quarta-feira, 8 de junho de 2016

DAVID CORTÉS CABÁN | La presencia de los árboles en Ninguno como la espina, de Luis Alberto Crespo

                                                                   
Este árbol tan cerca
es aquél del infinito.

 Luis Alberto Crespo

El poeta elabora su mundo con palabras, conceptos y emociones que forman en la página en blanco una estructura poética autónoma que contiene los rasgos y elementos que distinguen un poema de otro. Cada poema representa una unidad en la que cristalizan situaciones reales o imaginarias que reflejan la visión de mundo del poeta. Llevado por el interés de conocer algunos de estos elementos me he acercado a Ninguno como la espina: Antología y otros poemas, del poeta Luis Alberto Crespo [1] para mirar cómo se proyecta y qué efecto tiene la presencia de los árboles en este libro. Sé, por demás, que todo poema guarda una tácita correlación con otros poemas. En este caso prefiero limitarme a aquéllos donde los árboles son un motivo que tiene que ver no sólo con la naturaleza real sino con la que el poeta crea en la elaboración de sus textos. ¿Qué significan los árboles y qué representan desde el punto de vista creativo? ¿Cuál es el propósito de su reiterada presencia en esta poesía? ¿Qué muestran u ocultan sus ramas en la transparencia del aire?
Son varios los ejemplos que podrían mostrar los árboles como elementos simbólicos en la poesía de Alberto Crespo. Los vemos aquí no como un ornato del paisaje, sino como una presencia adherida al acto creativo. Sustancia viva, transformándose siempre en la confección de un lenguaje que sugiere otras imágenes y otras variantes para acercarnos al pensamiento del poeta. En esta poesía los árboles, las ramas, las hojas, la espina, la acacia, la ortiga, y aun los arbustos y la hierba adquieren un sentido diferente. La presencia de los árboles y la frecuencia con que aparecen nombrados proveen al paisaje, como mencioné anteriormente, no de una cualidad de belleza o cualquier cualidad digna de grata admiración, sino de un referente simbólico que sirve para descifrar la actitud del poeta hacia la vida y la poesía: “Como la hoja caída / sé que hay otra oscuridad / en la sombra” (p.16), nos dice. Esa “hoja caída” funde el sentido del paisaje y de la vida en una experiencia que está fuera de nuestra realidad y que sólo es posible en la imaginación del lector. Aquí los árboles, las ramas y las hojas reflejan una red de correspondencias cuyo valor no reside en el mundo exterior, es decir, en la imagen visual de esa naturaleza, sino en lo que sugieren como presencias evocadoras de una realidad más cambiante y profunda. El siguiente poema cristaliza una imagen afín con esta interpretación:

ESTE ÁRBOL TAN CERCA

es aquél del infinito
El que me da sombra
es el que abandono
El que no se ve
es donde amarro mi caballo
El que está por nacer
es el que he derribado
o es ninguno
como la selva entera

La relación entre el árbol y el tiempo, en el sentido abstracto de las cosas, se convierte en una proyección de imágenes que pierden el contacto con la realidad y con el entorno mismo del paisaje, para dejarnos con las posibilidades de objetivar una visión cuyo significado es distinto en la memoria. En otras palabras, no es lo que el árbol representa en sí mismo como elemento de la naturaleza que el poeta evoca y ve diariamente, sino como un símbolo poético que sugiere una pluralidad de imágenes. Al fin del poema el árbol termina convirtiéndose en la imagen de la selva: árbol, infinito, sombra, ninguno, selva entera. Ha pasado por varias transformaciones y sucesivamente ha ido adquiriendo otras características físicas hasta transformarse en la presencia de un paisaje más extenso y abarcador. El árbol ahora es una “selva entera”, es decir, una metáfora de grandes proporciones.
Las ramas y las hojas son también parte de esta visión poética que extiende el sentido de las cosas proyectándolas en otras imágenes, adquiriendo así otra connotación. Se liberan de sus atributos físicos para adherirse a una visión impregnada de una actitud existencialista de la vida. Una visión que se va modificando en lo que respecta a la experiencia, el contenido y la esencia misma de lo que se refleja en la superficie del poema.  Veamos, por ejemplo, cómo se van generando estas imágenes y creando a su vez otro sentido de la realidad:   

DESAPARECES DEL NOMBRE

Con que vuelas     
pequeño cuerpo
como te llamabas
y cantabas
Poco de ti
Brevemente tú
casi nada
pájaro reinita
destello
de palabra trunca
cuando mueres
por irte
de esa rama por dentro en la ventana (p.24)

Aunque el tema de este poema recae sobre el canto y la fugaz impresión que deja el pájaro en la rama, es la “rama” en sí la que sostiene su frágil presencia y donde momentáneamente perdura su imagen pasajera: “cuando mueres / por irte / de esa rama por dentro en la ventana”.  Si la naturaleza poetizada aquí parte de una realidad concreta: “rama”, “pájaro”, “ventana”, es sólo para dar una impresión de lo que el poeta ve y siente en ese preciso momento. De ahí que los elementos de esa naturaleza estén vinculados al sentido intrínseco de una imagen que copia e intensifica lo que el hablante nombra. Y son elementos que se convierten también en símbolos referenciales de un lenguaje que nos sugiere siempre otra visión del entorno. Por eso son tan significativas las palabras que el poeta utiliza: árbol, tronco, ramas, hojas, ramaje, pastizales, bosque, roble, yabos, cují negro, roble, tártago, tuna, ortiga, acacias y espinas, todas integradas al contexto de una poesía que encarna una visión diferente del mismo paisaje que proyecta: “¿Qué alma tuve / cuando se estremecía la noche / en la rama / y el ser / demoraba / entre los ojos?” Otra vez la “rama” aparece aquí como sostén que transparenta el sentir y la hondura de ese pensamiento poético:

LA RAMA

Lo que tú dices
La reja
Alguien no regresa
Canta la chuchuba
El camino se tuerce
La ladera en el rostro
Tanta vida nuestra ensimismada (p.32)

La “rama” desprendida de su contexto designa otra realidad; una voz que alterna con la memoria, una imagen visual del pasado y de una reflexión de la vida evocada a través de la naturaleza. De este modo, las palabras adquieren otro significado en el contexto de lo que ha de revelarse y por la evocación misma de esa contemplación, o como bien ha señalado el crítico Gonzalo Ramírez “…lo más inmediato acaba tornándose en un misterio. Lo próximo y lo lejano acaban por fundirse”. En el siguiente poema notamos esta distinción en la imagen del árbol:   

ÁRBOL DEL CAUDERO

haz que yo mire lo verdadero
haz que yo sea
lo que yo miro
sin saberme
como lo breve en lo inerte
Y que mi dicho sea
el lugar que pierde la hoja (p.37)

Sentimos el árbol y la hoja no como presencias inexpresivas, sino como presencias en íntima comunión con una escritura en la que se funden realidades que están más allá de nuestra comprensión. Para entenderlas, hay que dejarse guiar por la intuición pues la imagen del árbol aparece aquí no como un ente más de la naturaleza, sino como una presencia que busca manifestar la profundidad reveladora de la poesía. Trascribo el siguiente poema:

ÁRBOL

Señor,
que lo que acabo de escribir
se parezca a un yabo.
La misma alma blanca
de morir en la emoción,
el mismo aliento
 en el ramaje escueto
y algo de Paul Celán
-la hoja encariñada con la estaca-
sobre este valle de arcilla
en medio de lo que nunca diré (p.55) 

Sin pensar en las correspondencias que pudieran establecerse entre la poesía de Paul Celán y nuestro poeta, detengámonos por un momento en la imagen que nos transmite el árbol de yabo. El árbol de yabo parece contener aquí una imagen que, más que mostrarnos el fondo concreto de las cosas, proyecta otro sentido. La técnica está no en que lo que se nombra o presenta, sino en lo que se oculta. Por eso, lo que nos concierne al leer el poema no es el árbol de yabo en sí, sino la imagen que sugiere en el poema. Una imagen que proyecta no el significado real de las cosas, sino lo que éstas sugieren en la mente del lector. Creo como Gonzalo Ramírez que “en un poeta tan poderosamente visual, no deja de llamar la atención que sus imágenes por exceso de familiaridad nos terminan resultando desconocidas”. Ésta es una realidad con la que se enfrenta el lector al leer la poesía de Luis Alberto Crespo. El estilo mismo de sus composiciones es de por sí provocador por lo que encierra de fragmentaria plenitud, y por su elaboración y capacidad de síntesis. La economía y rigurosa asociación de los elementos fundamentales de su poesía parten de una experiencia creadora que resulta a veces mucho más profunda y compleja de lo que parece.
Vuelvo sobre otro ejemplo significativo. Al comienzo del poema “Igual”, leemos: “Estoy seguro que oigo un mirlo / en los yabos / Que nevó anoche / porque sus ramas desnudas / muestran una blancura vacía”; y, más adelante, en otro poema: “Las palabras de Efraín Hurtado / ya no mueven los árboles”.  La atmósfera y el tono de estas composiciones nos transfieren un pensamiento que trasciende las circunstancias que presenta cada texto. Podemos sentir que del árbol de yabo surge el trino que preludia una sensación de vacío y de misterio, mientras que en el poema “Efraín” los árboles son un lenguaje que anuncia el sentimiento desolador por el fallecido poeta Efraín Hurtado (1934-1978). En ambos textos el asunto y la visión de lo que en ellos acontece es distinto, pero el marco de referencias sigue siendo los árboles:

EFRAÍN

Las palabras de Efraín Hurtado
ya no mueven los árboles.
El viento insiste
para que no olvidemos su camisa
con el último latido adentro.       
Aquel destello en el quemado
fue su manera de mirarnos.
Su escritura
son estos pastizales de Guardatinajas.
Y éstas son sus manos
con las que se limpiaba el sudor
y describía,
como un tordo parado en el alambre,
el desasosiego. (p.61)

Los árboles al igual que las ramas producen también un efecto de arraigada unidad, son una su presencia que amplía la perspectiva de lo que dice el poeta o lo que expresan sus imágenes: “Acerco mi rostro / a la rama más remota” (p.62), dice en este verso, o “Ando con unos árboles / por la ciudad”, (p.73) o, por ejemplo: “Los árboles se secan / a esta hora”, (p.76).  En estos versos subyace un sentido más humano del que habitualmente descubre la mirada al contemplar la naturaleza. Por otro lado, la personificación misma de los elementos de esa naturaleza nos transmite cierta animosidad que va sumiéndonos en un paisaje árido, lejano y transparente. Lo que en un principio creíamos que eran los árboles, como sucede en el poema “Pasante” (p.73), ha ido convirtiéndose en una imagen múltiple: árboles=amigos, búho=misterio, busque= interioridad:

PASANTE

Ando con unos árboles
por la ciudad.
Llevo dinero que nunca tuve
pero deseo.
Oprimo sus papeles en mi bolsillo
aunque mi alma prefiere
que pise las hojas secas.
Son de roble.
Yo voy con ellos.
A ratos se detienen a ventear
en la esquina
y este sendero.
Después seguimos.
Tengo hambre. No sé ellos.
Escucho un búho
en el fondo del bosque
y en mi vientre. (p.73)   

Los árboles encarnan la imagen de los amigos, y se transforman en presencias sigilosas moviéndose al lado del hablante poético: “Son de roble. / Yo voy con ellos. / A ratos se detienen a ventear / en la esquina / y este sendero.” Se camina por una ciudad, un espacio cuyo entorno va dejando su marca en el alma del hablante, una sensación de vacío parece prevalecer en su interior: “…mi alma prefiere / que pise las hojas secas”, dice en este verso, mientras en el sendero un búho añade un toque de asombro y de misterio al paisaje.  Al final del poema, el árbol se ha transformado en un bosque que transmite un sentimiento de soledad. Una imagen que nos hace reflexionar sobre lo que busca el poeta en esa naturaleza, qué añora su espíritu o qué recobra su mirada al contemplar el paisaje: “En esa palabra / había otro árbol. / Yo callaba lo que escribía / bajo su sombra.” (p.80) nos dice en estos versos. Y su palabra cae como una estrella relampagueante entre los árboles que guardan su paso igual que presencias sigilosas.    Caminemos al lado del poeta, oigamos su voz: “Duermo / bajo un árbol que arde / hasta el amanecer.” (p.90). El poeta lleva dentro de sí el paisaje por el que va su vida, no la de Luis Alberto Crespo, sino del otro, el yo lírico que revela en el fulgor de estos versos otra imagen del mundo. Bien ha observado el crítico Guiseppe Gatti al decir que “Crespo se sirve de la poesía para crear un espacio, porque su escritura es un paisaje y en la escritura está su paisaje…”. En este poema la apariencia del árbol, su materia es remplazada por una luz intensa, pero ¿qué relación tiene un “árbol que arde” con el hablante poético?: “Duermo / y despierto / bajo un árbol que no ha nacido todavía”. ¿Es real este árbol cuyo esplendor contrasta con la oscuridad del “árbol de cedro”? ¿No sugiere la oscuridad acaso otra forma de conocimiento, lo que ignoramos de ese paisaje de extraña plenitud? Estos árboles fijan la imagen fundacional de un mundo cuyo sentido poético varía de acuerdo a la mirada y, podríamos añadir, de los sentimientos y pensamientos del poeta. Veamos los versos del siguiente poema en prosa:

CASA VIEJA

No preguntes quiénes son ellas.
Han guardado las llaves en el fondo donde
callan. Visten el luto de la ropa colgada.
Tampoco adivines sus nombres, como si
limpiaras una lámpara cuya luz se ve allá
 entre los árboles. Ha llovido mucho sobre la
espina con que avivan su casa. Y no le
sostengas la mirada. Son las cinco. El sol está
por concluir. Detrás de sus anteojos alguien
se desespera por volver.
Ya sabes cuánto enceguece salir de sí. (p.105)

Lo revelador aquí no es sólo el marco o el espacio real al que se circunscribe esta memoria, sino la profunda y angustiosa visión de la vida y del tiempo. Hay que buscar, en el significado de estos versos, una metafísica de la vida arraigada a la visión de la naturaleza. Pienso que esto es lo que habría que preguntarse al leer la poesía de Luis Alberto Crespo. Es decir, cómo surge en este poeta la relación entre el lenguaje y la naturaleza. Sabemos que las imágenes de su poesía no llegan por el azar, sino por la rigurosa elaboración de un lenguaje que nace no sólo de la naturaleza, sino de su propia interioridad: “Cruzo la alambrada, / ando por el vacío, / no se ve una sola palabra de árbol, / un mínimo decir que vuele”. Un decir que busca reafirmar esa visión de mundo. Una visión que no se limita solamente al paisaje de Carora, sino a otros territorios donde la presencia de los árboles y de la naturaleza misma sugiere matices y percepciones diferentes. Quizás por eso la mirada intenta recuperar el paisaje otorgándole aquí un sentido distinto y más profundo. Una palabra cuyo significado trasciende nuestra propia realidad para acercarnos con otra visión del mundo, “una palabra que se adelgaza hasta la transparencia” (Castillo Zapata, 9), o como el mismo poeta ha señalado en estos significativos versos: “Dime si te ves en lo que escribo, / si es sin después esto quieto y partido, que se sostiene apenas, / que se agarra al polvo que lo nombra, / o si todo sigue contrito y aterido cuando leas / y se atraviesa un borde, como una coma, una espina.”. Lector, ¿sientes la lucidez? ¿La transparencia? ¿Escuchas al “árbol que arde / hasta el amanecer”?

NOTA
1. Luis Alberto Crespo. Ninguno como la espina: Antología y otros poemas (Valencia, Venezuela, Ediciones Poesía, 2000). Este libro ha sido publicado bajo el sello editorial de la revista Poesía, del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo. La revista Poesía es dirigida por los poetas Adhely Rivero y Carlos Osorio.   





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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidada | Olga Albizu (Puerto Rico, 1924-2005)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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