segunda-feira, 28 de agosto de 2017

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Jordi Virallonga, el alma de los cinco sentidos


Jordi Virallonga, Barcelona, 1955, es un poeta de arduo trabajo y de gran fidelidad a su propia obra y a la de los demás; reconocido autor en Cataluña y en toda España por sus publicaciones y por su labor de promoción y difusión a través del Aula de Poesía, fundada por él en 1989, con sede en la Universidad de Barcelona. Después de 35 años escribiendo poesía en castellano, Jordi entra finalmente también al ámbito creativo de la poesía escrita en catalán con Amor de fet, merecedor del premio Màrius Torres, 2015, año en el que recibe también, con Incluso la muerte tarda, el Premio de Poesía Hermanos Argensola, para lectores de habla hispana. Esta conversación ha tenido lugar en Cadaqués, entre visitas que van desde el Cabo de Creus a la casa de Dalí, desde la casa de su amigo Joan Tajadura Ijalba al imaginario acumulado y desplegado en 20 años de presencia, casi continua, en esas costas escarpadas desde donde se divisa el camino del exilio republicano a Francia. Virallonga es también un notable traductor del catalán al español, y del italiano, el portugués y el francés al castellano y al catalán. Una gama de poetas europeos, africanos y Latinoamericanos han desfilado por el Aula de Poesía y por las ediciones de libros que recogen sus traducciones y ediciones. No menos importante es su labor de antólogo, particularmente en Sol de sal y en la colección mexicana 20 del XX, Poetas catalanes. Sus colegas catalanes le han hecho un reconocimiento por sus 35 años desde que publicara su primer libro de poesía. [JAL]

JAL | ¿Cómo y cuándo tienes conciencia de escribir poesía, de ser ya un poeta?

JV | Hace treinta y tantos años, cuando estuve viviendo en Turín, me carteaba con algunos escritores que había conocido. En una carta que le mandé a Juan García Hortelano le pedía entre decenas de eufemismos, perífrasis y bastante avergonzado, si podía decirme si era o no un poeta. Él me contestó con un directo de izquierda que esa era una pregunta que sólo podía responderse uno mismo. Y efectivamente, llega un momento en que, tras dar por terminado cierto poema, eres consciente de que sólo lo hubiera podido escribir un poeta.
Mi primer libro,  Saberte (1981), recoge la alegría, la frescura, el valor ante el sufrimiento, la pasión romántico marxista que expresaba con la fuerza y la convicción de quien empieza a vivir una vida plena en un mundo íntimo que se aleja del injusto y deplorable al que, por entonces, combatía desde la militancia universitaria. A partir de mi segundo libro, Perímetro de un día (1986), este mundo se hace presente, de tal modo que condiciona la intimidad de los personajes, va tomando conciencia, pero no será hasta el tercero, El perfil de los pacíficos (1992), que soy consciente de estar trabajando con materia verbal desde un pensamiento poético, no desde un pensamiento político, sociológico o metafísico. Este pensamiento debía expresarse a través de un estilo, una lengua precisa, una estructura de cancionero-poema, y por lo tanto, si antes daba por terminados los poemas sólo por gusto o por intuición, ahora lo hacía fijándome que no faltara ni sobrara nada. Para ello me daba mucho tiempo, dejaba mis poemas dormir en una carpeta tres años para luego volverlos a leer y a trabajar si era necesario, y empleaba distintas estrategias para verificar la obra terminada.
Dicen que un poema nunca se termina, pero yo no creo que sea así, al menos no creo que deba de ser así. Cuando preparo alguna antología propia, reviso obra escrita hace mucho tiempo, y aunque en ocasiones he retocado algunos textos, generalmente de mis dos primeros libros, la mayoría los dejo como están, no a causa de esa majadería a la que llaman autenticidad, sino porque aunque hayan pasado décadas, siguen funcionando.

JAL | Eres un autor nacido y hecho en el Mediterráneo. ¿Qué representa para ti y para tu poesía el mar, la noción de ser parte de una historia determinada por una geografía y este crisol de culturas que unen a Europa con Asia y con África?

JV | Es curioso, pero en general el mar y el paisaje no son un eje de pensamiento poético central en mi obra. Si lo es parcialmente como un recuerdo que vinculo a ciertas personas o momentos. No sé por qué razón, quizá porque lo tengo siempre a mano o porque no se me ocurre nada más relevante de lo que me sugirieran ya desde Homero hasta los románticos ingleses.
La contemplación del mar no me lleva a una reflexión, aunque me sobrecoja y tranquilice su grandeza. Tomarme un café en el Cabo de Creus o en un bar de una cala a cualquier hora del día o de la noche es inexpresable, y es algo que hago decenas de veces al año desde hace décadas, más prodigioso cuando lo comparto con algunas personas que amo. En cambio sí que me inquieta constantemente el paisaje, los espacios marítimos, sus barrios, intervenidos por la mano del hombre, sean reales o simbólicos, aquellos que me llegan a través de la pintura, la música, la fotografía, la arquitectura, el urbanismo, los inventos que ayudan a vivir cada día, y nuestro mar, mi mar, conserva los principios de la civilización y de la barbarie. Las calles son un espejo de las necesidades que tienen las personas. En ellas se encuentran los lugares donde la gente se avitualla, donde ritualiza sus mitos, donde va a buscar consuelo o celebración, y en el interior de sus hogares los muebles nos dan pistas o desnudan la intimidad de sus ocupantes. Todo ello delata a un ser diferente al que conocemos en el bar o en la oficina, indica un ser, profundo o no, único, que se manifiesta también a través de su relación con esos objetos y a través de ellos con los demás seres humanos. No escribo sobre el mar, pero sí sobre la mirada de un hombre mirando el mar.
Suelo decir que hay una poesía del ser y otra del estar. Como poeta yo estaría en esta última aunque como lector me interesen ambas, siempre que el cordón umbilical del poema esté ligado de uno u otro modo al ser humano.

JAL | Cómo lector, escritor y traductor ¿Cómo ha sido tu relación con las dos lenguas en las que vives y sueñas, el catalán y el español?

JV | La cuestión del bilingüismo, del catalán y el castellano en este caso, es algo que se ve de una manera muy diferente desde fuera. Desde dentro esa pregunta no es nada habitual, salvo por el rendimiento político que se puede obtener. Lo mismo ocurre en los países monolingües, donde no creo que sea usual plantearse por qué sus ciudadanos hablan una sola lengua.
Vivir en un país bilingüe me ha familiarizado con dos literaturas, con dos tradiciones a las que puedo acceder directamente, aunque la prohibición que existía sobre el catalán ocultara la mayor parte de la producción escrita en esta lengua hasta que llegué a la Universidad. En las escuelas se enseñaba únicamente literatura castellana, pero en el patio y en casa, donde había bibliotecas familiares, hablábamos y leíamos también en catalán. 
Sin entrar en la socio ni en la psicopolítica, para mí ha sido natural crear y leer en castellano y leer en catalán. Por lo tanto, traducir era parte del oficio de vivir en el sentido pavesiano, claro está, porque para mí, vida y poesía son hermanas siamesas, cada cual hace su vida, pero a estas alturas no sé si existirían la una sin la otra.
Las lenguas, no hablo ahora de las lenguas literarias, son un regalo, nos han sido dadas, no las eliges, sin embargo la poesía has de desearla, buscarla, encontrarla, mantenerla, compartirla. En este sentido, y sólo para que se me entienda, amo más la poesía que la lengua. La mayor parte de la prosa, de las novelas que he traducido, ha sido de un modo mercenario, pero traduzco poesía, física o mentalmente, desde la adolescencia y todavía hoy lo hago como un acto rutinario, como preparo la comida o pienso en mi mujer y en mis hijos.
Este año, el 2016, he publicado dos libros de poesía en catalán. No escogí la lengua, nadie me obligó a ello, aún menos yo mismo, no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Nunca me pregunté por qué razón no los escribía en castellano. Te aseguro que no me sorprendió en absoluto, aunque me consta que a otras muchas personas sí. Yo ya había leído mucha poesía catalana, la había traducido, prologado, antologado, editado y anotado. Había dado muchas charlas y conferencias sobre poesía catalana y buena parte de mis amigos escriben desde siempre en catalán.

JAL | Cuando comenzaste a traducir del catalán al español ¿no te planteaste la urgencia de escribir en catalán, como lo hicieron varios contemporáneos tuyos? ¿cuáles fueron tus reflexiones?

JV | No, tal como puede entenderse por la respuesta anterior, como poeta nunca reflexioné sobre este asunto. Como persona sí, claro está. Quise aprender a escribir en catalán y desde fuere la que fuere la trinchera, defendí la necesidad de normalizar una lengua y una literatura que desde el año 1716, con el decreto de nueva planta, quince gobiernos españoles han pretendido liquidar. Y esto no es una opinión, sino historia pura y durísima. Mi generación también la ha vivido.
Pero a decir verdad, yo no sabía que la gente de mi misma edad escribía. Nunca imaginé que lo hicieran mis amigos, ni ellos lo imaginaron de mí. De hecho se quedaron muy sorprendidos cuando publiqué mis primeros libros. Pero tampoco conocí personalmente a ningún poeta contemporáneo hasta mis años universitarios. Y es más, conocí antes a poetas andaluces, por ejemplo, a Luis García Montero, Álvaro Salvador, Javier Egea o Antonio Jiménez Millán, y a la mayoría de los maestros del grupo de los años 50, que a los poetas que escribían en mi misma ciudad. A la mayoría de mis compañeros y compañeras les fui conociendo porque durante un tiempo hice crítica de poesía en revistas especializadas y en los suplementos culturales de algunos periódicos. Fueron llegándome libros, algunos poetas se pusieron en contacto conmigo, y finalmente se instituyó una tertulia de poesía los segundos miércoles de mes en un bar llamado “Bauma”. Esto fue a finales de los ochenta. Yo tenía, como el resto, treinta y cinco años, más o menos. Allí se iniciaron muchos proyectos individuales y colectivos, entre ellos el “Aula de poesía de Barcelona”.
Por otra parte, nunca he leído ni sé que exista un libro en castellano escrito por mis contemporáneos en catalán. Creo que algunos se iniciaron en castellano pero no publicaron. Ni ellos ni algunos maestros, como Joan Margarit o Màrius Sampere. Que ahora mismo recuerde, al único a quien he leído en castellano en una edición que publicó una institución valenciana fue a Vicent Andrés Estellés, a parte, claro está, de Pere Gimferrer, quien actualmente publica en una u otra lengua indistintamente.
Sí era público y conocido que se tendía a escribir en catalán. Algunos, los mejores seguramente, porque recuperaron su lengua materna y contribuyeron a la normalización de una lengua y una literatura, otros lo hicieron por causas que no quiero describir aquí, pero que son fácilmente imaginables, pero da lo mismo porque de estos últimos ya casi nadie se acuerda.

JAL | En la búsqueda de tu voz personal ¿qué poetas tuviste que arrancarte de la piel para que naciera la tuya?

JV | A quien tuve que arrancar de mi piel fue a mí mismo. En comparación con lo que había leído, mi vida  no daba ni para perpetrar un  soneto mediocre.
Por lo general, cuando empiezas a escribir crees que la poesía ha de decir lo que haces, lo que piensas, lo que sientes, lo que deseas, y yo hice todo esto, claro está, pero nunca lo publiqué, porque cuando apareció mi primer libro tenía ya 26 años y había leído lo suficiente como para saber que el poema es un artefacto que, para decirlo muy rápidamente, no debe contar lo que a uno le ocurre, sino lo que ocurre.
Mi relación con la literatura era muy secreta. Era deportista de competición, un rebelde con causa en los centros educativos donde estudié, un chico de barrio que jugaba a póquer, batería y cantante de un grupo y escuchaba música a todas horas, desde Bach a los Kinks. En fin, mi vida no podía interesarle a nadie, de hecho llegó un momento que tampoco me interesó demasiado a mí.
No quería ser poeta, quería leer, leer y no conocerme a mí mismo, porque temía que no me iba a gustar nada lo que iba a encontrar. Prefería mil veces, aunque entonces sin darme cuenta, merodear entre los personajes de las novelas, de las canciones, de las películas. En ellas se mostraban modelos de comportamiento en las antípodas de lo que la escasez de aquel mundo en que me movía me aportaba: valentía, integridad, compromiso, libertad, sentido moral, capacidad de amar, generosidad, determinación, solidaridad, compañerismo, responsabilidad.
Más tarde empecé a leer literatura contemporánea, y entonces me alivió mucho saber que no existen los héroes, que todo ese dechado de virtudes que había leído en  los clásicos, era pura ficción, que pasamos también por el camino de la derrota y que intentamos jugar las cartas que nos llegan lo mejor que sabemos cuándo la gente que nos rodea, o nosotros mismos, nos quedamos en el paro, cuando no alcanza para pagar el alquiler del piso, cuando le pilla un cáncer a tu madre, cuando nos abandona un hijo, cuando nos traiciona un hermano, cuando un amigo descubre a los cincuenta años que se equivocó de sexo, cuando ya no reconoces tu entorno, cuando te quedas sin pasado. Yo creo que fue entonces, no antes, cuando además de leer, empecé a escribir un libro de poemas. El arte en general, la literatura y la poesía sobre todo, me enseñaron a vivir, y su vertebración con la realidad me hicieron escribir, y no al revés.
Aún así, reconozco que, afortunadamente, la lectura de los clásicos ya había dejado un poso imborrable en mí. De ello hablo en el prólogo de Los poemas de Turín (2001).
Mis maestros me hicieron sentir y pensar cosas que a lo mejor nunca hubiera ni siquiera imaginado que existían, me ayudaron a vivir, me llevaron a acceder a lecturas básicas, me enseñaron todo tipo de estrategias, pero nunca me puse a pensar que no tenía que escribir como ellos. Si necesitaba hacerlo, intertextualizaba directamente sus versos, incluía sus palabras, no su estilo ni su lengua.

JAL | En tu trayectoria has tenido relación con poetas de gran calado como José Hierro, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez, Félix Grande, Juan Gelman, Edwin Yllescas, Ana María Moix, Antonio Gamoneda, Francisca Aguirre, Joan Margarit, Francesc Parcerisas, y otros, que además de amigos habrán fungido como maestros, no sólo por la diferencia de edad sino por sus estaturas ¿cómo fue tu relación con ellos y con otros que significan parte de la memoria de tu lecturas y quizás también en parte de tu escritura?

JV | Habría que hablar caso por caso, pero en general, si no les hubiera conocido mi vida sería otra, no sé si mejor o peor, ya nunca lo sabré, pero creo que poco o nada tendría que ver con mi actual vida ni conmigo. Eran y son mujeres y hombres generosos, que me abrieron las puertas de su casa, literal y metafóricamente hablando, y con quienes querías que nunca se terminara la noche. Todos ellos amaban la poesía de una manera desmesurada. Uno de mis proyectos es escribir algún día un libro de memorias que respondería a tu pregunta. Estoy en deuda con ellos.

JAL | La poesía escrita en español de España, la escrita en catalán y ahora la de Iberomérica, con toda su diversidad emergente de lenguas originarias ¿qué significados tiene para ti como poeta, lector y promotor de la poesía?

JV | Casi desconocía la poesía actual de Iberoamérica. Había leído a los poetas clásicos, los libros incontestables y muchas antologías, también a los poetas del medio siglo, quiero decir del siglo XX, claro, de los que hablaban Félix Grande, José Agustín Goytisolo y Joaquín Marco, principalmente. Sobre todo a los cubanos, mucho, y a los argentinos, mexicanos, salvadoreños, peruanos, nicaragüenses y colombianos, menos. Y lo hacía no de una manera cronológica ni reglada, ni siquiera la leía para conocer la poesía de los diversos países, lo hacía por puro placer. Podía leer a la vez a Borges y a Roque Dalton, a López Velarde y a Ernesto Cardenal.
Desde la primera vez que viajé a países de América latina, descubrí un mundo que no entendía por qué era tan desconocido en España. En Iberoamérica se está produciendo una poesía de mucho más calado, mucho más diversa, que conocí y amplié en mis posteriores viajes, gracias a los congresos, festivales, pero especialmente en las casas de los amigos que allí hice y que espero mantener hasta que muera.

JAL | ¿Se podría hablar de etapas en los diversos libros que constituyen tu obra lírica: Saberte, 1981; Perímetro de un día, 1986; El perfil de los pacíficos, 1992;  Crónicas de usura, 1999;  Los poemas de Turín, 2001; Todo parece indicar, 2003; Hace triste, 2010; Incluso la muerte tarda, 2016, por mencionar algunos?

JV | Cualquier clasificación suele ser ficticia, es un arma que empuñan los malos profesores de historia de la literatura para hablar ordenadamente de un tema aunque lo diezmen. Personalmente te contestaría que no. Yo creo que todos mis libros son diferentes, pero nunca me he planteado un cambio, una nueva etapa. No sé, no puedo ser abeja y entomólogo a la vez. Es el lector o la crítica quien debe decirlo.
Cuando se habla de épocas no sé a qué nos referimos exactamente. ¿Cambio en el estilo, en los objetivos, en las voces, en las ideas, en las fórmulas y estrategias lingüísticas, en la construcción, en el campo moral, emocional, en los temas?
Hay, como lo dije antes, un cambio evidente entre el primero y el segundo, y entre estos y El perfil de los pacíficos,  muy sustancialmente en sus dos primeras partes, que quizá retome algún día. Ahí nace y muere a la vez una etapa diferente del resto de mi obra, de la que me siento bastante orgulloso. Es el libro más cercano a mí, aunque seguramente el más desconocido, porque ningún poema de estas dos primeras partes son susceptibles de incluirse en ninguna antología. Son muy diferentes al resto, hay otro estilo, otra manera de seleccionar el léxico, otras estrategias y lecturas de fondo, sobre todo de la Biblia, una diferente construcción en el verso, en la estrofa, en la ironía, en la solemnidad de lo ridículo.
Por otro lado mi último libro parte de un tema que nunca me había planteado antes, el del hombre que no tiene pasado, que no es como Ulises, a quien al volver de su odisea, le esperan su reino, su esposa, su hijo y su perro. Estos tres últimos, además, aman desaforadamente al cabrón que les abandonó para irse con sus amigos. Lo mismo ocurre con el hijo pródigo. En fin, ¿inauguro aquí una nueva época en mi poesía sólo porque estoy hablando de algo que nunca me había preocupado especialmente?
Toda mi poesía sigue, para decirlo muy rápidamente un solo camino entre la épica de Homero, la elegía de Propercio, la lírica pragmática de Ovidio y la irónica y sarcástica de Catulo. Por ello rebusco constantemente un lenguaje poético que nombre en el siglo XXI la historia repetida de esta raza de seres humanos cuyo único rumbo es la muerte, y de qué manera se pasan -o no- la vida, corrigiendo su derrota.

JAL | ¿Qué buscas del lector cuando escribes y cuando publicas tus libros de poesía?

JV | Voltaire, en su diccionario filosófico, dice que la historia del género humano no se puede escribir porque para hacerlo se tendría que escribir la historia de sus contradicciones. La poesía no es un género literario de ficción, la poesía habla de cómo una persona vive la realidad entre otras personas, qué relaciones se establecen entre ellos y uno mismo, entre uno mismo y el otro yo que nos cohabita, a veces como un terrorífico vecino, dentro de nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestra conciencia.
Siempre que la poesía esté escrita con oficio, pasión y sensatez, cualquier estética empleada es útil, si la disección de la realidad pende de la vida del ser humano, que es quien la hace posible, también con sus sueños y sus intuiciones, ambos motores de una vida que de ningún modo puede explicar un libro de historia.
Y para conseguir, para ordenar este caos vital a favor de una transformación ilimitada de todo lo que nos rodea, el poeta pone en juego lo que los románticos ingleses definieron como la capacidad intelectual, para decirlo muy rápidamente, el pensamiento con alma, me refiero al alma que Condillac definía como los cinco sentidos.
Cada poema es, o parte, de una pequeña historia. Con ella yo busco generar en el lector más contradicciones que afirmaciones, a fin de ayudarle a vivir su propia vida. Persigo que al terminar de leer el poema, el lector crea que estoy hablando de él. Intento perforar la piel del elefante y forzarle a mirar la realidad desde otro punto de vista. Un punto de vista que yo ya he trabajado, comprendido o intuido desde la introspección encarnizada conmigo mismo como primer lector de mis poemas.
Apelo al individuo no con la finalidad de que abjure de un mundo insoportable o para que intente transformarlo, sino para que dialogue con la parte oscura de su cerebro, con la otra cara de la luna de sus sentidos. Mi poesía no parte del esquematismo de la negación, sino de la complejidad de la contradicción. Es, por tanto, una forma de vitalismo, se encuentra en el campo contrario de la pasividad, que es lo que a mí, realmente, me parece caduco, descorazonador, aunque se presente con imágenes pletóricas de felicidad.
Esta contradicción proviene de una actividad constructiva de observar la realidad y de pensarla cuidadosamente pues, como dice Gaston Bachelard pensar bien la realidad es aprovecharse de sus ambigüedades con el fin de modificar el pensamiento y alertarlo”. Este hecho provoca un diálogo, y “dialectizar” el pensamiento significa regenerar todas las variables que el pensamiento ingenuo ha lexicalizado en los códigos humanos y en sus comportamientos.
La actitud postmoderna de consolación corporativa se basa en una ley de la arrogancia humana que Nietzsche, un finísimo aforista, resume de esta manera: “Si sabemos y decimos algo que interesa a una persona determinada, nos considerará mucho más inteligentes que si supiéramos infinitamente más sobre cosas que desconoce o no le interesan”.

JAL | Eres un hombre que se toma muy en serio la poesía, como si esta fuera en verdad un instrumento de cambio del mundo ¿qué esperas de ella, qué le exiges, qué falta en tu relación con la palabra poética?

JV | Siempre me he tomado muy en serio la poesía. Desde que empecé a escuchar música, las primeras canciones, a mirar los primeros cuadros. Desde que pude leer un libro, no recuerdo un momento sustantivo en mi vida que, lo mismo que ciertos regalos, ciertas cartas, no formara parte de mi vida. La vida es mentira, no obstante va en serio. He oído decir a Joan Margarit que cuando alguien tiene frío, pulsa un botón y soluciona el problema, pero cuando se queda solo, cuando duda, cuando se puebla su casa de fantasmas, cuando va llegando la muerte ¿qué botón ha de pulsar para solucionar su problema? La poesía ayuda mucho, pero para ello habrá que haber leído desde siempre, tenerla metida en la sangre. No valdrá consultar justo en ese momento en Google “poemas autoayuda desamor soledad” y escoger uno. Pero la inercia del comportamiento humano, especialmente en el llamado primer mundo, no es el de leer poesía desde chicos sino el de no enamorarse para no sufrir. Y eso no lo va a cambiar la poesía, entre otras cosas porque como dijo Blas de Otero, aunque escribas para la gran mayoría, la gran mayoría no va a leerte.
Yo nunca escribí para la gran mayoría, tampoco para la gran minoría, ni creí que la poesía iba a cambiar el mundo, como pensaba Celaya. Sigo escribiendo poesía como lo hice de adolescente, sin más programa que la elaboración de un artefacto artístico que sea verosímil y sirva a mis propios intereses, lo digo en el sentido amplio e inmaterial de la palabra, claro está. Pero mientras haya poetas seguirá existiendo la resistencia. Donde sea, en la calle, en los talleres, en los apartamentos, en los bares, en el mercado central de abastos, pero también en el Vaticano y en el consejo de ministros.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, no sé exactamente qué contestar. Tampoco lo sabría si cambiáramos “poesía” por “compañera” ¡son ya tantos años juntos! Si pensara que este “matrimonio” iba hacia el naufragio, creo que me haría la pregunta a la inversa. ¿Qué espera de mí, qué me exige, qué más puedo ofrecerle para relacionarme con ella?  Y creo que en uno u otro caso, si llegara este momento, sería inútil seguir luchando.  Para bien o para mal, doy todo lo que tengo sin esforzarme apenas.

JAL | La transparencia oculta lo que nombra” fue un título que di a tu poesía en un breve ensayo para la colección Doble fondo, de la Biblioteca Libanense, en Colombia. A estas alturas a mí mismo me parece un enigma ese aparente coloquialismo que encubre otros significados ¿qué pistas debemos seguir para aprehenderlos?

JV | El prólogo que escribió el tan generoso e imponente amigo y maestro Juan Gelman para Incluso la muerte tarda (2015) se titula “Empobrecer la lengua para reinventarla”.  En él dice, entre otras cosas, que utilizo el lenguaje popular para abrir su complejidad y los diferentes sentidos sin perder su misterio, pues la lengua del paraíso ya no está disponible, y para ello llevo a cabo un trabajo de excavación y selección, minucioso y profundo. Yo se lo agradezco mucho, pues me defendió el flanco por el que atacan los llamémosles indocumentados, por no llamarles por su nombre.
Los títulos de mis libros son muy transparentes, pero si con ello bastara no sería necesario escribir los poemas de su interior, que es donde se oculta lo que el título nombra. Los icebergs son visibles pero no flotan. Los poetas -y esto mismo dije al escribir un artículo sobre tu poesía, José Ángel- deben ordenar un mundo que no es mayor que un grano de arena y han de hacerlo con las armas que tienen a su alcance. Me explico:
El poeta catalán Joan Oliver, Pere Quart, dejó escrito que en esta vida todo es relativo, aproximado y provisional. Pero además el poeta tiene que enfrentarse a este caos con otro caos, el de su pensamiento, pues tiene razón John Ashbery cuando afirma que tampoco pensamos de una manera lógica y codificada, sino de una manera fragmentada, alterada y contradictoria.
La realidad, por tanto, no coincide con la realidad obvia, evidente, que promulgan los políticos, los medios de comunicación, las series de televisión, las baladas sentimentales para adolescentes o los embajadores de la fe, lo digan coloquial o abarrocadamente. Para captar y mostrar esa realidad basta con el orden lógico de pensamiento y descodificación, es decir, a una realidad aprendida, que sería la antítesis de la que los poetas hablan.
Fingimos vivir lineal, civilizada y organizadamente, pero no es así. Nada que sea importante es fácil. La poesía nombra lo que oculta la transparencia.


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JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensaísta, editor e promotor cultural. Página ilustrada com obras de Francisco Maringelli (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.

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ÍNDICE # 101

EDITORIAL | A persistência do mistério

AARÓN ALMEIDA HOLMQUIST | Paisaje y exilio en David Cortés Cabán

ALFONSO PEÑA | Bob Danco y la historia del mono azul

ESTER FRIDMAN | Liberdades, prisões, ilusões

HAROLD ALVARADO TENORIO 1882-1915 El Modernismo en Colombia

HILDEBRANDO PÉREZ GRANDE | Cien años de soledad y moi

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Jordi Virallonga, el alma de los cinco sentidos

LEDA RITA CINTRA | Brasil ilustrado

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Cartas para quem? Leitura de Cartas a Sandra, de Vergílio Ferreira

OMAR CASTILLO | Mallarmeanas al timbal

SUSANA WALD | Reencuentro con Edouard Jaguer, impulsor del movimiento Phases
  
ARTISTA CONVIDADO FRANCISCO MARINGELLI | Por ele mesmo

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Agulha Revista de Cultura
Número 101 | Agosto de 2017
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
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