroz (1999, con dibujos de Enrique Molina); Anécdotas, olvidos y otros marasmos (Caligari, 2005, libro de cuatro entrevistas realizadas por Juan Carlos Otaño).
Vicente Zito Lema (Buenos Aires, 1939) es periodista, y ha sido docente en diferentes ámbitos. Director y fundador de la revista Cero (1964-1967), en 1969, fundó y dirigió la revista Talismán, en la cual revindicó la figura intelectual de Jacobo Fijman. Talismán estuvo ligada al Surrealismo de André Breton y su manifiesto firmado en México. Se vinculó con revistas como Liberación, Nuevo Hombre y Crisis. También dirigió la revista Cultura y Utopía. Emigró en 1977 hacia Europa y se radicó en Holanda, de donde regresó a la Argentina en 1983. Se considera discípulo del creador de la escuela de psicología social, Enrique Pichon Riviere.
Publicó en poesía, entre otros títulos: Tiempo de niñez (Editorial Cero, Buenos Aires, 1964); Feudal cortesía en la prisión del cerebro (Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1969); Rendición de cuentas (CADHU, 1982), con introducción de Julio Cortázar; Voces en el hospicio (Ediciones de Fin de Siglo, Buenos Aires, 1990); Razón Poética (Ediciones Fin de Siglo, Buenos Aires, 1991). En teatro: Oratorio mater (Ed. Contrapunto, 1989); La Fusilación Manuel Dorrego, Juan José Valle y Darío Santillán (2006). En prosa: Conversaciones con Enrique Pichón-Riviere sobre el arte y la locura (Timerman Editores, Buenos Aires, 1976); El pensamiento de Jacobo Fijman, o El viaje hacia la otra realidad (Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1979).
Julio Salgado (nacido en Santiago del Estero en 1944) es poeta y pintor. Su poesía, fuertemente asentada en el valor de la imagen, tiene gran proximidad con la estética surrealista. El maestro de esta posición, al que ha dedicado algunos de sus libros, es el poeta Francisco Madariaga.
Obras publicadas: Poemas murales (Buenos Aires, Alto Sol, 1969); Escrito sobre los animales solitarios (Numen y Forma, Buenos Aires, 1971); Agua de la piedra (Edición del Poeta, Buenos Aires, 1976); Caja de fuego (Cisandina, Buenos Aires, 1983); Paisaje y otros poemas (Último Reino, Buenos Aires 1991); El ave acuática (El Barco Edita, Santiago del Estero, 1999). Libro de Artista ilustrado por el autor en edición limitada; Trampa Natura (Ediciones Último Reino, 2000).
En otros libros de la década del setenta puede hallarse cierta impronta surrealista. Javier Cófreces anota estos títulos: Párpado (1973), y Rusia es el tema (1996), de Daniel Samoilovich. Daniel Freidemberg escribe en el prólogo de este último: “En el sentido de articulación insólita de representaciones (Párpado) es un libro de collages surrealistas. Como en los de Péret o Soupault, lo que hace –y de algún modo se vuelve a hacer al principio de Superficies Iluminadas— es probar las posibilidades de otras lógicas, ensayar lógicas”. Otros títulos de posible consideración: Los colores del salón de lectura (1973), de Alejandro Pidello; Mamuts gigantes y hormigas (1979), de Jonio González; Tatuajes (1981), de Reynaldo Jiménez; Gran salón con piano (1982), de Sergio Bizzio; Margen puro (1982), de Roberto Cignoni.
El grupo Ultimo Reino, conducido por Victor Redondo a fines de la década del 70, se autodefinía como neo-romántico, y expresaba su adhesión al Surrealismo. Integraron el equipo de la revista Jorge Zunino, Horacio Zabaljáuregui, Susana Villalba, Rosario Sola González, Mónica Tracey, María Julia de Ruschi Crespo, pero no puede hablarse de una adhesión al Surrealismo.
También cabe consignar aquí a otros poetas y estudiosos del Surrealismo, siempre interesados en ahondar y divulgar sus obras, como Mario Pellegrini, Miguel Espejo, Javier Cófreces, cuyos juicios y datos enriquecen esta obra, y quien escribe, Graciela Maturo (1928).
Mario Pellegrini (1948), médico y psicoanalista, fundó con Juan Andralis (poeta también interesado en el Surrealismo) las Ediciones Insurrexit (1966) que publicó obras de Sade y Artaud. En 1968 visitó a Elisa Breton y tomó contacto con el grupo surrealista. Impresionado por la insurrección estudiantil conocida como el "Mayo francés", al regreso compiló textos de esa oportunidad con el título La Imaginación al poder. Fundó luego, bajo la influencia de Oscar Masotta, el sello Argonauta –que retoma el nombre de una editorial fundada por su padre, Aldo Pellegrini— dedicado en particular a temas relacionados con el Surrealismo y el Psicoanálisis.
Miguel Espejo (1948), poeta, narrador y ensayista, ha sido investigador en diversas instituciones. Su poesía, que ha recibido varios premios, lo acerca a la atmósfera surrealista, especialmente a través de su libro Larvario (2006), que reúne poemas escritos entre 1967 y 2004. Publicó las novelas El círculo interno (1990) y Los miasmas del Plata (1992). Ha producido interesantes ensayos y estudios filosóficos sobre Georges Bataille, M. Heidegger y otros autores contemporáneos, interesándose siempre por el Surrealismo. Entre esos trabajos se cuentan El jadeo del infierno (1983); La ilusión lírica (1984); Senderos en el Viento (1985, Premio Nacional de Ensayo) y Heidegger. El enigma de la técnica (1988). “Los meandros del Surrealismo”, dedicado al Surrealismo en la Argentina se halla incluido en Rupturas, volumen 7, dirigido por Celina Manzoni, de Historia crítica de la Literatura Argentina dirigida por Noé Jitrik (Emecé editores, Buenos Aires, en prensa).
Javier Cófreces (1957) fundó en 1981 la revista de poesía La Danza del Ratón, publicación que dirigió durante veinte años y en 2001 el sello editorial Ediciones en Danza. Sus últimos libros de poesía publicados son: Ropa íntima (Tierra firme, 1997) y El ojo de agua (Ediciones en Danza, 2001). Su interes en el Surrealismo ha sido permanente, como lo prueban algunos de sus artículos y su edición Siete surrealistas argentinos (Ed. Leviatan, Buenos Aires, 1999).

NOTAS
1. A continuación incluyo las palabras de Javier Cófreces destinadas a aquella frustrada reedición, que siguen guardando para mí su interés, y también señalaré oportunamente con las iniciales J.C. algunos datos y juicios por él aportados, que inserto en el lugar correspondiente. (Nota de la autora)
2. Ver Mario Ballario: 50 años de poesía en Mendoza, Azor, Mendoza, 1972.
3. E. A. Jonquières: Pruebas al canto, 1954; Por cuenta y riesgo, 1961; Zona árida, 1965.
4. R. G. Aguirre (1927-1983): Publicó los siguientes libros: El tiempo de la rosa, 1945; Cuerpo del horizonte, 1951; La danza nupcial, 1954; Cuadernos de notas, 1957; Redes y violencias, 1958; Alguna memoria, 1960; El amor vencerá, 1971; Aventura de la noche, 1978. A Raúl Gustavo Aguirre se debe, además de su propia obra poética, una importante labor en pro del conocimiento y difusión de la poesía moderna y del esclarecimiento de la noción de poesía.
5. M. M. Trejo (1926): Publicó dos libros de poemas Celdas de sangre, 1946 y El uso de la palabra, 1964, ampliado y reeditado en 1979. El Fondo Nacional de las Artes ha editado su Antología Poética, 2008.
6. F. Urondo (1930-1976): Historia antigua, 1956; Breves, 1958; Lugares, 1959; Nombres, 1963; Del otro lado, 1966; Adolecer, 1968; Todos los poemas, 1972, incluye los libros anteriores y dos inéditos.
7. L. Lamborghini (1927): Al público, 1957; Las patas en la fuente, 1965; El solicitante descolocado, 1971; Partitas, 1972; Episodios, 1980; Circus, 1986; Verme y 11 reescrituras de Discépolo, 1988; Odiseo confinado, 1992.
8. N. Jitrik: (1928): Feriados, 1956; El año que se nos viene, 1959; Addio a la mamma, 1965; La rectificación, 1957; La fisura mayor, 1967; Citas de un día, 1993 y Los mares del sur, 1997.
9. M. Brascó (1926): Raíz desnuda, 1945; Tránsito de soledad, 1947; Otros poemas e Irene, 1953. El humorismo de Brascó se volcó también en los dibujos que han popularizado diversos semanarios durante las décadas del sesenta y setenta.
10. A. Vanasco (1925-1995): Veinticuatro sonetos absolutos y dos intrascendentes (1945); Cuartetos y tercetos definitivos, 1948; Ella en general, 1954 y Canto rodado, 1962. También escribió varias novelas.
11. M. Fernández Moreno: Suicídio natural, 1953. Posteriormente escribe los siguientes libros de poesía: Beso en automóvil, 1955 y Pateando un empedrado, 1970.
12. Varios estudios y ensayos se ocuparon de este análisis, entre ellos: Cesar Aira, Alejandra Pizarnik, editorial Beatriz Viterbo, 1998 y Cristina Piña, Poesía y experiencia del límite: leer a Alejandra Pizarnik, Botella al mar, 1999.
13. A modo de nota testimonial, apuntaré que conocí a Miguel Ángel Bustos en casa de Leopoldo Marechal aproximadamente en 1965, cuando venía de Mendoza a visitar al maestro. Desde entonces nuestra amistad, hecha de encuentros esporádicos, giró alrededor de una figura que amábamos: Gérard de Nerval. Años más tarde en el comienzo de los años ‘70 empezó a frecuentar mi casa en Buenos Aires, y trabó amistad con Eduardo Azcuy. Sus largas conversaciones se hallaban centradas en el Surrealismo y la tradición hermética. Nos dijo que el nacimiento de su hijo lo había curado de la tentación suicida, y lo empujaba a la participación política. En su última visita casi se despedía. Tenía cierta premonición de su muerte violenta a manos de la dictadura militar (1976). Azcuy escribió su biografía, momentáneamente extraviada.


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GRACIELA MATURO (Argentina). Ensayista, estudiosa del surrealismo en su país. Página ilustrada com obras de Jair Glass (Brasil, 1948), artista convidado desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Número 104 | Novembro de 2017
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