segunda-feira, 21 de novembro de 2016

Agulha Revista de Cultura # 91 | Editorial


● BRASIL Y AMÉRICA LATINA: BAILE DE MÁSCARAS

1. El mercado editorial (vamos a limitarnos al Brasil, donde ya tenemos suficientes problemas), se divide en dos estimativas referentes a la prosa y al verso. Esta simplemente no funciona, mientras que en la otra cabe todo. Fue siempre así, de modo que no hay motivos para espantarse. Existe igual comportamiento tanto en la relación de la producción interna como al ingreso de autores extranjeros. Hasta podría decir que no se trata de una ausencia de criterio, pero sí de criterio estrictamente financiero, de retorno inmediato, no sería la manera torpe como los títulos que son puestos a la venta. La propia ausencia de colecciones dedicada a una u otra veta de la literatura  ya es reflejo de la completa falta de una meta literaria. Tampoco es un retrato actual del Brasil, porque este siempre fue el escenario encontrado en nuestras librerías, bien que antes de ellas se habían convertido en tiendas de conveniencia. Podíamos evocar una relación inconsecuente entre Estado y mercado privado. En este caso el Estado se equivocaría doblemente: por no ser un Estado editor, y por contemplar con exención de impuestos libros que no contribuyen  en nada con las necesidades culturales del país. O sea, la ausencia de reglas legítimas por parte del Estado, incluyendo su indispensable acción como principal responsable para la recuperación del acervo literario, deja al  mercado privado libre para abastecer estantes y anaqueles con un enjambre de sub-literatura, sea brasilera o extranjera. Insisto. No hay novedad en esto.
Con rigor, no mejoramos ni empeoramos. Es un proceso estancado, intocable, cuya impresión de mejora o de empeoramiento está directamente relacionada con aspectos demografía, tecnología y simpatía. Un país con un profundísimo abismo social, insuficiencia educativa, y un decurrente y suicida sentido oportunista de nuestra elite intelectual, nada podría ser diferente.  La disparidad entre poder adquisitivo y mínima cualificación cultural responde por una parte a la sustancia del problema. Y por la absoluta y criminal ausencia del Estado, el mercado privado se porta como un gigoló. No hay otro término y tampoco da lugar al espanto.
En este escenario, lo que tenemos que hacer es evaluar qué tipo de comportamiento el mercado editorial tendría en relación a la literatura latinoamericana. A menos que fuésemos pautados por una ingenuidad beatífica- ingenuidad, en tanto, es talento que el clero jamás tuvo- , y yo diría que sería la misma relación. O sea, el mercado no se comporta de modo distinto de lo que es estimulado por el Estado. No solo la literatura, sino la cultura artística latinoamericana como un todo, siempre fue un caso menor, casi del todo inexistente a los ojos del Estado en el Brasil. No tenemos programas de integración cultural en el ámbito continental (de estímulo a la investigación, a la realización sistemática de simposios u otros eventos, etc.). El programa de apoyo a la traducción de la Fundación Biblioteca Nacional, por ejemplo, tiene reglas elásticas en relación al contenido, e ínfimas en lo que respecta al sonido sobre el valor irrisorio ofrecido por una práctica profesional injustamente descalificada.
Revistas literarias o de cultura que podrían aquí ser evocadas y que, de alguna forma contribuyen con este papel integrador, dos de ellas, una institucional, y otra de carácter privado, respectivamente Poesia Sempre y Agulha Revista de Cultura, son insuficientes si pensáramos en la extensión del escenario que deberían alcanzar. Las dos plataformas, impresa y virtual, ya casi se perderán del todo, sobre todo la primera, en el pantano voraz de las apuestas inmediatas del mercado. La Universidad brasilera, yo diría, que desconoce – o por lo menos no demuestra saberlo – el papel que debería representar, ampliando el escenario de una sociedad preocupantemente no organizada. Pero aquí tampoco hay novedad. Siempre jugamos con fuego, sin embargo yo me resisto a aceptar esta como una característica nuestra, y que la misma sea incorregible.
Como no reconocemos nuestro papel en una cultura local, es impensable exigir que sepamos imponer un adecuado ambiente internacional. No lo hacemos en la política o en la economía, ya lo sabemos, sin embargo es siempre bueno recordar que la precariedad que determina tales inacciones tiene raíces en la formación cultural, comenzando, inevitablemente, por la educación. Vieja tecla política, utilizada como una jerga de campaña, tomando represalias de criminales. Volvamos entonces al punto de partida sugerido por este encuentro. Nuestra relación con América Latina, de la cual somos parte, es como la mitad de Canadá y buena parte del Caribe. Comenté sobre el comportamiento distinto del mercado editorial en relación a la prosa y al verso. Creo hasta natural, bajo la óptica de un ambiente cultural, que reconoce el potencial de venta mayoritario en la oferta de una prosa que contiene narrativa, ensayos, entrevistas, biografías, guías o guiones de cine, etc., en contrapartida a la oferta del verso, que se reduce al poema y a la dramaturgia. Lo que no suena nada natural es la apuesta del contenido, las opciones del mercado, que serían pautadas por la deliberación inmediata de la reposición de costos, cuando los bienes de mercado se confunden con el patrimonio cultural.
De cualquier modo, en algún momento, yo debería evocar algunos nombres. Comienzo por la prosa, cuyos valores capitales del llamado boom de la literatura hispanoamericana fueron casi todos editados aquí por la Civilización Brasilera, por una iniciativa pionera de Ênio da Silveira, manantial mágico que dejó afuera algunos pocos nombres. Aquí me gustaría referirme a la fascinante novela Isla mágica, del panameño Rogelio Sinán, una de las máximas piezas del ciclo del realismo fantástico, que no tuvimos hasta hoy, oportunidad de conocer. La prosa ensayística latinoamericana es casi enteramente una desconocida para nosotros; lo que puede pasar es la falsa idea de que, además del mexicano Octavio Paz, del argentino Borges, o del peruano José Carlos Mariátegui, no hay pensadores en la amplitud francesa y española de nuestro continente. Evidentemente que uno u otro nombre se me puede escapar; yo traduje propiamente libros fundamentales de ensayos del nicaragüense Pablo Antonio Cuadra y del argentino Aldo Pellegrini, así como también traduje dos volúmenes recogiendo entrevistas dadas por Borges a la prensa local de los países que visitaba para dar conferencias.
No estamos tratando de particularidades en sí de un agravante plano general. La narrativa más contemporánea que ingresa el país ya es fruto de otra táctica, la de apareamiento entre novela y cine. Con respecto al pensamiento latinoamericano, hasta donde esa generalización puede resultar en algo inteligible, desconocemos particularidades sobre lo que pasa en cada uno de los más de 20 países que conforman esa supuesta identidad cultural, en gran parte por nuestra presunción histórica, lo que nos hizo, de algún modo, desdeñar y despreciar la cultura de los países de lengua portuguesa, comenzando por Portugal.
Tengo que retornar al aturdimiento referido inicialmente. Esta no fue una actitud consciente de quien quiere conquistar un lugar propio. Fue, antes que todo, la manifestación de cierta vergüenza por no pertenecer a un mundo mejor. Históricamente, el mundo mejor, al menos en la raíz del problema aquí identificado, era determinado, no por el idioma, pero sí por la fuerza operadora de estaciones e influencias como Francia, y luego, posteriormente,  de los Estados Unidos. También hoy soñamos con la representatividad de la literatura francesa, sin considerar la enorme baja de calidad de la misma en los últimos 50 años. Y desconocemos tanto de la literatura de lengua inglesa (cuya extensión alcanza países en todos los continentes), como en el mismo caso de la literatura de los Estados Unidos, por lo cual nos perdemos en un sinnúmero de carencias. Tampoco el cine ha funcionado como un diplomático eficaz, pues las citaciones destacadas de la obra del venezolano Eugenio Montejo y de la sudafricana Ingrid Jonker jamás fueron revertidas en la publicación de sus libros entre nosotros.
Así ya pasamos hacia la poesía, donde la penuria es mayor. Como el Estado se exime de preservar la obra completa de nuestros autores clásicos, y el único párrafo legal que constituye su defensa, es la inclusión del autor en la condición de domino público; los casos raros en que encontramos la integridad de una obra para la disposición del público, viene de la iniciativa privada. El Estado brasilero, de lo que se desprende, no tiene una cultura para ofrecer al mundo. No tenemos un patrimonio cultural que corresponda a nuestra posición en un mapa internacional de consecuencias estéticas. Claro que sabemos la importancia – y el reconocimiento internacional – de nombres como Carlos Drummond de Andrade, Maria Martins, Vicente do Rego Monteiro, João Guimarães Rosa etc., sin embargo sabemos que tales realces jamás fueron triunfos  de una iniciativa institucional. Vimos el año pasado cerrar las puertas de una editora brasilera, Cosac Naify, que desempeñó un papel de riesgo extraordinario en nuestro mercado. Comprendió, sobre todo, la exigencia de un diálogo entre culturas, como forma de descubrimiento y fortalecimiento de las mismas. Creo que esta editora,  de manera similar y en otra plataforma, se verifica en Agulha Revista de Cultura, que estimula, por lo menos, en la creencia de que es posible avanzar en la recuperación, o mejor, en la fundación de un ambiente cultural que nos permita a los brasileros, identificar el mundo real que tenemos, dentro y fuera de nosotros.
Hubo un momento en que la interferencia ideológica hizo que llegase hasta nosotros algunos nombres erráticos. Nos dio la falsa idea de una América comunista. Ninguna fuerza ideológica opera al 100%, y aún menos, intercepta la actuación y el funcionamiento del ambiente estético, sea favorable o no en relación a la ideología en curso. Es una  tontería creer en esto. Hasta los estados revolucionarios en su magnitud dieron al mundo un arte contrario a sus postulados. La poesía en América Latina tiene parámetros tan extensos, el ejemplo de las incursiones en el teatro por parte de Claude Gauvreau (Canadá), el épico variado según la visión de Aimé Césaire (Martinica) o Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua), la lírica desbordante de César Moro (Peru) y Enrique Molina (Argentina), los efectos dramatúrgicos de Eunice Odio (Costa Rica) y Marosa di Giorgio (Uruguay). Otros nombres que desconocemos: la pasión descarnada del chileno Enrique Lihn, el laberinto verbal de un argentino fascinante: Roberto Juarroz. Puedo mencionar al menos un nombre fundamental de la tradición literaria, sea en la prosa o en el verso, de cada uno de esos países, sin olvidar títulos ensayísticos esenciales para la comprensión de su cultura literaria. No es este el caso. No estamos aquí para remendar una colcha mal puesta.
Me parece que la idea sería destacar lo posible y lo imposible en esa relación entre Brasil y América Latina. Diría que una síntesis es lo posible tornando lo imposible. Esto no nos ayuda en nada. El daño ya está hecho. La cuestión es, si el tema despierta interés, qué podemos hacer a partir de ahora.
Son dos, por lo tanto, los desafíos que tenemos en Brasil con respecto a este tema: la osadía de la realización de acciones que apunten en tal dirección, y la firmeza de descubrir mecanismos que garanticen su sustento, su permanencia. Ejemplifiquemos con una buena ayuda:

Cuando fui el curador de la 8ª edición de la Bienal Internacional del Libro de Ceará, en 2008, trajimos, para su ambiente comercial, decenas de editoriales hispanoamericanas, y tuve la acogida y la recepción del mercado para todas ellas. Como resaltaba entonces el informe general del evento: “El tema de la 8ª Bienal Internacional del Libro de Ceará”, y “La aventura cultural del mestizaje, lo cual incluyó dos comunidades lingüísticas: la portuguesa y la española, y, también, sus manifestaciones artísticas y culturales, totalizando 30 países situados en cuatro continentes: África, América, Asia y Europa. La osadía de tal inclusión desarticula el foco habitual de las programaciones literarias de otros eventos similares, concentrándose aquí la evocación de la multiplicidad de culturas y de la condición mestiza de sus raíces. […] El área de expositores  de la 8ª Bienal Internacional del Libro de Ceará, considerando la inclusión de su tema central,  contará con un significativo número de expositores también de los países involucrados,  influyendo así en una mayor integración entre  las literaturas de lenguas portuguesas y españolas. Una diferencia significativa en ese caso es la creación de un espacio titulado  “Isla de los Continentes”, cuya área de 234 m², se destina a recibir editoriales extranjeras, que, en general, no disponen de condiciones de participar de eventos internacionales.  No hubo, con todo, determinación institucional  para avanzar en tal plano de integración.

Otra cosa a sugerir tiene que ver con el estímulo a la creación y a la investigación, como una planificación de sustento sistemático del acervo, creación y renovación de espacios culturales. Veamos, por ejemplo, el FONCA – Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en México. Creado en 1989, a este Fondo le fueron dadas las siguientes tareas; apoyar la creación y la producción artística y cultural de calidad; promover y difundir la cultura; incrementar el acervo cultural y preservar y conservar el patrimonio cultural de la nación. Le cabe a él, como consecuencia, “avanzar en proyectos culturales profesionales que surgen en la comunidad artística; así como ofrecer fondos para que los creadores puedan progresar con sus trabajos sin restricciones, afirmando el ejercicio de las libertades de expresión y creación”, según informa el Portal de la Secretaría de Cultura de México.    
Otro aspecto a ser registrado es la condición de un Estado editor. Aquí valdría el ejemplo venezolano de la creación de su monumental Fundación Biblioteca Ayacucho. En el primer párrafo del informe en el que se abre su portal en Internet, encontramos la clara afirmación: “La Biblioteca Ayacucho es uno de los sucesos editoriales de mayor trascendencia en el ámbito cultural latinoamericano. Desde su creación, en 1974, ha fortalecido su propósito fundamental: mantener en permanente actualidad las obras clásicas de la producción intelectual del continente, desde los tiempos prehispánicos hasta las expresiones más destacadas del presente”. Actuando con un osado proyecto editorial que engloba siete colecciones, destaco aquí dos de ellas, que ilustran bien el tema de nuestra conversación. La “Colección Expresión Americana”, que toma prestado el título de una obra fundamental de José Lezama Lima, se encuentra destinada a ampliar la temática y los intereses de las obras publicadas  por la Biblioteca Ayacucho, mediante la edición de libros de relieve  de memorias, biográfico, autobiográfico y de otros materiales de índole personal, así como trabajos de naturaleza ensayística, tratando de encontrar, en los diversos registros de la prosa, una sustentada discusión y meditación estética a lo largo de la historia de la cultura escrita en nuestro continente. Otra de ellas, la “Colección Futuro”, a su vez, se dedica a la actualidad innovadora de las letras venezolanas, incluyendo, preferentemente, antologías regionales de autores ya reconocidos y valorados por la crítica, sin embargo, requieren mayor atención y difusión. Busca, por lo tanto, editar escritos y textos que configuren el quehacer literario actual, y que se proyecten con fuerza creativa en el horizonte de lo novedoso, donde son gestadas las tendencias de la escritura continental.
Otra sugestión sería la creación de un fondo editorial que garantizara la publicación de revistas de creación y reflexión, con una pauta sustancial, y que se reportase al ambiente cultural y artístico en América Latina.
El Memorial  de América Latina, localizado en San Pablo, dio un paso valioso en el sentido de estimular el conocimiento del ambiente cultural en nuestro continente, a través de la creación de su Biblioteca Virtual de América Latina. Allí podemos enterarnos de lo que ocurre y acontece en los diversos países hispanoamericanos, y lo que a veces llega a ser frustrante,  es descubrir que nos falta un mínimo de seriedad y de determinación para realizar acciones en los diversos países ya existentes. Temas que van desde la profusión de revistas literarias que se publican en México  hasta la situación de la REIC - Red de Editoras  Independientes de Colombia -, así como el catálogo de ediciones impresas y su colección virtual en el caso de la Biblioteca Nacional de Chile, etc. Notoriamente hay un mundo bordeando el infinito por la frente y estamos todos de acuerdo (creo), que la piedra fundamental ha de ser colocada, y es de orden institucional.
¿Cuál papel debe desempeñar el Estado a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores, por ejemplo, por medio de los Centros de Estudios Brasileros, existentes en todas las capitales de los países latinoamericanos? ¿Qué cuentas del Estado ha cobrado la población en relación a tales temas? ¿Cómo artistas e intelectuales se mueven en ese ambiente? A partir de ese filo sin roca es que comenzamos a entender que el dilema no es solamente institucional.  El Brasil permanece con los horizontes cerrados hacia lo que diga con respecto a América Latina. El Estado debería estimular la integración  cultural, y no lo hace. La clase intelectual debería denunciar tal inoperancia, y no lo hace. Imposible, por lo tanto, separar la paja del trigo, si ambos no aceptan lo que son. Concluiría parafraseando a Rubén Darío al afirmar que conocer otras literaturas es lo mejor que debemos hacer para librarnos  de la tiranía de algunas de ellas.

2. Dice el poeta Francisco Madariaga (Argentina, 1927-2001) que “todo escritor debe resignarse a que lo entiendan mal, equivocada o maliciosamente”.  ¿A qué potencia elevar tal resignación cuando el escenario es América Latina? No creo que se deba insistir más en una identidad latinoamericana. Si de hecho lo que tenemos es aquello que somos, no pasamos de un archipiélago disperso, fracturado en varias vértebras. Por más que se diga suena como falacia protocolar entre nuestros gobiernos. La identidad presupone conocimientos mutuos, diálogo, destino compartido. En el caso de América Latina, el mismo “destino  compartido” se hace de manera aislada, de ahí que sea más sufrido de lo que es propiamente vivido.
Si es verdad que la poesía constituye un peligro ante toda pretensión totalitaria, es también verdad que los poetas precisan descubrir  y practicar la perversión de este peligro, o sea, actuar de acuerdo con la agradable y placentera aceptación de no ser tan peligrosos – esto sí, de hecho, - lo somos. Este ejercicio de perversión tan solamente requiere una osadía en la escritura, una autonomía estética, y una plenitud de propio goce.
La democratización de una cultura, como el ejemplo la fábrica de sueños de  Hollywood, nos arrastra a una situación de debilitación de esta misma cultura. En países absurdamente pobres como los que constituyen América Latina, la democratización acaba implicando en un rebajamiento del nivel del entendimiento de la realidad. Esta maliciosa óptica democrática no pretende sino lucrar. En la orfebrería de la cultura el refinamiento se da a partir de la comparación, es decir, de la fricción que genera todo diálogo.
Cabe a cada uno de nosotros un ejercicio de autoafirmación, algo que nos distinga y nos permita la perfección y el esmero humanos  de la duda, y de nuevas insolencias. Tal ejercicio, con todo, no sobrevive aislado de la autocrítica.  Cuando perdemos contacto con una de las márgenes de ese río universal de los seres, nos sentimos impotentes y oramos sin serlo,  y oramos  en nuestro aberrante provincianismo. El hecho es que solo la diferencia actualiza y confirma la existencia humana. Y no se puede pensar en la identidad cultural sin la comprensión de su diversidad ulterior.
Al considerarnos parte de una cultura continental, como es el caso de América Latina, nos importa, sobre todo, la multiplicidad de raíces y la cualidad del diálogo sustentado entre sí, y con el mundo a su alrededor. La industria cultural siente hoy una respuesta natural hacia el desenvolvimiento  de la cultura en todo el mundo. Con todo, lo que se ha desenvuelto son las recetas y los estímulos al surgimiento de un arte mediocre que asume connotación de bien cultural, gracias al artificio de nuevas imposiciones del capital.
No importa cuántos millones de ejemplares venden  Gabriel García Márquez o Jorge Amado. No importa que Pablo Neruda y Octavio Paz hayan ganado el Nobel de Literatura. Formas distintas (ajenas) de aceptación no nos llevan a un reconocimiento de los mismos. Me importa el estoicismo de unos anónimos o pocos reconocidos  empeños en la discusión de una literatura latinoamericana. En gran parte son directores de periódicos o de revistas. Algunos son escritores, otros, periodistas respetuosos. Han sido los artífices incorregibles de ese puente colgante que supone vincular la literatura latinoamericana entre sí.
Este es el primer paso: la comprensión y la aceptación de sí mismo. América Latina se llama: Euclides da Cunha y  José Lezama Lima, Jorge Luis Borges y César Vallejo, Guimarães Rosa t Rubén Darío. Esto es cierto, aunque no tengamos la idea exacta del aporte estético de esos autores en el ámbito de un diálogo latinoamericano esencial. También, América latina se llama República Dominicana, Costa Rica, México, Colombia, Ecuador, Bolivia.  Todos los países que la constituyen, sin excepción, dieron importantes contribuciones  a la constitución de una identidad cultural  latinoamericana.
Todos estos países sufrieron el peso de la historia de las colonizaciones. Fueron aislados entre sí por una astuta estrategia. Lo que era antes autoritarismo  político se convirtió en juego mercadológico. El aislamiento franquea el desnorteamiento. Este genera recetas para la industria cultural. Las recetas de la industria cultural hacen que los gobiernos  se sientan partícipes de la cultura. Ya vimos que de esta manera todo el mundo vive feliz.  Cuando pensamos en América Latina el asunto es: narcotráfico, corrupción, y en el infierno verde en el que transformaran la Amazonia, etc.
Si hablamos específicamente de cultura, surgen menciones sobre programas gubernamentales del tipo del viejo Mercosur. Con todo, la razón de ser de los programas de ese orden, es económica, y no cultural.  Los encuentros culturales latinoamericanos, realizados habitualmente,  tal vez entiendan mejor del asunto,  sin embargo se reducen casi siempre en un mero ejercicio retórico.  La presencia efectiva que pueda representar un intercambio, se centra en la circulación de revistas y periódicos de cultura. Así nuestros países se comunican. Así descubrimos que no todo es Neruda o Amado.
Puedo ser competente para tratar este asunto por el diálogo intenso que mantengo con cada uno de los países que componen América Latina. Ejemplos: con frecuencia el argentino Diario de poesía se interesa por la literatura uruguaya; en México la revista Blanco Móvil dedica números a la literatura brasilera; la literatura chilena siempre está presente en el medio boliviano Presencia literaria, así como la literatura paraguaya visita con frecuencia las páginas de la revista portorriqueña Exégesis. Sus directores respectivamente Daniel Samoilovich, Eduardo Mosches, Jesús Urzagasti e Marcos Reyes Dávila, han hecho mucho más por la cultura latinoamericana que todos los programas y desprogramas del gobierno.
Por lo pronto, lo que funciona en ellos como una situación esencial de reconocimiento y de diálogo, en Brasil no ultrapasa la marca del acaso (generalmente definido por la influencia de alguien junto al cartel editorial).  Brasil es el país menos relevante para una discusión en torno de la supuesta identidad cultural latinoamericana. Todavía más: jamás nos sentimos integrantes de América Latina. Somos algo que no se dio bien, pero que no pretendía ser América Latina. Tal vez un café parisiense o una plaza neoyorkina. Nuestros escritores no dialogan con sus pares. Todos aspiran a descubrir la Europa que creen traer dentro de sí mismos. En algunos casos sirve a los Estados Unidos.
La discusión en torno a una identidad cultural latinoamericana se torna risible a partir del momento en el que los brasileros se sientan a la mesa. América Latina nunca nos interesó. En la biblioteca de Mario de Andrade, por ejemplo, encontramos libros de varios poetas sudamericanos y  mexicanos que le fueron  autografiados. Jamás se hizo mención pública  como para un posible diálogo con esta poesía. Unos pocos poetas (César Vallejo, Pablo Neruda) traídos a nosotros por la “Generación del 45”  fueron  conocidos sin un respaldo con una traducción aceptable. Los concretistas impusieron su programa estético, desvirtuando las lecturas más amplias que podríamos tener de la poesía de Huidobro, Paz y Girondo.
Brasil es un gran caos estético. Es como un hijo de un padre desconocido, que no sabe a quién jalar. Nuestra paternidad está fundada por un principio de identificación. Tenemos que dejar de ser la grande dama errante del planeta. Este país precisa existir; o sino renunciar de una vez por todas. Si la identificación tiende a una búsqueda de unidad con América Latina, tenemos entonces mucho que aprender. No me quedo con otra sugestión, sino con la osadía del diálogo. Se debe dejar de enviar escritores mediocres para los encuentros culturales con América Latina, o sea, tratar respetuosamente estos encuentros que son sistemáticos y efectivos. Traer a América latina para dentro de nosotros. Asumir la fragmentación impuesta por otras instancias, y tomar conocimiento de estas y reaccionar.
En cuanto a esto, poetas y directores de innumerables publicaciones en toda América Latina, seguirán hilando y deshilando una unidad imposible, excepto por el brillo de su diversidad. No se trata propiamente de poesía, narrativa o periodismo. Lo básico es comprender que no hay América Latina sino en el ajustable concepto de la industria cultural. Para crear y gestar  una idea cultural, aceptada como latinoamericana, debemos ante todo conocernos, y no sentarnos a la mesa ni siquiera para beber una cerveza. La falta de diálogo hunde a un pueblo en su mediocridad. Solo el diálogo funda e instituye una cultura.

Los Editores

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ÍNDICE

ALEX GIL | Aimé Césaire – Descoberta do Ur-texto de Os cães se calavam

CÉSAR SECO | De poesía y de poetas

DAVID CORTÉS CABÁN | El sentido de la vida en Diario de los seres anónimos, de Omar Ortiz

ERNESTO PRIEGO | Perspectivas globales: entrevista con Alex Gil

ESTER FRIDMAN | Um passeio pela reflexão filosófica

FLORIANO MARTINS & ALFONSO PEÑA | La inutilidad de las fuentes

FRANKLIN FERNÁNDEZ | A la vuelta con las esculturas de Licia Salvatore

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Disecciones


ARTISTA CONVIDADO | ARMANDO REVERÓN | Armando Reverón y su diálogo con la luz, por GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN









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Página ilustrada con obras de Armando Reverón (Venezuela), artista invitado de esta edición de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 21 | Novembro de 2016
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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