terça-feira, 13 de fevereiro de 2018

JOSÉ MIGUEL PÉREZ CORRALES | Una visita de Raymond Roussel



Si a ese gran viajero que fue Raymond Roussel no se le ocurrió en su tiempo viajar a la Península Ibérica, mucho menos lo haría hoy. Pero su autocaravana de diez metros (que él definió como “un auténtico yate en tierra”) parece que sigue moviéndose, aunque sea por carreteras secretas. Y así, ha aparecido por un museo de Madrid famoso por su ascensor transparente, donde permanecerá aparcada hasta el 27 de febrero de 2012, para de allí dirigirse a la brumosa ciudad de Oporto, en visita primaveral y estival.
Dicho museo, junto a las ediciones Turner, ha publicado un libro de 300 páginas que merece reseñarse: Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel. Su enfoque es muy dinámico, con breves textos críticos, pasajes de los escritos rousselianos y muchas y muy interesantes ilustraciones.
La introducción y los textos que presentan cada sección son de François Piron. La introducción es buena y los textos acertados, pero estos merecen algunas puntualizaciones. Así, cuando, en dos ocasiones, habla del “panteón surrealista”. Aunque eso sea una manera de hablar, no menos cierto es que muchos comentaristas del surrealismo parecen gustar del olor a cadaverina, ya que hasta sienten la muerte donde no la hay. Incluso Yves Bonnefoy, en la desdichada entrevista a la hoja de col llamada Le monde des religions, al ser cuestionado sobre lo que leía “de los autores vivos”, respondía como hay que responder a esto de lo vivo y lo muerto: “Todos los autores están vivos”, y a veces más que muchos de nuestros contemporáneos, como le ocurre a él con Baudelaire, “más aún cuando las ediciones críticas de sus libros y sus cartas nos lo hacen más cercano a nosotros que esos autores actuales de quienes no conocemos sino páginas, o cuadros”. Una cosa es vivo y otra contemporáneo. Y para el surrealismo, como ha demostrado siempre, Raymond Roussel no forma parte de ningún panteón, ya que, además de ver a Roussel como un espíritu vivo, el surrealismo no tiene ningún panteón.
Luego, François Piron dice, en la página 171, que “la lectura de Roussel por parte de los surrealistas es coherente con sus intereses: la primacía de lo imaginario sobre lo real, de la visión sobre el entendimiento racional, y la originalidad de un «mundo completo»”. También es una manera de hablar, pero no está de mal recordar que el surrealismo no ha dejado nunca de afirmar que lo imaginario es real. Por último, en la segunda cita del “panteón”, encontramos lo que suponemos sea un despiste: “Roussel, como Borges o Sade, se cuentan entre los escritores de los que se apoderan Foucault y los críticos de su generación para sustraerlos del panteón surrealista”. Valga lo de Sade, pero... ¿el reaccionario y ultra hombre de letras Borges, al que incluso Magritte llamó “gilipollas”? Nunca fue, ni es, ni podría ser una referencia del surrealismo, al margen de que a algún surrealista le hayan interesado particularmente sus especulaciones –no exentas sin duda de genio, pero eso es otra cuestión.
Que Foucault y la generación textual hayan intentado, con bombo y platillo académicos, apropiarse de Roussel –intento que buscaba convertir en un simple “malabarista de palabras” a quien afirmó rotundamente que “en mi caso, la imaginación lo es todo”– no puede ocultar que, hasta principios de los años 60, o sea durante cuatro décadas, la cronología del interés rousseliano coincide con el surrealismo, y que, como el propio François Biron reconoce, la obra de Roussel “ha llegado hasta nosotros, ante todo, por el entusiasmo de los surrealistas, que la defendieron con pasión durante la década de 1920”. Veamos ahora los datos que al respecto nos facilita este libro.
En 1922 escribe sobre él Philippe Soupault en Littérature. En 1924, aparece un texto de Desnos en 391, la revista de Picabia, y Michel Leiris, que lo conoce desde niño por relaciones familiares, se lo presenta a Masson y a Miró, a quienes les compra cuadros, como en 1926 le comprará a Max Ernst El ruiseñor chino. En 1925, Paul Éluard publica en La Révolution Surréaliste “La estrella en la frente”. En 1928, Vitrac un estudio en la Nouvelle Revue Française. En 1930, Leiris habla de él iluminadoramente en el artículo de Documents “El ojo del etnógrafo”. En 1933, el escritor le da a su notario un documento especificando que debe entregarse un ejemplar de todos sus libros, y copia de unos manuscritos, a Desnos, Tzara, Éluard, Leiris, Char, Dalí, Soupault, Gide y Aragon, mientras que Dalí –inquebrantable rouselliano–, en Le Surréalisme au service de la Révolution, publica un artículo sobre las Nuevas impresiones de África. En 1935, gracias a Leiris, aparece Cómo he escrito algunos de mis libros, y Clovis Trouille pinta su fabuloso cuadro El comedor de Raymond Roussel. Este último dato no viene en el libro que comentamos.
Pero sigamos, ya en 1937, con la nota clásica de Breton en Minotaure, luego en la Antología del humor negro (1940), y con el amigo Brunius, quien realiza la primera “máquina para leer a Raymond Roussel” (perdida durante la II Carnicería Mundial). Al año siguiente, el propio Brunius abre su gran artículo de Minotaure “Al margen del cine francés” con una serie de experimentos del maestro Canterel, y en la exposición se homenajea al escritor, como volverá a hacerse en la del 47. En 1938, Dalí pinta Impresiones de África. En 1943, textos de Roussel son traducidos en View. En 1950, Michel Butor indaga los “procedimientos” de Roussel, pero lo hace en la revista Rixes, de la que fue el único colaborador no surrealista. En 1953 aparece el primer libro sobre el escritor: Une étude sur Raymond Roussel, de Jean Ferry, con prólogo de Breton (aún Ferry le dedicaría dos libros más, en los años 60). En 1954, es el patafísico Juan Esteban Fassio quien da a conocer otra máquina, inspirada en la de Brunius (y también desaparecida), pero de nuevo es una revista surrealista la que se hace eco de una intervención no surrealista sobre Roussel: Letra y línea, que dirigía Aldo Pellegrini en Buenos Aires. Y así llegamos a 1963, en que Ferry reunía sus escritos. No sin olvidar que el libro más importante sobre Roussel es obra de Annie Le Brun: Vingt mille lieues sous les mots, Raymond Roussel, ya en 1994. Cinco años antes, una empresa de mudanzas había entregado a la Biblioteca Nacional de París nueve cajas con documentos del escritor, hallazgo decisivo que condujo a la edición de sus obras completas y obligó a un replanteamiento del histórico libro del gran estudioso de Alphonse Allais, François Caradec, quien, por cierto, había trabajado en la materia con Michel Leiris (1972, 1997).
Precisamente es Annie Le Brun, siempre fina y sagaz, quien abre los ensayos del libro. Tras un buen texto de Patrick Besnier, volvemos a los viejos tiempos con un fragmento del texto etnográfico de Leiris en Documents, hablando de Roussel, pero también de “los prejuicios de raza, iniquidad contra la que nunca nos rebelaremos lo suficiente”, y de los turistas, que viajan “sin corazón, sin ojos y sin oídos”. Soberbias son las hojas inéditas de Desnos (¡de quien se ha llegado a decir que era hijo de Roussel!), “Raymond Roussel y su acción sobre el público”. Con su violencia acostumbrada, Desnos defiende a Roussel del “público cerril, mezquino y envilecido”, propio de “esta sociedad en proceso de putrefacción”, y, en fin, de “quienes dan el nombre de «edad de la razón» a la edad de la cobardía moral”.
De un libro de 1998 sobre Duchamp, obra de Linda Henderson, se extrae un fragmento sobre la actitud, teñida de ironía y burla, que Roussel y Duchamp tuvieron hacia la ciencia y la tecnología. Esta ensayista escribe: “Afirmar, con Breton, que Roussel había sido «el magnetizador más importante de los tiempos modernos», es exagerar su implicación en la práctica del magnetismo y del hipnotismo”. ¡Caramba! Esto es leer al pie de la letra, lo que evidentemente no es el caso, y por lo demás Breton escribe: “Roussel es, con Lautréamont, el magnetizador más importante de los tiempos modernos”, sin que tampoco esté hablando de que Lautréamont se haya dedicado a esas prácticas.
El texto de Breton viene luego traducido, tras el de Soupault en Littérature y antes del de Astrid Ruffa sobre Dalí y Roussel. Menos interés aún que este tiene el de Georges Perec y Harry Mathews, tristes inventores oulipoenses de imaginación menesterosa, al menos al tratar a Roussel, ya que no van más allá de idearle un amor homosexual. El texto de Butor en Rixes y una entrevista de Piron a John Ashbery cierran el libro. La entrevista es del máximo interés, ya que Ashbery (quien en 1961 hasta fundó una revista titulada Locus Solus) ha sido un apasionado rastreador de Roussel, y tan inteligente como para no haberse dejado engañar con el discurso foucaultiano: “A pesar de las esperanzas que había depositado en el libro de Foucault, una vez más no descubrí nada decisivo sobre Roussel, sino solo las ideas de Foucault acerca de él”. Nos da también la información curiosa de que Roussel se puso en contacto con el cineasta Alexandre Devarenne para llevar al cine Impresiones de África. Y cierra con el delicioso relato de su acercamiento a Joseph Cornell –siempre genio y figura–, para hablar con él sobre Roussel.
Locus solus. Impresiones de Raymond Roussel incluye también una serie de semblanzas de figuras relacionables con el escritor, como Victorien Sardou, Victor Hugo, Leiris, Desnos, Flammarion, Duchamp, Chirico o Ferry. Lo más divertido nos aguarda en la página 135: la foto de la galleta en forma de estrella que le regaló Flammarion durante el almuerzo en su observatorio, y para la que Roussel hizo una urna de cristal luego encontrada por Bataille en un mercadillo de viejo. Sigue refiriendo François Piron: “Este objeto le inspiró un texto dedicado a André Masson, «El comedor de estrellas» (1940), en el que sugería que el valor fetichista y pueril que Roussel daba a ese objeto simbolizaba «su deseo de comerse una estrella». Bataille se lo regaló luego a Dora Maar, que lo incluyó en la exposición «Objets surréalistes» de la Galerie Charles Ratton de París, en 1936”.
Por lo que respecta a Roussel y el surrealismo, hemos de añadir algunos datos, sobre todo la publicación, en 1968, de la espléndida monografía-antología de Bernard Caburet, componente a la sazón del grupo surrealista parisino, en la colección “Poètes d’aujourd’hui” de Seghers. Otro miembro del grupo, Georges Sebbag, en la revista Alétheia (n. 3), publicaba en 1964 el artículo “Raymond Roussel ou les impressions d’une double vue”. Y aún más atrás, en 1950, merecen resaltarse los tres capítulos consagrados a Roussel por Marcel Jean y Arpad Mezei en Genèse de la pensée moderne. Luego, en febrero de 1973, Georges Henein le dedica un artículo, que es el último verdaderamente significativo que salió de su pluma. No se olvide tampoco la influencia en artistas como Konrad Klapheck, Gilles Ghez, Roberto Matta o Jorge Camacho. Este último incluso le dedicó, en 1967, una exposición, titulada HARR, o sea Homenaje a Raymond Roussel, y podemos evocar también su dibujo Locus Solus.
En la página 112 se reproduce una docena de líneas de Paul Éluard (sacadas, para más inri, de La Révolution Surréaliste), advirtiendo que la llamada “Sucession Paul Éluard” prohíbe su reproducción. ¡Toda una lección de amabilidad y comunismo! Más paradójico aún resulta que el futuro poeta de Stalin nos diga, en esas líneas, que la única realidad importante para él es la de “lo que nunca fue”. Por otra parte, no sabemos si también se debe a los “copyrights” –todo es posible en los reinos de la Ley– que las reproducciones de Man Ray aparezcan con el nombre Emmanuel Radnitzy entre corchetes, como si eso a alguien le importara.
Pero en fin, pese a los detalles apuntados, debe señalarse este libro como una publicación preciosa, imprescindible incluso, para todos los apasionados de la figura y la obra de Raymond Roussel.


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Página ilustrada com obras de Singwan Chong li (Chile), artista convidada desta edição.

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Agulha Revista de Cultura
Número 107 | Fevereiro de 2018
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